martes, 12 de diciembre de 2017

Los cantos de sirena


            Son varios los artículos en los que he escrito de manera tangencial sobre este tema, prometiendo tocarlo cuando llegase el momento. Éste ha llegado, motivado por varios artículos que me han llegado; y el primero sería un artículo que he releído hace poco sobre la manera en que las redes sociales nos están convirtiendo en seres incapaces de centrarnos lo suficiente como para leer un texto completo de una cierta extensión. No digamos ya un libro… La presencia de hipervínculos en las páginas de todo tipo a las que accedemos y cómo bailamos de unas a otras hace que nos quedemos en los titulares, y de esta manera, en lo superfluo, sin descubrir los detalles. Lo que enriquece.

            También ha llegado a mis manos otro artículo sobre la agresividad en los comentarios que se pueden leer en las redes sociales. Según el artículo no es cierto que haya crecido, pero posteriormente habla sobre un estudio en el que se demostró que la empatía y la capacidad para conectar con otra persona disminuye según su mensaje nos llegue directamente de una conversación presencial, o bien un discurso audiovisual, o bien mediante un texto escrito. Esto demuestra que, instintivamente, el respeto que sentimos por nuestros interlocutores virtuales es muy inferior al que sentimos cuando hablamos a la cara –no hablo de miedo a que nos la rompan, que sería otra cosa–. Tenemos un problema si las redes sociales hacen que nuestras relaciones, las que sean, se vean privadas del respeto más absoluto por las personas.

            Estas redes sociales, además, forman parte del llamado Big Data que analiza nuestros comportamientos y, en aras de facilitarnos las búsquedas, nos ofrece aquellos contenidos que cree que pueden aproximarse a nuestros gustos y nuestras inclinaciones. Corremos el riesgo de ver únicamente aquello que nos gusta, ya sean videos de gatitos, o noticias sobre corrupción, pero todas del mismo corte. Los medios de comunicación tienen suficientes incentivos para ofrecer visiones sesgadas que fidelicen a sus lectores y no una información aséptica y objetiva que pueda entrar en discrepancia con sus ideas y, por tanto, perderles. Y no olvidemos de que las grandes corporaciones –que ya dominan los medios– no quieren personas formadas, quieren fieles consumidores.

            Otra interesantísima cuestión hace referencia a cómo la introducción de las nuevas tecnologías en las aulas está produciendo una reducción del rendimiento intelectual de nuestros alumnos. No me extiendo en este tema, y os recomiendo que busquéis bibliografía al respecto si tenéis intención de discrepar. No seré yo el que pretenda cerrar la boca a nadie: eso se lo dejo a la ciencia.

            Siempre he dicho que no soy un neoludista contrario al avance tecnológico, pero este debe cumplir determinados requisitos. No hablo únicamente de esa frase hecha de que la máquina ha de estar al servicio del hombre, y no al contrario, tan usado cuando hablamos de la esclavitud que puede provocar del uso desproporcionado y desmedido de estas nuevas tecnologías. Hablo de algo más profundo –que en parte puede venir de lo anterior, pero no sólo– como es el propio deterioro humano que puede producir, como esa falta de concentración de la que hablaba y que, ojo, ya está demostrada. No estoy hablando de cuestiones que se pongan en tela de juicio, son hechos que ya se han constatado.

            La tecnología es uno de los hitos más brillantes de nuestra historia: la capacidad de proveernos de energía para lograr una mejora de sus diferentes sociedades ha provocado, como siempre digo, que nuestros hijos no mueran por las enfermedades del invierno gracias a los avances médicos, de construcción y aislamiento, así como en las calefacciones. Sin embargo, no todo es tan luminoso. Por poner un ejemplo que creo suficientemente claro, os diré que se empieza a hablar de forma seria, en según qué países, de robots que acompañen a las personas enfermas, o mayores, y puede parecer una gran medida, pero sólo si la vemos de forma desconectada de la realidad que subyace. La tecnología nos ofrece un mundo más cómodo, más descansado, con menos conflictos personales y con mayor información. Hasta que el exceso de información hace de ella un monstruo ingobernable y las redes sociales nos polarizan y nos convierten en caricaturas agresivas de lo que podríamos ser. Y hasta que la comodidad nos impide ofrecer algo de calor humano a quienes más lo necesitan, y lo sustituimos por el calor de una batería de litio. Sólo diré que el tiempo ha terminado legitimando cuestiones que anteriormente se consideraban auténticas barbaridades.

            La tecnología no hará que seamos distintos seres humanos que los que venimos siendo desde los inicios, y que, para el que le interese, los autores clásicos de todas las culturas del mundo ya describieron, con nuestras pasiones, nuestras tragedias, nuestros amores… La lucha entre el Bien y Mal interno que todos llevamos en las tripas no se va a solucionar con una frase fácil en Facebook, ni con un Me gusta a una foto de Instagram. El sentido del libre albedrío, de la elección humana, y por tanto el de la propia vida van a seguir siendo los mismos, tendremos que seguir buscándoles, y seguiremos condenados a sufrir –elegir, o no– los cantos de sirena que pretenden llevarnos hasta las islas de nuestra perdición.

 

Alberto Martínez Urueña 12-12-2017

No hay comentarios: