Llevo toda la
semana queriendo escribir sobre ello y no lo consigo. No me sale un texto
adecuado. Puede que sea imposible. Un video de Facebook compartido por mi
admirado José Luis Garayoa, profesor de religión y misionero. Cerrad el texto
si no queréis seguir leyendo.
Se ve un
camino recorrido por personas con el gesto impertérrito unos; vacío, otros.
Cuatro personas en fila, tres mujeres. Una de ellas porteando a su espalda un
niño pequeño que no reacciona demasiado, se le ve como perdido. Las otras son,
una, madre de edad indeterminada, ajada y con la mirada ida; la otra, una niña
pequeña con una falda de color marrón, quizá por el polvo del camino, un polvo
rojizo que se ve que se pega a la tela, arcilloso. Tres o cuatro árboles
famélicos a los lados del camino. La niña camina a un paso demasiado presuroso.
Se ve que tendrá unos cinco o seis años, aunque dependerá de cómo haya sido su
alimentación. El cielo se ve grisáceo.
Van rodeadas
por un grupo de hombres que parecen medianamente alegres. O, al menos,
despreocupados. El andar presuroso de la niña pequeña lo determinan ellos. Con
sus cortas piernas no es capaz de seguirles el paso si no es con esas pequeñas
carreritas que todos hemos visto a veces en los niños. A su madre, uno de esos
hombres la coge del cuello y la empuja, la obliga a ir más rápido. Se escucha
alguna risa. El hombre que abre el grupo, va armado con un rifle de asalto.
Es este
hombre el que sale del camino, y los demás le siguen entre las piedras,
rojizas, en una leve ascensión.
Les tapan los
ojos, les van colocando en la escena, arrodilladas. Suenan los disparos. En
primera persona, el cámara te va mostrando como los cuerpos se estremecen. La madre
y la niña caen al suelo. El niño porteado, todavía vivo, es arrastrado al suelo
por el cadáver que todavía le lleva. De todos los que disparan, el que está más
cerca, le remata. Su cabeza cae contra el suelo. Más galope de gatillos. Más
estremecimientos. Alguna risa.
Sé cuáles son
los discursos para no dejar que la gente que quiere llegar a Europa lo haga.
Hay razonamientos de todo tipo: económicos, históricos, culturales, otros que
inflaman el miedo, otros que aprovechan el odio siempre dispuesto a quemar las
entrañas… Los conozco, todos les conocemos, los hemos oído en algún sitio.
Hay uno que
es particularmente llamativo: el que habla del efecto llamada. El que argumenta
que, si aquí relajamos las restricciones fronterizas, los migrantes africanos
tienen un incentivo para intentar asaltar nuestros países. De todos los
razonamientos, puede que éste sea el más insensato, y además, el que porta una
mayor ceguera occidental. Porque los razonamientos económicos les puedo
entender: hay teorías que explican los posibles efectos nocivos de aceptar a
esas personas dentro de nuestros mercados laborales. Los históricos con
respecto a la conservación de nuestro acervo cultural. Y luego los del miedo a
la delincuencia, o los del odio contra aquellos que son diferentes y a los que
no comprendemos. Todos ellos son perspectivas de quien tiene contra el que no
tiene, de quien quiere conservar algo que dice que es suyo contra el que –supuestamente–
viene a quitárselo. Pero lo del efecto llamada…
El efecto
llamada implica una visión egocéntrica que denota una gran ceguera. Implica que
estas personas se ven influidas de manera determinante por nuestras decisiones.
Una muestra de ese egocentrismo occidental, de ese imperialismo colonial, de
ese tutelaje. Puede que influyamos sobre ellos cuando extraemos las materias
primas que requerimos para mantener este estilo de vida desbocado y a ellos no
les queda nada. O cuando nuestros gobiernos hacen negocios de armas para vender
el estocaje de armas obsoletas que no podrían dar salida en ningún otro
mercado. O cuando los líderes fácticos desestabilizan regiones enteras con sus
decisiones empresariales. Pero no en este caso. Eso sólo es una visión
egocéntrica, sin más motivo, como si Occidente fuera el sol respecto al que
giran estas personas.
Esas personas
no inician un viaje repleto de incertidumbre y muerte, endeudándose hasta con
su propia vida para poder llegar a las costas del Mediterráneo, porque haya
Gobiernos que sean más o menos duros en su política migratoria. Quien crea eso
es un necio. Esas personas inician ese viaje porque han visto la escena que os
he descrito en primera persona, en directo, se lo han hecho a sus hermanas, a
sus madres, a sus hijos… Porque hay lugares en el mundo en donde pasan esas
cosas –y otras muchas– y quieren salir de allí como sea. No es por las luchas
ideológicas y electoralistas de nuestros dirigentes, ni por las conversaciones más
o menos encendidas que nosotros mantengamos por Whatsapp. Es porque si no, les
matan.
Que cada cual
viva el espejismo que quiera.
Alberto Martínez Urueña
10-08-2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario