Una de las
diatribas en las que me sumerjo con frecuencia es en intentar discernir la
diferencia entre lo que parece y lo
que realmente es. Esto, que
inicialmente puede parecer sencillo, se ha convertido en el día de hoy en un
auténtico problema. Unido a la estratificación a la que nos someten las
corrientes ideológicas y sus necesidades de clasificación nos llevan a estar
más a las apariencias y sus prejuicios que a las realidades subyacentes, y
esto, en determinadas cuestiones, es muy peligroso.
No voy a
engañar a nadie si me declaro como un tipo bastante anticapitalista, bastante
anticonservador y bastante antirreligioso –tal y como se ha vendido la religión
a sí misma desde hace siglos–. No obstante, también podría decir que no soporto
la miseria con que las leyes de mercado carga a muchas personas, mientras que a
otros les permite verlo desde la cubierta de su yate; o que cuando pienso en conservadurismos,
algo inmune al paso del tiempo, me viene a la cabeza una charca con agua bien estancada
y repleta de verdín; o que la religión que excluye y condena al ostracismo a
quienes “pecan”, me parece uno de los inventos más crueles de la Historia de la
humanidad, además de un arma de manipulación masiva. Por suerte para mi
inteligencia, mi definición política no me exige ser rehén o vocero de la
prensa de una única tendencia: soy asiduo lector de periódicos como Abc o La
Razón, abiertamente conservadores y capitalistas, por mucho que tengan
tertulianos cuya moralidad les llevaría de cabeza al infierno, de acuerdo a la
doctrina católica. De hecho, hay días en que me encantaría que se confirmara
como científicamente cierta tal creencia, para que algunos de sus más
fervorosos y avaros seguidores se consumiesen en el fuego eterno que les desean
a personas que, en realidad, no han hecho daño a nadie. Aunque a lo mejor, por
estos comentarios me condenan penalmente por delitos de odio o de terrorismo y
por ofender los sentimientos religiosos. Así que, donde he dicho cristianismo o
catolicismo, poned mitraísmo, zoroastrismo, o la religión que os dé la gana y
así diversificamos: puestos a ofender, ofendamos a todas las que se dejen.
Leyendo
periódicos de diferentes tendencias he sacado dos conclusiones básicas: hay
energúmenos en todos ellos, tanto entre los escritores como entre los lectores
que escriben sus opiniones en los foros; y jamás he encontrado algún medio de
comunicación que siempre diga lo que yo quiero en cualquier circunstancia o
noticia. Y os lo digo con total naturalidad: me he sentido aliviado. Me he
sentido aliviado porque eso dice que no soy ninguna cerril cabeza de ganado tragando
el forraje que un periodista me lance al pesebre. Me he sentido aliviado porque
no me caso con ningún partido político, soy capaz de reconocer las luces y
sombras de cada uno de ellos, sin ningún forofismo estúpido. Pero el principal
motivo por el que me siento aliviado es porque me doy cuenta de una verdad fundamental
y axiomática: el espacio que nos separa a la mayoría de ciudadanos es mínimo,
pero entre los políticos y sus medios afines han conseguido que parezca que hay
que medirlo en unidades astronómicas. Por algo lo harán, porque lo hacen de
forma consciente y deliberada.
Debido a este
alivio, yo me permito discutir con quien haga falta de lo que haga falta, no me
considero agredido, ni tampoco agresor. No considero que un votante del PP que
sea obrero le guste el sadomasoquismo, y no considero que alguien que vote al
PSOE tenga acciones en una empresa de cal viva. De los votantes de Ciudadanos o
de Podemos, no tengo nada que decir, porque sus dirigentes, en contra de lo que
muchos soplagaitas intentan hacernos creer, todavía no han demostrado su
capacidad de gestión, pero sobre todo, no han demostrado hasta la saciedad que
les guste salpicarse de mierda.
Entre los
amigos, hablamos de muchos temas, de la prisión permanente revisable o de
Cataluña, y siempre hay varias opiniones, lo cual hace que me sienta orgulloso
de los círculos en los que me muevo, en donde cada uno tiene sus particulares
puntos de vista sin pretender hacer sangre, y en donde espero haber sido
absolutamente respetuoso con mis apreciaciones. Me he dado cuenta que sólo
necesitaría conocer fehacientemente la opinión mayoritaria para aceptarla. Si
de mí dependiera, me encantaría hacer un referéndum y aplicar lo que saliese. Y
esto lo digo a sabiendas de que perdería muchas de las votaciones, entre ellas
la de la prisión permanente revisable. Una vez conocida la opinión mayoritaria
sobre este tema –o del que fuese–, tomada ésta como dirección fundamental a
recorrer, se podría entrar al detalle y a las negociaciones transaccionales –
por ejemplo, a qué delitos se aplicaría y de qué manera–. Digo esto porque a mí,
lo que me atrae de la democracia no son las diferencias maximalistas y su
imposición grotesca mediante y sistema de mayorías, sino los mecanismos de
acuerdo para lograr nexos comunes entre opiniones divergentes. Prefiero asumir
la opinión mayoritaria y después negociar los detalles particulares a esta ridícula
guerra sin matices tan ibérica que nos convierte en conjuntos disjuntos. En
vecinos buscando una nueva excusa para volver a partirnos la cara, en humillar
en lugar de convenir, en saldar cuentas pretéritas, negándonos de forma crónica
la posibilidad de construir un edificio social que pueda dar cabida a la
inmensa mayoría de personas que, en realidad, en las cosas más básicas, no nos
diferenciamos tanto.
Alberto Martínez Urueña
26-03-2018
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