Ya estamos
con las viejas costumbres. Todos han ganado. Todos, incluso los que no han
ganado un carajo, como Ciudadanos, cuyo líder no encuentra motivos para
dimitir, por lo que imagino que tener la casa como la tiene tendrá alguna
justificación ajena a su liderazgo. Al menos en su cabeza. Lo de la neurosis. Lo
mejor de todo es comprobar como los políticos que dirigen este barco sin rumbo
consideran a sus rivales como verdaderos enemigos y, todo sea dicho, a sus
votantes como completos retrasados mentales, analfabestias capaces de dejarse
engañar por cualquier mercachifle que se les cruce. Ya sabéis que es lo que
piensan de vosotros aquellos a los que no habéis votado. Que sois peleles
necesitados de tutelaje. No sabéis votar. Gilipollas.
Además, no
sólo no sabéis votar, sino que queréis hundir a este país. No es que tengáis
una receta alternativa para los retos que se nos presentan como sociedad. No es
que no sepáis de economía, o de sociología, o cualquier otra –logía que se os
ocurra. No, es que sois mala gente, pseudopersonas que queréis robar al resto
sus posibles, que queréis aplastarles, degollarles, matarles. Y luego, orinar
sobre tu tumba.
No hay
políticos dispuestos a gestionar la verdadera riqueza de este país, que es su
pluriculturalidad, respetar sus características diversas y buscar sus puntos de
cohesión para construir un país en el que quepamos todos. Lo dicen, pero hay
tantas líneas rojas que parece un juego de cuatro en raya. Antes bien, crean bloques
y trincheras desde donde se lanzan sus insultos. De ahí a mandar a sus peones a
defender la verdad verdadera –“¡Defendeos, amigos!”, gritarán desde su poltrona–
con las herramientas de que dispongan sólo hay un paso. Si llevamos años
despojando a la ciudadanía de una mínima cultura, imaginaos cuáles son esas
herramientas.
Sí que he de
decir que, con esto, hay unos claros ganadores de esta situación: son los
humoristas gráficos, los creadores de memes y, por supuesto, los gaditanos y
sus chirigotas. Ah, por supuesto, los artesanos de los ninots. Lo siento mucho
por la judicatura; en concreto, por los magistrados del Tribunal
Constitucional: si VOX cumple sus promesas, van a tener bastante trabajo, así
que olvidaros de obtener respuesta si alguien os ha vulnerado los derechos
fundamentales porque el retraso normal de las sentencias nos va a parecer
incluso deseable.
Más allá de
todas las coñas que se me ocurren al respecto de la mierda de panorama político
que se nos asoma por la ventana, el auge de partidos como VOX, y como sus
partidos hermanos europeos tiene un significado básico que no admite discusión:
si la gente les vota no es porque esas personas sean gilipollas –que quizá
también– sino porque los partidos tradicionales les han abandonado. Estos
partidos se ofenden cuando se lo echas en cara, pero la realidad es que, si no
te quieren, será por algo; si no te votan, será porque no les convences, no porque
el resto de partidos políticos te hayan robado algo. Votantes, verbigracia.
Aunque usen datos falsos.
El tema de la
extrema derecha, tanto en España como en Europa, creo que denota el hartazgo de
la gente. Gente hasta las pelotas de ver cómo los ricos se lo llevan crudo a
sus paraísos, los fiscales, y, cuando no, nos lo detraen al resto mediante
exenciones, reducciones, deducciones, reformas y, por último, amnistías. Gente
normal con salario bien pillado, hipoteca bancaria y facturas de gas y luz al
alza ve todo esto y a la vez no sabe qué va a ser de sus hijos, de sus
pensiones o de sus trabajos. Cuando pidieron una respuesta, los partidos
tradicionales les dijeron que, básicamente, los ricos son intocables. “Si les
miras la cartera, se lo llevan a otro país”, les dicen con cara circunspecta y
sosiego académico. Y cualquier destripaterrones mira con cara descompuesta y
risa nerviosa, y piensa: “¡pero si el hijueputa ya se lo está llevando!”. Este
es el primer paso del hartazgo: cuando alguien que te está reventando la
bisectriz, y además lo hace con una sonrisa prepotente en la cara, la primera
reacción es querer reventársela de una hostia. Y te dices “¡quieto, soooooo,
ponte la correa!”. Y se vota sosegadamente, en función de unos criterios
medianamente lógicos.
Pero cuando
has votado un par de veces a diferentes partidos y les ves hacer el gilipollas
en el Congreso mientras el rico sigue con su sonrisa prepotente en la cara, ya
te empiezas a cansar. Empiezas a pensar que aquí algo no funciona. Que esto no
va de tal partido de izquierdas o tal otro de derechas. En casa no llegas a fin
de mes, tus hijos te miran como si fueras un fracasado, si se te jode la
lavadora y la caldera al mismo tiempo no tienes para irte vacaciones y te han
dicho que el bultito que te ha salido te lo mirarán dentro de ocho meses,
cuando el pecho se te esté cayendo a cachos y ya sepas el diagnostico sin
necesidad de ecografía. Y un señor con cara circunspecta en una rueda de prensa
sin preguntas te dice que están haciendo lo posible para solucionar el tema,
que tienes que tener un poco de paciencia, que para el año que viene, o el
siguiente, a lo mejor la cosa ya va mejor. Y claro, te planteas estar otros
setecientos treinta días en las mismas condiciones y se te funden los plomos, y
cantas el himno de la legión y después el paquito chocolatero. Poniendo la voz
grave y a carcajada limpia. Luchando por ser el que más grita. Y luego la puta
historia se repite, y el político con cara circunspecta y sus asesores de
salón, a trescientos kilómetros de donde se estén repartiendo las hostias,
sacan conclusiones sesudas de cómo hemos podido llegar a esto, sentados ante
una chimenea mientras mueven una copa de buen brandi y se fuman un purazo de
veinte centímetros, bien colocados, medio a oscuras, para no ver la sangre
literal o figurada que les cubre la pechera.
Alberto Martínez Urueña
11-11-2019
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