lunes, 31 de octubre de 2011
Especial Elecciones II
miércoles, 26 de octubre de 2011
El horror de la violencia
Llevo varios días intentando escribir acerca de un tema que me ha preocupado bastante, que no tiene nada que ver con la crisis económica (sorprendidos nos hallamos), y todo ello haciéndolo desde un punto de vista que no esté plagado de nubarrones tan negros como los que por fin se ciernen sobre
Cuarenta mil por un lado y doscientos mil por otro. He profundizado un poco en Internet, esa herramienta tan útil y peligrosa al mismo tiempo, y he encontrado más reseñas al respecto, lo que le va dando una cierta veracidad. Ojo, no soy de los que piensa que por mucho que se repita una mentira, se vuelve verdad, pero tampoco desechemos una idea, a pesar de que no sea del todo exacta. Así que ésos son los datos, y hacen referencia, atentos, el primero al número de asesinatos y el segundo al de actos violentos que habrá presenciado un joven de dieciocho años a lo largo de su corta vida. Podéis empezar a temblar y os aseguro que tengo un borrador de este texto en el que doy rienda suelta al sentimiento que me provoca semejante barbarie; sin embargo, como he hecho firme propósito de controlarme dejaré tranquilos ciertos muertos.
En todo caso, ya por sí solas, estas cifras darían para hacer toda una digresión de varias páginas. Obviamente, cuando las resaltan, hacen referencia, entre otras, a escenas vividas en videojuegos cada vez más hiperrealistas, lo que nos lleva a que resulta igualmente incontestable que mostrar la muerte, y cuanto más cruenta mejor, resulta sumamente lucrativo. Voy a hacer en primer lugar la aportación positiva que me he comprometido a dejar de vez en cuando en esta columna de opinión: estos datos, de primeras, muestran que en Occidente hace mucho tiempo que no tenemos que vivir cierto tipo de barbaries en primera persona, lo cual puede ser nuestro mayor logro, librándonos de muertos y agonizantes soltando sangre por las aceras, casas derruidas y calles desiertas. Y sobre todo, hace mucho tiempo que no sentimos ese miedo que tiene que ser literalmente espantoso de no saber si vas a sobrevivir al siguiente ataque.
Sin embargo, lo siento, no puedo permanecer impasible ante aquellas cifras, que me sobrevuelan la cabeza desde ese día en que llegaron a mí como buitres negros de Monfragüe. Y sobre sus consecuencias. La primera de todas, y la más triste, es la banalización del sufrimiento y la tragedia, y la insensibilización que conlleva. Además de la polarización que se está produciendo en nuestra sociedad entre ricos y pobres debido a la crisis económica (en todas sucede, porque hay quien saca beneficios) vemos como mientras que crecen el número de cooperantes, también crece la impasibilidad general. Convivimos de tal manera con la violencia que ni nos damos cuenta, y de esta manera, en los últimos años hemos asistido a un crecimiento del porcentaje de jóvenes que justifican el uso de aquélla en determinadas circunstancias. Y cada vez es más normal encabronarnos en el coche, en la calle, en las discusiones… Pero lo peor es que cada vez nos parece humano, inevitable, justificable, razonable… Hemos estado tres o cuatro días disfrutando en primera persona del linchamiento de un auténtico bastardo, asesino de masas, pero que no por eso se merecía que le hicieran las perrerías que le hicieron. Y desde luego, nosotros no nos merecíamos que nos lo disparasen a bocajarro en cada uno de los telediarios de ese fatídico día y posteriores. Un asesinato más a la cuenta, un nuevo acto violento. Así es muy complicado que la contraparte se haga hueco en nuestra conciencia.
