Siempre que
hacemos un juicio de valor en el que atribuimos a un grupo en general las
características de una parte, nos equivocamos. Es lo que me explicaron en
filosofía, con dieciséis años. Lo de hacer planteamientos sobre la generalidad
de un grupo nos pone, hace que se nos salgan por la boca los exabruptos más
graciosos. Salvo cuando nos golpean de lleno. Dicen que los funcionarios somos
unos vagos con puesto fijo inmerecido; los maestros, unos jetas con demasiadas
vacaciones; los autónomos, unos defraudadores llorones; los empresarios, unos
ladrones sin escrúpulos; los curas, amantes de los niños; los heavys, unos
guarros sin estilo; los pijos, unos niñatos con demasiada pasta; las señoras de
más de sesenta, unas marujas conservadoras; los abogados, unos chupatintas
siempre dispuestos a tergiversar los hechos; la policía, unos perros carniceros
palmeros del sistema; los médicos, unos clasistas repletos de corporativismo…
Así, un suma y sigue. Y, por supuesto, según la Europa Central y del Norte, los
españoles somos unos vagos que montamos jaleo en sus países cuando vamos de
turisteo. Por supuesto que nada de esto nos gusta; sobre todo, si pertenecemos
a alguno de estos colectivos. Sin embargo, es bastante frecuente encontrarte
con personas a las que no les gusta que les definan por su grupo, pero que
después no tienen ningún reparo en catalogar al resto en función de sus más
perniciosos prejuicios. Es el discurso ese de que todos los gitanos son
ladrones, y yo no tengo nada en contra de la raza, pero la mayoría, ya sabemos…
O el de que los negros que vienen de África nos quitan los puestos de trabajo,
aunque en Huelva tengan problemas para encontrar jornaleros. O el de que los
manteros nos joden el mercado audiovisual, aunque las descargas de música y
cine las hiciéramos con el eMule desde casa. Y, por cierto: el soporte digital
para las copias nunca salió de ninguna factoría sudanesa.
Los
prejuicios son basura por un motivo: no permiten ver la realidad tal cual es.
Todos tenemos prejuicios, eso es cierto, pero hay dos tipos de ceguera al
respeto. Está la ceguera con respecto a los prejuicios que tenemos; es decir, que
no conocemos exactamente cuáles son, pero asumimos que están ahí. Y luego está
la necedad del que cree que no les tiene o del que lo sabe, pero con la boca
pequeña y no hace nada al respecto, que es otra clase de no saber algo bastante
frecuente.
Suelto toda
esta retahíla porque en el debate del otro día, el de los candidatos, se
soltaron varias mentiras, falsedades todas ellas. Yo me centraré en una
concreta porque ésta es mi columna, y el que quiera puede escribir la suya. En
este debate se destaparon un par de miserias del barbitas: si entramos al
discurso, resulta curiosa la facilidad que tiene el sujeto para coger un grupo,
el de los inmigrantes, o un subgrupo de estos, los menas, y tildarles de
delincuentes. ¿Hay delincuentes entre los inmigrantes? Por supuesto que sí.
¿Existe una correlación entre delincuencia e inmigración? Por supuesto que no. Hay
correlación entre miseria y delincuencia. Desde que el hombre es hombre, pero
eso al rico le jode la conciencia.
Resulta que la
costa mediterránea está repleta de inmigrantes que se han venido a España a
vivir y no se dedican a robar ni a violar ni a asesinar. Están los inmigrantes
con mayor poder adquisitivo, los que tienen su negocio, los que cobran sus
pensiones y los que no tienen ni para comer. De estos últimos, les hay que
trabajan bajo plásticos en condiciones infrahumanas, están los que cuidan a
nuestros mayores por cuatro perras, los que hacen las camas de los hoteles, los
que limpian los negocios, los que tienen los suyos, los que trabajan en la
construcción… Y luego están los que delinquen. Unos pocos. Este discurso de ir
contra el inmigrante, además de ser estúpido, es contraproducente porque la
economía española se beneficia de su aportación singular. Y para el que
delinca, Código Legislativo. Pero restarnos todo lo que suman los inmigrantes
buenos por los delitos de los malos, sería de gilipollas. Por cierto, los
datos, los de verdad, no los que sacó Santi en la tele, me dan la razón. Basta
con buscarlos.
Es más,
fijaos lo que os digo: si la solución para que en España dejara de haber robos,
asesinatos, violaciones, etcétera, fuera ésa, lo me plantearía. Pero esta gente
no se ha percatado de una gran verdad: estas medidas ya se han intentado a lo
largo de los siglos y nadie ha conseguido nunca evitar los flujos migratorios
ni evitar los delitos. Lo que sí que hemos conseguido han sido personajes que
prometieron hacerlo por cualquier medio: echadle un vistazo al siglo veinte.
Por supuesto que tiene que haber policía, jueces y cárceles para esta gente.
Pero aplicarles pena de prejuicio a todos por los delitos de unos pocos pondría
de mala leche a Sócrates y nos convertiría en estúpidos. Y esto, además, nos
demuestra el poco respeto que tiene Santi por la Constitución Española. O el
desconocimiento.
El artículo
13 dice que los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas que
garantiza el Titulo I en los términos que establezcan los tratados y la ley así
que, en principio, eso del artículo 14 de que todos somos iguales ante la ley
sin que pueda prevalecer discriminación de ningún tipo, hace que el discurso de
nuestro amigo de VOX sea más propio de un antisistema que de un demócrata. Y
para los que quieran hacer distinciones entre inmigración legal o ilegal, diré,
por ejemplo, que el artículo 39.4 dice que los niños gozarán de la protección
prevista en los acuerdos internacionales que velan por sus derechos, es decir,
la declaración de los derechos del niño. Lo digo por lo de los menores
extranjeros no acompañados. Una de las características del fascismo es esa
retórica inflamada en contra de una colectividad social desfavorecida y
desprotegida. Santi ya tiene otro punto para que, como individuo, y no como
colectividad, podamos aplicarle la definición que se merece.
Alberto Martínez Urueña
P.D.: estáis en vuestro derecho de votar derechas, no faltaba
más; pero no perdáis vuestra humanidad por miedos que no se sujetan.
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