miércoles, 6 de octubre de 2021

Privilegios, derechos y simple lógica

  Parece una cuestión baladí, pero hay demasiada gente que confunde terminologías y, además, lo hace utilizando términos que suponen marcadas características peyorativas. Es el caso de confundir derechos que inherentemente tenemos con privilegios. También sucede al contrario, que confunden privilegios con derechos, y la cosa se tuerce. En este tipo de tergiversaciones, invariablemente, cuando se hacen cuentas, al que confunde los términos de forma voluntaria o inconsciente le suele salir muy rentable.

Por poner un ejemplo: hay quien considera que nacer en el primer mundo otorga algún tipo de derecho que pueda ser reclamable ética o moralmente; es decir, que tenemos derechos que otros no tienen por no haber nacido en nuestra tierra. En realidad, nacer en el primer mundo no otorga ningún derecho: más bien, es un privilegio del que disfrutar y, en el caso de que tengas una mínima conciencia –esto hay a quien se le negó desde niño –, aprovecharlo para ayudar a quienes no han tenido esa suerte. A sensu contrario, hay quien considera un privilegio cosas que, en realidad, son un derecho por el simple hecho de ser una persona con su dignidad y honorabilidad desde que naces. Hablamos de derechos tales como vivir tu vida como te dé la gana si esto no implica un agravio contra alguien –los ofendidillos no cuentan en ese alguien–, amar quien te salga, cepillarte a quien tus gónadas elijan, optar por las creencias religiosas o agnósticas o ateas y estar en igualdad de condiciones… El derecho a la sanidad pública universal no es un privilegio porque en África no la tengan; al contrario, es un derecho inherente a toda persona humana, otra cosa es que haya culturas y sociedades que no la tengan por el motivo que sea. Igual pasa con la Educación Pública o con el derecho a la vida.

Luego hay otro tipo de derechos que puedes adquirir mediante adquisición sobrevenida, como pueda ser que te compres una casa y adquieres el derecho a usarla. Son derechos igualmente, no hay género de duda, y muchos de ellos están al alcance de la mayoría. Todo esto lo digo por una cuestión particular que me sucede a mí y a otros dos millones de personas. Desde que sacas la plaza de funcionario hay quien no se cansa de repetirte que los funcionarios somos unos privilegiados, y esto no es cierto. No entraré en los motivos de tales afirmaciones, pero sí que tengo claro que en muchos de los casos estamos ante el mal endémico español: la envidia. Y es que no somos unos privilegiados: no hemos nacido funcionarios igual que no hemos nacido clase media de la parte rica del mundo. Tener acceso a plaza en propiedad, inamovilidad del funcionario, etcétera, se deriva de otra cuestión más prosaica: nos hemos presentado a unas oposiciones libres para cualquiera y que no regalan a casi nadie, haciendo una inversión de tiempo y dinero, y gracias a ello, adquirimos unos derechos que vienen recogidos en una determinada normativa.

Todo esto, viene a colación porque desde siempre, y ahora con el tema del teletrabajo, he escuchado ya demasiadas veces que los funcionarios somos unos privilegiados porque disfrutamos de un régimen laboral espléndido y que, por tanto, no tenemos derecho a quejarnos. Y esto queda bien para la galería y para que las mentes obtusas puedan ladrar sus tonterías en la calle y en las redes, pero es radicalmente falso. Los funcionarios tenemos derecho a un régimen laboral que nos hemos ganado y, además, tenemos derecho –por supuesto que lo tenemos– a quejarnos de lo que nos salga del haba. Y toda esta tontería, como en otras ocasiones, para que a nadie se le caiga la cara de vergüenza por querer hacernos pagar una factura que no es nuestra…

Querer aplicar las nuevas tecnologías, avances y formas de entender la actividad laboral, y éste es el caso del teletrabajo, no tiene nada que ver con los privilegios. Querer hacer esto tiene que ver con la pura y simple lógica. Exactamente igual que no veo a nadie viviendo en Castilla sin poner la calefacción en invierno –la pobreza energética la dejamos para otro día–; igual que no veo a nadie negándose a usar un teléfono, aunque sea el fijo de casa; igual que no veo a nadie descalzo por la calle… Igual que todo esto, no acabo de entender que, asistidos por la pura y simple lógica, poderes públicos, políticos tragasables, mamporreros de los caciques ibéricos y un largo etcétera, nos pongan trabas a un avance como es el teletrabajo que ha demostrado durante el último año y medio que no menoscaba en modo alguno la productividad del empleado. Pero que, además, soluciona de un plumazo varios de los problemas más acuciantes de nuestras sociedades: gestión urbana, congestión de las ciudades, contaminación, cambio climático, conciliación de la vida laboral y familiar… Una vez más, las mentes retrogradas, como siempre fueron desde que el hombre es hombre, encuentran una excusa y aplican la tergiversación dialéctica para curarse sus miedos irracionales y frenar los avances evidentes. Eso, y otra cuestión nada desdeñable: garantizarse que los currantes que sacan adelante este país sepan sin género de dudas quién es el que, más allá de cualquier consideración lógica, humana o económica, lleva la batuta.


Alberto Martínez Urueña 17-09-2021


No hay comentarios: