Es un tema
que no he tocado demasiado durante todos estos años. No creí que hacer
valoraciones personales sirviese de nada, más allá de explayarme sobre el
ascazo terrible que siempre me provocó. Hay pinturas que se salvan con un par
de trazos, con un boceto rápido, y no necesita más adornos. Otra cuestión para
mencionar podría ser el espectáculo político, bochornoso y en ocasiones
canallesco, que se ha logrado hacer políticamente con este tema. De una
cuestión que debería haberse resuelto dejando actuar al Gobierno de turno,
vigilando únicamente que no se retornase a implantar algo parecido a la mafia
de los GAL, y haciendo un bloque único del Estado de Derecho frente a los criminales,
se pasó a criticar la acción del Gobierno intentando obtener un rédito político
que, por desgracia, en ciertos grupos de esta sociedad caló muy hondo, poniendo
en cuestión la responsabilidad de los políticos que lo llevaron a cabo.
Pero más allá
de estas críticas sobre las que no puedo evitar hacer un comentario, prefiero
ver la parte positiva de este hecho: la disolución de la banda terrorista ETA.
No soy tan joven como para no recordar muchos de los coches-bomba, los tiros en
la nuca, las pintadas de dianas con nombres y rostros en el centro, las
amenazas a los ediles en los pueblos, las llamadas a las tantas de la
madrugada, el impuesto revolucionario, los exiliados, los funerales, las
lágrimas, la rabia, las manifestaciones… Viviendo en una ciudad como Valladolid
la cosa se veía un poco desde lejos: aquí no escuchabas las explosiones como en
Madrid. Recuerdo a mis amigos de Usera cómo relataban los estampidos y las
columnas de humo, y no era algo aséptico, por mucho que no afectase a nadie
conocido. Fue una época complicada en esta piel de toro. La parte positiva que
imagino será más complicado de ver cuanto más cerca tengas alguna víctima es
que el Estado de Derecho ganó la guerra. Y la ha ganado no sólo porque ETA se
disuelva, sino porque además, no se disolvió ella misma, no se disolvió nuestra
sociedad cediendo a su extorsión y admitiendo sus premisas. Pero además, no se disolvió
en otro sentido: no permitimos que nos llevaran a la desesperación y a la rabia
y quisiéramos, precisamente, volver a la época de los GAL, o a otras más
pretéritas, que nos hubieran degradado a nosotros mismos como sociedad y como
personas.
La violencia
no consiguió sus objetivos. Ése es otro de los aspectos, fundamental, que hemos
sacado de positivo de todos estos años, décadas, en los que pudimos llegar a
dudar de una verdad: a largo plazo, la violencia nunca ha conseguido nada. No
soy ningún ingenuo: hay veces en que la violencia es inevitable. No creo en esa
frase estúpida de que en la guerra no hay ni buenos ni malos, porque cuando la
violencia se desata contra ti, tienes que defenderte. Cuando llega el
conflicto, hay que procurar solventarlo mediante vías pacíficas, pero no soy de
los que se la cogen con papel de fumar: cuando empiezan las agresiones físicas
contra las personas, cuando incluso empiezan los muertos, ya no hay más espacio
que defenderse. Ya no hay excusa para pedirle a nadie que se convierta en
víctima. Todas esas guerras que hoy en día desangran a muchas naciones no
tienen justificación, no hay evasivas que expliquen la indiferencia de
Occidente, siempre presta a participar en aquellas que influyan en su política geoestratégica.
O en sus negocios de venta de armas. Pero en lo que nos atañe, ETA no logró
imponer, mediante su violencia, los postulados que defendían. A pesar de los
casi mil asesinados, cuyo listado completo está en Internet, y cuya lectura
sobrecoge. Acabo de llevarla a cabo, y sobrecoge.
Por eso, el
comunicado de ETA es una gran noticia. Es cierto que las asociaciones de
víctimas están muy ofendidas, con razón, por los términos concretos de ese
comunicado. Términos en los que hacen distinción entre unos muertos y otros. No
tiene el más mínimo sentido. Podrían tener sus razones para estar en desacuerdo
con España, con la idea de España o con la forma de gestionar España; sin
embargo, de ahí a matar a todas las personas que mataron, los heridos que
dejaron y aquéllos a los que aterrorizaron hay un trecho muy largo: el trecho
que supone el valor de cada una de las vidas humanas que destrozaron. Infinito,
por cierto.
España es un
país que ha conocido perfectamente las miserias humanas entre vecinos, las que
se llevan a cabo con rostros conocidos, con familiares cercanos y con otros que
antes fueron amigos. La Guerra Civil tuvo mucho de todo eso. Y también hemos
conocido la miseria del terrorismo, el fascismo rapaz del nacionalismo que
pretende imponerse con violencia y sangre, supeditando ideas a personas, el
peor crimen que puede cometer un ser humano contra otro. Somos un país con
mucha historia detrás. Debería servirnos, tanto la miseria bélica entre
hermanos como el terrorismo fascista de ETA, para entender el auténtico valor
del entendimiento, del consenso y de la palabra; y acatar de una vez por todas
la responsabilidad de los discursos, renunciar a la manipulación de las
emociones y dejar de utilizar y retorcer las leyes para acomodarlas a nuestros
caprichos. El terrorismo de ETA se acaba, pero hay muchas lecciones que
aprender del rincón más oscuro de nuestra historia reciente.
Alberto Martínez Urueña
20-04-2018
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