¿Un texto demasiado suave, demasiado templado? Pero, ¿qué coherencia tendría haber hecho un manifiesto antiviolencia si aquí me pongo a desbarrar como un extremista religioso? ¿Queréis carnaza? Lo siento, pero me estoy quitando. Es muy fácil leer un texto mío en el que preparo una carnicería y no dejo títere con cabeza, pero después cerráis el correo y os dedicáis a vuestras cosas; a mí, en cambio, el esfuerzo de hacer un manifiesto casi neonazi me supone primero encabronarme a muerte y después llevarlo al texto. Pero lo peor viene después: habiendo pasado por lo que os digo, me toca desencabronarme, volver a la realidad mixta, a la de las personas que ni son ángeles ni son demonios, a la realidad compleja e incoherente que es la humana. Me toca volver a hacer el ímprobo esfuerzo de volver a ver la belleza entre la basura en la que me he fijado para describirla; y además corro el riesgo de que, de tanto fijarme en la miseria, sólo sea capaz de verla a ella. Así que, si queréis ver miseria humana, poneos Intereconomía y descubriréis el concepto real de la ponzoña. Y es que el camino hacia la perspectiva negativa de esta vida es facilísimo, pero ya me he cansado de recorrerlo. Ya tengo mi ración de muertos y también mis propios demonios que prefiero dejar enterrados.
Alberto Martínez Urueña 26-10-2011
miércoles, 19 de octubre de 2011
¡¡¡Debátanme!!!
Tarea complicada por otro lado si nos proponemos poner el ojo en la actualidad que nos ataca una y otra vez con múltiples frentes abiertos. Ya era hora, por otro lado, poder hablar de algun otro asunto más que de Economía, que ya me estaba saturando bastante, como al resto supongo. Pues nada, que para el que no lo sepa, estamos de precampaña electoral, una de las épocas del año que más me apasiona, por lo esperpénticamente divertido que resulta poner las noticias. No voy a empezar a insultar a diestro y siniestro porque me estoy quitando, en periodo de abstinencia como un Camarón cualquiera. Es más interesante ponerle un toque algo descreído y bastante cómico, como hacía Gila, demostrando por otra parte la gran inteligencia que se necesita para ser humorista.
Pero al margen de la debacle, hoy estamos de enhorabuena, y por eso he dejado el texto que ya tenía en el horno para otro momento, porque se han puesto de acuerdo nuestros maravillosos candidatos y nos han obsequiado, como buenos soberanos absolutos, con la posibilidad de verles en la pantalla en uno de esos debates que se están poniendo de moda. Bueno, realmente se han puesto de acuerdo dos de ellos, los que se llevarán del electorado, por este orden, los insultos y los votos; el resto está en empezando a correr riesgo de desaparecer, como el lince ibérico, por falta de cuidados inteligentes y adecuados a su hábitat.
Además, me parto por la mitad en grotesca pose ante el nuevo “más increíble todavía” que nos están preparando para el día siete de Noviembre. Tendremos la ocasión de asistir a la refundación del diccionario oficial de la Real Academia de la Lengua, que como todo el mundo sabe está en manos de personajes que nada saben de los usos y costumbres de nuestro idioma. Si se les ocurre buscar, por una de esas casualidades de la vida, el significado más corriente aceptado de la palabra “debatir” se encontrarán de todo menos la presentación del último show “Rajoy vs Rubalcaba” con que pretender deleitarnos en horario de máxima audiencia y pactados hasta en las comas. Ya sabemos cómo va esto: se han preparado una serie de discursos ideológicos perfectamente estructurados, escritos y revisados por unos cuantos colaboradores anónimos para que entren como hilo por ojal de botón, finamente dicho, en los cinco minutos de cortesía que tendrá cada uno de ellos para hablar sin decir nada con una sonrisa de postín desde la tribuna de temas que nos importan a todos menos a ellos. Ni una sola pregunta, faltaría más, del supuesto moderador de la jarana que se van a montar en la Academia de la Televisión, canapés incluidos para el antes y el después, como en el sexo sucio en lavabo de garito.
Lo más divertido de todo asunto, además, serán dos cosas. De tal programa al que en otro tiempo se le apellidaría “amañado” y hoy se le considera “sano ejercicio de democracia” tendremos que aguantar al día siguiente a los medios de comunicación de su corte haciendo la confección periodística para justificar el porqué ha ganado su candidato. Lo que no sabremos muy bien es qué se puede ganar en semejante burla, como no sean un par de yoyas bien dadas por las mamas por andar haciendo el gili en público, algo malamente visto entre nuestros mayores.
