Andaba
trasteando por Internet en esos ratos en que la vida me lo permite y me he
encontrado con una noticia que, por afinidad artística, me ha calado profundo.
Resulta que ciertos colectivos de rap, de ciudades diversas, se han unido para
realizar una canción sobre la libertad de expresión, hilando ésta con temática
real y cómo las opiniones y metáforas utilizadas en sus temas han conseguido
meter en la cárcel a más de uno de ellos. No voy a colgar aquí el enlace porque
no pretendo difundir ideas que puedan ser delictivas, pero, como siempre, lo
que San Google nos da, queda bendecido en la red para siempre. Que cada cual
decida sobre sus actos.
Os voy a
contar una historia muy interesante, porque en estas épocas oscuras en las que
el borreguismo trata de imponer sus leyes fundamentales a base de discursos
demagogos y publicidad confusa tenemos el sentido común para defendernos. Y una
herramienta muy interesante que aplicar en nuestra faceta reflexiva y
expresiva. Hay un libro muy interesante al que deberíamos recurrir con más
frecuencia de lo que hacemos, aunque sólo sea por cubrirnos las espaldas. Os
hablo del Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Ahí tenemos una
infinidad de palabras, suficientes para poder expresarnos con la debida
propiedad y que nadie nos hinque una patada en la bisectriz por haber
traspasado ciertos límites. Porque, si en algo hay que dar la razón a la
sabiduría popular, es en que el castellano es una lengua riquísima que, entre
muchas de sus acepciones, tiene los insultos. Ya sabéis, esas palabras que son
lo primero que se aprenden los extranjeros cuando vienen aquí a robarnos el
trabajo y las divisas. Como los futbolistas. Yo no lo digo: lo he leído en
Internet.
Además de las
palabras que tenemos, varias decenas de miles de ellas, está la sintaxis, es
decir, cómo mezclar esas palabras en frases coherentes. No es lo mismo usar la
palabra cabrón como adjetivo calificativo que usar la palabra necio, o la
palabra estúpido, porque significan cosas distintas. Y en el campo de las
calificaciones personales, teniendo en cuenta lo fino que hilan nuestros
magistrados, tenemos que coser las frases como un buen sastre inglés: con
elegancia. No es lo mismo hacerlo utilizando una frase dubitativa que
afirmativa: no llegues y afirmes que tal político es un hijo de puta, entre
otras cosas, porque te van a cascar una multa. Puedes utilizar una frase
dubitativa en la que plantees la duda de que, por tal o cual hecho no probado
judicialmente, si fuera cierto, un político determinado es un delincuente. O
cuatrero, o cortabolsas, o directamente ladrón. Pero no le llames hijo de puta,
porque su madre sólo tuvo la indecencia de no saber educarle correctamente; y
de ahí, a ser puta, hay un trecho. Únicamente sería una incompetente, una
ignorante o una torpe. Y siempre, desde tu punto de vista. Twitter, ahora con
doscientos ochenta caracteres te lo permitirá, y también te lo agradecerá el
sobresaturado sistema judicial español.
Por supuesto,
los deseos son imposibles de controlar. Lo que controlas, en realidad, es lo de
llevarles a cabo, pero si deseas que te revienten la cara con una vara de
hierro, no tienes la culpa de nada. No obstante, si lo llevas a cabo, eres,
cuando menos, una persona extraordinaria. Fuera de lo corriente, vamos. No pasa
nada, o no debería pasar nada, por desear eso, o por desearle la muerte a
alguien: a fin de cuentas, los pecados capitales fueron descritos hace siglos,
por lo que podemos colegir que existen desde que el hombre es hombre,
consustancial a su naturaleza, y dentro de estos siete pillos tenemos a la ira
como una expresión descontrolada del odio. Personalmente, si mis padres
hubieran sido estafados por un banco y les hubiesen robado los ahorros con unas
buenas preferentes, además de interponer la correspondiente denuncia, es
probable que pudiera sentir un odio profundo hacia ese director de oficina que
les engañó con el producto. Y si en ello les va el comer, que hay a quien le ha
pasado, debería utilizar una frase desiderativa y al mismo tiempo condicional,
siempre matizada por un comentario en el que hicieras constar públicamente que
lo que estás haciendo es utilizar una hermosa metáfora que nada tiene que ver
con la realidad subyacente en la que, como buena persona, respetas toda vida.
Sería algo así como: en el caso de que se
demuestre que el señor director de la oficina conocía los riesgos de la
operación y aun así se los ofreció a mis padres, siempre desde el más profundo
respeto por su persona, el odio que esto me produce me lleva a imaginarme –solamente
dentro de mi cabeza y sin pretender que nadie utilice mis palabras para
planificar su asesinato, y también debido a que la avaricia es un pecado–, cómo
la espada de Dios devora su carne al modo que Moisés dejó por escrito en el
Deuteronomio, y sin que esto pretenda ser una ofensa contra el sentimiento
religioso de nadie, disculpándome de antemano y en todo momento si con este
sentimiento o con estas palabras he ofendido a nadie. Tengo serias dudas de
si en este caso podemos considerar extrapolable el sentimiento de odio
descontrolado, y por tanto, el deseo de que Dios, en la aplicación de sus
propios códigos, usase esa misma espada contra el político que ha permitido que
los bancos realizasen determinadas prácticas, o en ese caso, hay que pedirle que
se la envaine. Habría que consultar jurisprudencia. Ojo, y siempre en sentido
metafórico: no queremos que nadie se piense que rezamos todas las noches siete
padres nuestros para que esto ocurra. No estamos ideando ningún atentado ni
pretendemos que nadie lo haga en nuestro nombre. Tampoco queremos inflamar la
llama del odio entre todos los afectados por las posibles situaciones que sean
asimilables. Hemos de dejar claro este extremo, no sea que, por ejemplo, algún
psicópata de manual sobreentienda algo que no pretendemos, como que él mismo
sea ese Dios del que hablaba Moisés en su texto. Lástima para esos raperos que
las canciones no suelan durar de diez a quince minutos y estén sujetas al rigor
del ritmo y de la lírica: ha dado la casualidad de que no han encontrado la
forma de rimar las palabras “respeto a toda vida humana” que el rap español
siempre ha propugnado, más allá de las metáforas utilizadas, con “AK-47”.
Alberto Martínez Urueña
09-04-2018
PD.:
Yo respeto al ser
humano siempre,
incluso al más delincuente,
por mucho que crea que
hay personas que no entienden
qué significa la
palabra respeto
y el alcance que tiene.
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