martes, 7 de julio de 2020

Por qué no escribo


            En realidad, no escribo porque me he cansado un poco, os lo he de reconocer. Siempre caminando sobre el filo de lo que es la pura opinión basada en mis particulares pálpitos y lo que ha de ser una composición dialéctica que tenga una mínima lógica. Hoy, moviéndote por redes sociales, descubres lo que es la vida en los extremos, con muchos de quienes participan despeñados hacia uno de los dos lados. Por supuesto, hacia el lado que interese a su particular punto de vista. Es curioso como la sociedad se ha ido infantilizando y estupidizando, polarizándose, con los individuos que la conforman en una espiral autodestructiva de enfermiza necesidad de autoafirmación a través del grupo. Es como si se hubieran quedado en esa fase preadolescente en la que la única forma de confirmarse como individuo fuera a través del quienes les rodean. Quizá nunca la abandonaron…
            Fuera del grupo hace demasiado frío. Es vivir en un permanente invierno en el que las tormentas caprichosas aparecen sin previo aviso. Es la escalada de una montaña infinita en donde las ventiscas has de superarlas en soledad. Fuera del grupo, en una situación de pandemia como la que nos ha tocado vivir, parece ser como un paseo por Marte: la sangre hierve en mitad del frío más helador.
            ¿Qué queréis que os diga? Los discursos enfervorecidos que he leído, visto y escuchado los últimos cuatro meses, o quizá sean cinco o seis, sumados a los que ya nos perseguían desde antes, hacen que pierda la fe, no ya en lo que las personas serían capaces de hacer, sino en lo que están dispuestas a llevar a cabo. No es lo mismo, porque creo en la potencialidad del ser humano, creo en las posibilidades que encerramos y, precisamente por ellas, hay verdaderos luceros en la historia que llevamos construyendo entre todos desde hace milenios. Pero también veo el miedo, veo cómo arrastra a personas que podrían ser mejores hacia lugares donde ni ellos mismos se reconocerían, de mirarse al espejo. Verían un rostro oscuro y negativo, repleto del resentimiento que produce un sufrimiento mal digerido por el apego que alimenta el ego; y un rostro repleto del odio que produce el miedo hacia un futuro marcado por la incertidumbre, sin darse cuenta de que la propia naturaleza del futuro es esa, la incertidumbre, la única capaz de darnos la oportunidad de construir algo bueno.
            La crítica marcada por el miedo y por el resentimiento, común en nuestro acervo y arrastrada desde siempre, se magnifica en una situación como la que nos ha tocado en suerte, que no hemos elegido, pero que tenemos la responsabilidad de intentar manejar. Y muchos están fallando. La crítica marcada por el miedo y el resentimiento, amigas íntimas del ego paralizador, les lleva a ser destructivos y no propositivos, y, además, a no responsabilizarse de sus decisiones por un motivo muy sencillo: no quieren ver el alcance completo de sus decisiones; sólo quieren ver, de ellas, las consecuencias que les permita hinchar el pecho –el ego orgulloso– sin darse cuenta de los cadáveres que dejan a la espalda.
            No escribo porque no quiero contribuir a alimentar esa parte de la realidad que enciende las brasas de la hoguera y porque sé que los textos u opiniones del tipo que sea, hoy en día, sólo sirven para que aplaudan los que se sienten identificados y para que busquen los tropiezos dialécticos quienes discrepan. La necesidad de opinar se ha convertido en una urgencia insoslayable para muchos, para casi todos, y así han anulado su capacidad para observar. La verdadera libertad sólo se practica desde la búsqueda de la verdadera naturaleza de las cosas, incluida la nuestra, pero la verdadera naturaleza no está limitada a un campo de la razón o las emociones. La verdadera libertad sólo requiere de un requisito: intentar saber lo que eres para acompasar tu actuación a esa certeza que sólo las tripas saben darte. La verdadera naturaleza, por cierto, únicamente se puede descubrir fuera del grupo, y dado que hace tanto frío ahí fuera, veo pocas ganas de libertad.

Alberto Martínez Urueña 7-7-2020

            PD.: he utilizado a conciencia la tercera persona del plural de forma consciente, porque si no creo en los juicios personales, poco favor me haría juzgándome a mí mismo. Sé que ni cumplo con lo que escribo, ni tampoco dejo de hacerlo, pero si no juzgo a nadie en particular, no tendría sentido hacerlo conmigo mismo. Lo que quiero es averiguar cuáles son las preguntas para tratar de responderlas. O incluso, como decía Neo en esa película extraña, comprender que no hay cuchara. Que en realidad, no hay ni preguntas ni búsquedas.

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