Son pocas
veces las que escribo un texto por petición expresa de alguno de mis lectores. Para
este texto, me has sugerido hablar de controversias al respecto de la política.
Ideologías por un lado, y cómo se llevan a la práctica por otro. Las
incoherencias de los partidos, las pequeñas o grandes contradicciones, las
posibles corruptelas, nepotismos, tráfico de influencias, intereses soterrados…
De cómo nos acusarnos unos a otros de no ver la viga en ojo propio y fijarnos
en la paja del ajeno, en la falta de objetividad, en la ausencia de criterio, o
directamente en las guerras emocionales más allá de las razones. Creemos que
nuestras ideas son las correctas y que los demás están equivocados, y de ahí
pasamos a intentar convencer, en ocasiones de formas poco elegantes, a nuestros
rivales dialécticos, y, lo que es peor, arriesgamos amistades, muchas veces por
debates que directamente no nos afectan lo más mínimo.
Con respecto
a las ideas, diré que por supuesto que creo que las mías son las correctas. Si
no fuera así, no las mantendría, agarraría otras que creyese más acertadas
respecto a los valores primordiales que pienso y siento que han de regir
la actuación humana. Por supuesto, no todas las ideas me parecen iguales, e
incluso sostengo desde hace tiempo que hay ideas que no son respetables, aunque
sí lo sean las personas que las defiendan. No quiero dejar de mencionar
esto porque una de las principales lacras que observo en nuestro tiempo y que
imagino que será común a otros, es la ausencia de prelación entre unas ideas y
otras, la falta de estratificación, la no discriminación, haciendo que todas
valgan lo mismo. Esto no puede ser así. Para mí, el ser humano y sus
derechos, siempre primero; después, el resto de cosas. En base a esto, de
manera genérica, la ayuda a los más débiles, a los necesitados, a los
marginados, creo que ha de ser el primer principio de cualquier sociedad: estos
problemas se han de resolver siempre los primeros precisamente por esa
discriminación de que el ser humano y sus derechos han de ser protegidos por
encima de todo. Y dentro de sus derechos, los primeros siempre los básicos:
alimentación, vivienda, igualdad de oportunidades… Por supuesto, derecho a la
protección efectiva en todos sus aspectos. Otras cuestiones quedan relegadas a
una segunda posición que, sin pretender que sea irrelevante, sí que considero
que está un escalón por debajo. Por eso, cuando leo teorías que implican
prologar, o incluso cronificar, el sufrimiento de un ser humano, me opongo,
como cuando desde el Gobierno se pedía paciencia para que las medidas
económicas fructificasen: no puedes pedir paciencia –durante tiempo indefinido–
a personas cuyos hijos no comen tres veces al día, hay que discriminar y poner
esto por encima de otras consideraciones. Si esto es ser de izquierdas, lo soy.
Luego, podemos hablar de economía y de la mejor manera de gestionar una
organización social, pero cualquier debate ha de partir de la premisa de que
todos los ciudadanos –o una inmensa mayoría de ciudadanos que no hayan sido
excluidos por algún motivo de orden delictivo, o que se hayan autoexcluido–
deben tener unas condiciones mínimas cubiertas antes de hablar de otros
repartos.
Luego,
después de las ideas, tenemos el tema de los partidos políticos y si ponderamos
de igual manera las incoherencias de unos o de otros. Hablo de las
incoherencias, porque con respecto a hechos delictivos probados no hay un
pase. Aquí es donde entra la otra parte de la controversia, porque
indefectiblemente, todo lo que tiene que ver con el ser humano está sujeto a un
grado de incongruencia, de inconsistencia, de incoherencia, de contradicción.
Primero, porque puede haber objetivos que colisionen entre ellos y haya que
elegir –de ahí la importancia de saber discriminar y ya he dejado claras mis
prioridades–; y, después, porque las decisiones las toman personas con sus
intereses personales y sus propias contradicciones. Y esto es común a todas
ellas, y también a partidos políticos, religiones, asociaciones o empresas. Es
inevitable que se produzcan.
Pero claro,
de las incongruencias de cada persona, o de cada agrupación, se pueden colegir
motivaciones, y entonces entramos en las posibles interpretaciones, y aquí entra
el problema de la falta de objetividad, así como en la gradación que cada uno
haga de esas incoherencias, en la importancia de sus efectos y en las posibles
responsabilidades por ellas. Responsabilidades políticas, en este caso, más
allá de las penales, que son diferentes y van por otro vía. Por desgracia, como
tú y yo sabemos, vivimos en un país en donde los líderes políticos ponen poco
esfuerzo en parecer escrupulosamente
honestos y coherentes. No puedes elegir alguien que brame por la
honestidad y no tenga fantasmas en el armario. Más allá de esto, respondiendo a
la controversia sobre la arbitrariedad o subjetividad de mis comentarios en los
debates que mantenemos, sucede que los partidos de derechas son los que más
vulneran abiertamente, a veces incluso premeditadamente, los principios que he
puesto de manifiesto en un párrafo anterior, y por lo tanto, sus actuaciones me
parecen más graves. Además, de todos los escándalos con los que nos desayunamos
día sí, día también, el mayor de todos, a mi modo de ver ha sido la Gürtel.
Tanto por todas sus innumerables ramificaciones que abarcan a casi toda España,
como por la defensa durante años de personas cuyas conductas, afirmaciones y
comportamientos –lo de los coches de lujo en el garaje era de traca– eran del
todo menos claros. Lo cual no quita para que no sea capaz de ver la rampante
corrupción de casos como los ERE de Andalucía, hecho delictivo que espero que
paguen judicialmente, o el incongruente modo de vida que han elegido Pablo
Iglesias e Irene Montero en los últimos tiempos, que no es delito, pero que
debería haber supuesto su destitución, y así habría sido si de mí dependiera;
no porque yo lo considere reprobable, sino porque ellos acusaron a otros de
inmorales por hacerlo. Punto que no comparto con la izquierda, por cierto.
Alberto Martínez Urueña
13-08-2018
PD: Lo que no
voy a permitir nunca, bajo ningún concepto, es que partidos políticos
revestidos de ideologías a las que mancillan cada vez que las mencionan, me
hagan tener enfrentamientos con amigos, perder relaciones o incluso hacer que
yo mismo pueda perder el objetivo de honestidad personal que persigo. Sé que tú
también, todas nuestras amistades comunes, y otras muchas. Por eso, más allá de
las ideas, estoy orgulloso de mis amigos a los que tendré siempre por encima de
pequeñas veleidades que no pueden ocultar las grandes verdades internas que
contenéis y que comparto.
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