En realidad,
no escribo porque me he cansado un poco, os lo he de reconocer. Siempre
caminando sobre el filo de lo que es la pura opinión basada en mis particulares
pálpitos y lo que ha de ser una composición dialéctica que tenga una mínima
lógica. Hoy, moviéndote por redes sociales, descubres lo que es la vida en los
extremos, con muchos de quienes participan despeñados hacia uno de los dos
lados. Por supuesto, hacia el lado que interese a su particular punto de vista.
Es curioso como la sociedad se ha ido infantilizando y estupidizando, polarizándose,
con los individuos que la conforman en una espiral autodestructiva de enfermiza
necesidad de autoafirmación a través del grupo. Es como si se hubieran quedado
en esa fase preadolescente en la que la única forma de confirmarse como
individuo fuera a través del quienes les rodean. Quizá nunca la abandonaron…
Fuera del
grupo hace demasiado frío. Es vivir en un permanente invierno en el que las
tormentas caprichosas aparecen sin previo aviso. Es la escalada de una montaña
infinita en donde las ventiscas has de superarlas en soledad. Fuera del grupo,
en una situación de pandemia como la que nos ha tocado vivir, parece ser como
un paseo por Marte: la sangre hierve en mitad del frío más helador.
¿Qué queréis
que os diga? Los discursos enfervorecidos que he leído, visto y escuchado los últimos
cuatro meses, o quizá sean cinco o seis, sumados a los que ya nos perseguían
desde antes, hacen que pierda la fe, no ya en lo que las personas serían
capaces de hacer, sino en lo que están dispuestas a llevar a cabo. No es lo
mismo, porque creo en la potencialidad del ser humano, creo en las posibilidades
que encerramos y, precisamente por ellas, hay verdaderos luceros en la historia
que llevamos construyendo entre todos desde hace milenios. Pero también veo el
miedo, veo cómo arrastra a personas que podrían ser mejores hacia lugares donde
ni ellos mismos se reconocerían, de mirarse al espejo. Verían un rostro oscuro
y negativo, repleto del resentimiento que produce un sufrimiento mal digerido
por el apego que alimenta el ego; y un rostro repleto del odio que produce el
miedo hacia un futuro marcado por la incertidumbre, sin darse cuenta de que la
propia naturaleza del futuro es esa, la incertidumbre, la única capaz de darnos
la oportunidad de construir algo bueno.
La crítica
marcada por el miedo y por el resentimiento, común en nuestro acervo y
arrastrada desde siempre, se magnifica en una situación como la que nos ha
tocado en suerte, que no hemos elegido, pero que tenemos la responsabilidad de
intentar manejar. Y muchos están fallando. La crítica marcada por el miedo y el
resentimiento, amigas íntimas del ego paralizador, les lleva a ser destructivos
y no propositivos, y, además, a no responsabilizarse de sus decisiones por un
motivo muy sencillo: no quieren ver el alcance completo de sus decisiones; sólo
quieren ver, de ellas, las consecuencias que les permita hinchar el pecho –el ego
orgulloso– sin darse cuenta de los cadáveres que dejan a la espalda.
No escribo
porque no quiero contribuir a alimentar esa parte de la realidad que enciende
las brasas de la hoguera y porque sé que los textos u opiniones del tipo que
sea, hoy en día, sólo sirven para que aplaudan los que se sienten identificados
y para que busquen los tropiezos dialécticos quienes discrepan. La necesidad de
opinar se ha convertido en una urgencia insoslayable para muchos, para casi
todos, y así han anulado su capacidad para observar. La verdadera libertad sólo
se practica desde la búsqueda de la verdadera naturaleza de las cosas, incluida
la nuestra, pero la verdadera naturaleza no está limitada a un campo de la
razón o las emociones. La verdadera libertad sólo requiere de un requisito:
intentar saber lo que eres para acompasar tu actuación a esa certeza que sólo
las tripas saben darte. La verdadera naturaleza, por cierto, únicamente se
puede descubrir fuera del grupo, y dado que hace tanto frío ahí fuera, veo
pocas ganas de libertad.
Alberto Martínez Urueña
7-7-2020
PD.: he
utilizado a conciencia la tercera persona del plural de forma consciente,
porque si no creo en los juicios personales, poco favor me haría juzgándome a
mí mismo. Sé que ni cumplo con lo que escribo, ni tampoco dejo de hacerlo, pero
si no juzgo a nadie en particular, no tendría sentido hacerlo conmigo mismo. Lo
que quiero es averiguar cuáles son las preguntas para tratar de responderlas. O
incluso, como decía Neo en esa película extraña, comprender que no hay cuchara.
Que en realidad, no hay ni preguntas ni búsquedas.
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