Cuenta la historia que los señores feudales eran los encargados de recaudar los impuestos cuando a algún iluminado se le ocurría que había que embarcarse en alguna guerra estúpida y disponer tanto del dinero del pueblo como de sus vidas. Como meros heraldos, bajaban a la aldea y con muy buenas maneras le explicaban a la gente que tenía que soltar la tela por la gloria de su religión, de su nación, de su rey, etcétera (por Dios, la Patria y el Rey). Como la peña solía estar hasta el arco del triunfo de la sangría, si hubieran podido negarse, lo habrían hecho, pero entonces soltaban a los perros y no dejaban títere con cabeza, así que pagaban. No les haría gracia ni que con su dinero se embarcasen en chorradas que sólo servían para ensalzar a la madre que parió a la patria mientras ellos no tenían que comer, y tampoco les debía de hacer mucha que en el camino entre su bolsa y las tropas reales se aplicara el filtro del señor, que debía tener suficiente para estar todo el santo día rascándose salva sea la parte, justificándose a sí mismo en la necesidad de su sabia organización y dirección del feudo.
Ahora cambiad señores feudales por políticos, reyezuelos por dueños del capital y a los súbditos les vais poniendo nombres y apellidos de los que conozcáis por ahí. Sale un retrato clavado a la sociedad actual si obviamos las metáforas. Tened clara una cosa: en teoría los políticos deberían servir para defender los intereses de los ciudadanos de los desmanes de las aves de rapiña que quieren quedarse con todo, en lugar de ser los mensajeros que nos justifiquen con buenas razones el porqué nuestros impuestos van a parar de una forma u otra cada vez en mayor cuantía a las arcas privadas de los señores del dinero a través de recapitalizaciones, privatizaciones y bajada de pantalones, cuando deberían estar reinvertidos en más y mejores servicios públicos, en solucionar el paro de la manera que fuera, en poner coto a las hienas… Ya sabéis de lo que hablo. Esos fedatarios del capital en teoría deberían ser los que nos protegieran de la insaciable avidez de los lobos, pero nos ponen entre sus fauces sin pestañear siquiera, justificándose en que es inevitable y no hay quien pueda con ellos.
Hago mío un razonamiento que escuché al señor Ibarra (no es amigo mío, ni nada) el otro día en un programa de radio, y además me gustó porque aportó eso que tanto deberíamos exigir: datos concretos. El PIB griego es de unos doscientos treinta y cinco mil millones de euros; el PIB mundial es de unos sesenta billones. Más o menos, pero las cifras grandes están en países con una estadística fiable. Es decir, un país que representa el cero coma tres por ciento redondo de la economía mundial es el responsable de la mayor crisis de deuda pública que ha sufrido nuestra sociedad. ¿Ahora que hacemos? ¿Tiramos cohetes y hacemos la ola a nuestros dirigentes?
Así que ahora estamos de campaña electoral, o de precampaña, que es ese periodo en que realmente están en campaña y no lo reconocen. Un periodo en el que no se dice nada realmente interesante, sólo proclamas con las que es imposible estar en desacuerdo, o programas electorales difusos con promesas de dudoso cumplimiento posterior. Es como si alguno promete acabar con el hambre en el mundo: no creo que nadie le dijera que se ha vuelto loco. El problema es que no nos diría cómo, y cuando no lo hiciera, le echaría la culpa a alguien que no se sabe quien es, como los mercados: el arte de la disolución de las responsabilidades.
Hace unos meses, Obama, flamante premio Nobel de la Paz que vende armas y mantiene abierto un campo de concentración, dijo que todo esto no va de ideologías, y estoy totalmente de acuerdo con él. Ya basta de mentiras y de eufemismos, basta de buscarle ecuaciones a la realidad que expliquen como funciona nuestra realidad socioeconómica, basta de palabras rimbombantes y de frases perfectamente construidas, basta de silogismos en soliloquios parlamentarios. Basta también de discusiones ciudadanas de si el PP hace o va a hacer, de si el PSOE ha hecho o no ha dejado de hacer, basta de vestir el santo en función de lo que se quiere explicar, basta de hacer la ola al medio de comunicación que defiende mis ideas aunque éstas sean objetivamente indefendibles desde un punto de vista humano. ¿Os pensáis alguno que de vosotros pertenecéis a una nueva clase de ricos? Simplemente sois de los menos pobres, pero cada vez lo sois más, con horarios laborales que no se controlan, salarios reales (corregido el efecto de los precios) en caída libre y derechos sociales cada vez más exangües, aunque puedas pagar un seguro médico y un colegio concertado. Que no seas de los que no llegan a fin de mes no te hace ser de los que mandan: quizá sí hace que pertenezcas al club de los más engañados.
Datos: el mayor fraude fiscal se produce en las grandes empresas que, por un lado se benefician de exenciones y deducciones fiscales pensadas para otras cosas y, por otro lado, tienen la estructura suficiente para deslocalizar y evadir impuestos.
Datos: las grandes fortunas del capital han visto reducido en los últimos doce años un diez por ciento el tipo impositivo que efectivamente pagan mientras que a los demás nos han subido los impuestos.
Datos: nos dicen que no hay dinero para nuestro Estado del Bienestar. Si os digo que los dos anteriores párrafos sumados nos han llevado a esto, ¿cuánta rabia sois capaces de digerir antes de pensar en teas encendidas, grupos nocturnos o linchamientos oficiales en las plazas mayores de nuestras ciudades? Esa es la auténtica realidad de nuestro país; quizá en otros países tengan otra, pero esa es la nuestra, la autóctona, como la de cajas dirigidas por políticos repartiendo dinero a constructoras cuando la burbuja inmobiliaria ya había explotado o políticos otorgándose pensiones vitalicias.
¿Todavía pensáis que alguno de ellos ha gobernado para nosotros? Los grandes partidos son los más interesados en ocultar la auténtica realidad y cuando asuntos como los que he planteado anteriormente salen a la luz, los incluyen en sus discursos y dicen que lo solucionarán cuando estén el poder. Ya en las anteriores elecciones saltó a la palestra la cuestión de la Ley Electoral , pero seguimos con la misma, como si no hubiera pasado absolutamente nada. ¿De verdad os fiáis de ellos?
No vale lo de que votar otra cosa es tirar el voto la basura. Lo que es tirar el voto a la basura es aceptar la hipocresía como un mal menor, la corrupción como una pequeña mancha y la demagogia como un eufemismo carente de contenido. El ciudadano, como persona individual, es responsable único de lo que hace con su voto, de momento es lo que hemos conseguido después de siglos de lucha. Habrá quien diga que es un engaño más, y puede que así sea, pero en ambos casos, tanto si vale, como si es una cortina de humo, lo que es absurdo es votar al menos malo.
Alberto Martínez Urueña 31-10-2011
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