La segunda cosa, y algo más seria quizá, es que teniendo en cuenta el espectáculo que nos están dando digno de cualquier edición de Gran Hermano, volveremos una vez más a tener unas esperpénticas (perdón por la reiteración de la palabra) Cortes Generales en las que los dos partidos mayoritarios serán al mismo tiempo los que más insultos reciben al cabo del año. Y todo por la dudosa escusa de “es que si no, ¿a quién votas?”, argumento válidamente esgrimido cuando al reo le hacían elegir entre bayoneta o pistola, pero que en estos casos queda bastante feo.
Así que nada, nada. Yo no me hago mala sangre porque la inmensa mayoría vote a los dos partidos más odiados del mundo, o al menos que se les acercan, descontando a Mobutu y compañía, claro. Tampoco por quienes se vayan a dejar engañar; es decir, no ir al fondo del discurso (quizá no existe), si no las formas revestidas con herramientas de marketing de ventas (sinónimo de engaño). Ni mucho menos con los que voten al menos malo, aspecto cíclico cual marea marítima y síntoma de irresponsabilidad democrática. A fin de cuentas hace tiempo que me quedó claro que en un país como éste, siempre a contrario del resto y con eso de las dos Españas flotando en el ambiente, las cosas serias siempre se consideraron que eran las que sacaba la prensa rosa, o que salían en los campos de futbol.
Especial Elecciones I
Me he planteado muchas veces ciertas cuestiones al respecto de la idiosincrasia española, tan propia nuestra, tan llamativa y al mismo tiempo inexplicable. Esas cosas de las que hablamos en el bar con los amigos con mucho énfasis en el tono y cerveza en el estómago, tratando de arreglar el mundo. Hace tiempo que lo he dicho con el tema de la crisis, pero no le había entrado de lleno; es decir, la diferencia que se aprecia en muchos aspectos entre España y los países que nos rodean. Creo sinceramente que hay dos puntos fundamentales que nos hacen estar como estamos. ¿Que cómo estamos? A modo de resumen: tenemos la derecha más clerical, inmovilista, con discursos carcas, miedosa y fascista de toda la derecha europea. Ojo, hablo de supuesta derecha moderada, no de esos gamberroides neonazis que de vez en cuando salen en países tan admirados como Suiza, Austria, Dinamarca y alguno más. Por otro lado, tenemos una izquierda cobarde, incapaz de defender sus ideas, fraccionada y dividida por rencillas ancestrales, confundida por la economía (economía al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía) e incapaz de estructurar y de transmitir un discurso público que no soliviante a la inmensa mayoría de socialistas y comunistas que hay en esta tierra. Como veis, hay para todos, y todo esto aliñado por un país que hasta hace bien poquito era incapaz de mover el culo desde el sofá y Gran Hermano para pelear por sus derechos, antes encabronado porque su equipo no gane la Copa de Europa que porque le deba al Estado (es decir, a sus ciudadanos, que somos todos) la friolera de más de trescientos millones de euros, y por supuesto, donde cualquier pelagatos sin criterio ha de tener una opinión igualmente válida que la de un catedrático y la Esteban sea un personaje con más foro que José Luis Sampedro (el que no lo conozca que se dé cien latigazos ahora mismo y busque algún video suyo en Internet).
Pero yendo al grano, si somos al mismo tiempo víctimas y verdugos, también hemos tenido algo de mala suerte, o como queráis llamarlo. Hemos tenido en nuestro alero muchos grandes prohombres, pero han sido sistemáticamente sometidos por el poder absoluto de reyes y sus acólitos nobles, por una cúpula clerical que ha rayado el totalitarismo mezclado con lo más maléfico que ha campado por la tierra y por un sistema económico donde ha primado (y sigue primando) el pirateo más bajuno, mezclado todo ello en un sistema demoníaco que odiaba a cualquier persona que pudiera cuestionar el status quo. Bueno, un sistema al que podríamos ponerle varios nombres propios con sus apellidos que, amorrados al grifo del poder, no fueron capaces de elevarse sobre su propia miseria y entender ideas superiores, mientras que quizá en otros sitios sí.
