viernes, 10 de agosto de 2018

Egocentrismo


            Llevo toda la semana queriendo escribir sobre ello y no lo consigo. No me sale un texto adecuado. Puede que sea imposible. Un video de Facebook compartido por mi admirado José Luis Garayoa, profesor de religión y misionero. Cerrad el texto si no queréis seguir leyendo.

            Se ve un camino recorrido por personas con el gesto impertérrito unos; vacío, otros. Cuatro personas en fila, tres mujeres. Una de ellas porteando a su espalda un niño pequeño que no reacciona demasiado, se le ve como perdido. Las otras son, una, madre de edad indeterminada, ajada y con la mirada ida; la otra, una niña pequeña con una falda de color marrón, quizá por el polvo del camino, un polvo rojizo que se ve que se pega a la tela, arcilloso. Tres o cuatro árboles famélicos a los lados del camino. La niña camina a un paso demasiado presuroso. Se ve que tendrá unos cinco o seis años, aunque dependerá de cómo haya sido su alimentación. El cielo se ve grisáceo.

            Van rodeadas por un grupo de hombres que parecen medianamente alegres. O, al menos, despreocupados. El andar presuroso de la niña pequeña lo determinan ellos. Con sus cortas piernas no es capaz de seguirles el paso si no es con esas pequeñas carreritas que todos hemos visto a veces en los niños. A su madre, uno de esos hombres la coge del cuello y la empuja, la obliga a ir más rápido. Se escucha alguna risa. El hombre que abre el grupo, va armado con un rifle de asalto.

            Es este hombre el que sale del camino, y los demás le siguen entre las piedras, rojizas, en una leve ascensión.

            Les tapan los ojos, les van colocando en la escena, arrodilladas. Suenan los disparos. En primera persona, el cámara te va mostrando como los cuerpos se estremecen. La madre y la niña caen al suelo. El niño porteado, todavía vivo, es arrastrado al suelo por el cadáver que todavía le lleva. De todos los que disparan, el que está más cerca, le remata. Su cabeza cae contra el suelo. Más galope de gatillos. Más estremecimientos. Alguna risa.

 

            Sé cuáles son los discursos para no dejar que la gente que quiere llegar a Europa lo haga. Hay razonamientos de todo tipo: económicos, históricos, culturales, otros que inflaman el miedo, otros que aprovechan el odio siempre dispuesto a quemar las entrañas… Los conozco, todos les conocemos, los hemos oído en algún sitio.

            Hay uno que es particularmente llamativo: el que habla del efecto llamada. El que argumenta que, si aquí relajamos las restricciones fronterizas, los migrantes africanos tienen un incentivo para intentar asaltar nuestros países. De todos los razonamientos, puede que éste sea el más insensato, y además, el que porta una mayor ceguera occidental. Porque los razonamientos económicos les puedo entender: hay teorías que explican los posibles efectos nocivos de aceptar a esas personas dentro de nuestros mercados laborales. Los históricos con respecto a la conservación de nuestro acervo cultural. Y luego los del miedo a la delincuencia, o los del odio contra aquellos que son diferentes y a los que no comprendemos. Todos ellos son perspectivas de quien tiene contra el que no tiene, de quien quiere conservar algo que dice que es suyo contra el que –supuestamente– viene a quitárselo. Pero lo del efecto llamada…

            El efecto llamada implica una visión egocéntrica que denota una gran ceguera. Implica que estas personas se ven influidas de manera determinante por nuestras decisiones. Una muestra de ese egocentrismo occidental, de ese imperialismo colonial, de ese tutelaje. Puede que influyamos sobre ellos cuando extraemos las materias primas que requerimos para mantener este estilo de vida desbocado y a ellos no les queda nada. O cuando nuestros gobiernos hacen negocios de armas para vender el estocaje de armas obsoletas que no podrían dar salida en ningún otro mercado. O cuando los líderes fácticos desestabilizan regiones enteras con sus decisiones empresariales. Pero no en este caso. Eso sólo es una visión egocéntrica, sin más motivo, como si Occidente fuera el sol respecto al que giran estas personas.

            Esas personas no inician un viaje repleto de incertidumbre y muerte, endeudándose hasta con su propia vida para poder llegar a las costas del Mediterráneo, porque haya Gobiernos que sean más o menos duros en su política migratoria. Quien crea eso es un necio. Esas personas inician ese viaje porque han visto la escena que os he descrito en primera persona, en directo, se lo han hecho a sus hermanas, a sus madres, a sus hijos… Porque hay lugares en el mundo en donde pasan esas cosas –y otras muchas– y quieren salir de allí como sea. No es por las luchas ideológicas y electoralistas de nuestros dirigentes, ni por las conversaciones más o menos encendidas que nosotros mantengamos por Whatsapp. Es porque si no, les matan.

            Que cada cual viva el espejismo que quiera.

 

Alberto Martínez Urueña 10-08-2018

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