Ahí quería yo llegar. Mientras que en Europa, comenzando por los hijos de la Gran Bretaña y seguidos por los messieus, se liaban la manta a la cabeza y se cepillaban a sus tiranos particulares, conocidos como soberanos, aquí, Fernando VII jugaba con el Parlamento de Cádiz y ponía de moda una costumbre que con el tiempo se ha ido arraigando entre la clase dirigente de nuestro país, eso de “Donde dije digo, digo Diego”. Nos tocó comernos con patatas a uno de los mayores hijos del reino que parió nuestra gran nación, y después a su hija, una de las camas más democráticas que jamás hubo en España, que se dedicó a parir hijos que morían o salían con dudosa inteligencia, como se puede comprobar en distintas ramas de su prole, gracias a esa maldita costumbre de no mezclar la sangre para que fuese más pura que la de nadie, como los Austrias y su Carlos II, “el hechizado”, dejando claras ciertas cuestiones sobre el mestizaje o la pureza de la raza, también conocida como endogamia. Qué eufemísticos eran entonces…
Luego, ya sabéis, en el siglo veinte, mientras en el resto del mundo de nuestro entorno celebraban la victoria contra uno de los mayores hijos de puta de la historia (aquí lo pongo), a nosotros se nos atragantaban las patatas gracias a un gallego poco gracioso y bajito, bastante acomplejado y sin un huevo que no soportaba dimes ni diretes, lo que supuso un nuevo atraso, y un nuevo ir contracorriente.
Ahora diréis que nos estamos recolocando un poco, pero es mentira. Además del retraso cultural que hemos de agradecer, además de a nuestra farándula, a esos personajes antes mencionados, volvemos a ir contracorriente, y seguimos creyéndonos los más listos. Porque resulta que la crisis es culpa de Zapatero. Y aunque no le podemos negar al chico la inmensa demostración de ineptitud demostrada (no se sabe muy bien y nadie lo dice en qué ni de qué manera, pero demostrada) no todo es como parece. Si esto es así, no me explico porque en el resto del mundo están tan jodidos como nos cuentan los telediarios. Por otro lado, hay quien tiene la manía de aseverar que todo esto es culpa de los rojos y sociatas de turno, que la cagan según entran. Mon dieu, que diría Sarkosy, no le quitemos méritos a su gobierno de derechas, ni a su homónimo liberal en Alemania, con la señora esa, chaqueta va chaqueta viene, según hable en su Parlamento o en Europa. Tampoco a los griegos (su crisis económica y de falseo de cuentas corre a cargo del anterior, del mismo hilo político) y ni que hablar de la vaca tejana, amigo de Ansar, que a ver si un día nos dice quien cojones es ése. Pero claro, en estos países van a tener suerte otra vez, nos van a dejar machacados una vez más, porque ellos, cuando las cosas se pongan feas, tirarán por la vía de la libertad y la democracia y nosotros nos joderemos de nuevo con fascistas reaccionarios que la única receta que saben para salir de las crisis es ir vendiendo poquito a poquito todo nuestro Estado de Bienestar a sus compañeros de pupitre.
Es la consecuencia de dos cosas: primera, que las crisis económicas no dependen del gobierno que esté en ese momento y que por supuesto se le llevan por delante sin entender de colores; en segundo lugar, que en España tenemos mala suerte de la leche con los ciclos económicos y sobre todo con los gobernantes que aprovechan la coyuntura para, sin hacer nada más que dejar caer al anterior banco azul, amorrarse de nuevo al grifo del poder, como hizo su antecesor Fernando y su chirigota gaditana. Al final, nos lo montemos de la forma en que queramos, seguiremos teniendo los frenos al desarrollo cultural y social, aplicados asfixiantemente por aquellos llamados conservadores que lo único que han pretendido conservar durante todos estos siglos ha sido su propia tribuna y su propio escaño.