Sólo por
ponernos un poco en situación de lo que pudiera ir ocurriendo en los próximos
días. Imaginaros por un momento que la jugada de Puigdemont va y le sale fetén.
La justicia belga decide que eso de imputarle un delito de rebeldía no cabe ni
en el forro del uniforme de Franco, y que lo de la sedición, palabra elegante
con significado curioso, no se ha producido, porque la mera declaración de
intenciones –llevarlo a cabo– no implica hacerla efectiva. El tema de la
malversación de fondos públicos podría quedar en el aire en base a la no
aceptación de los dos anteriores, e imaginaros que, por arte de magia, el
sujeto ése puede quedarse en Bruselas.
Pero no solo
eso –porque ya oigo a más de uno diciendo lo de que “¡pues a tomar por culo en
Bruselas!–, porque en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y en Tribunal
Europeo de Derechos Humanos –o de Estrasburgo– podrían decir algo parecido, y
entonces, ya no habría Puigdemont a tomar por culo en Bruselas, sino Puigdemont
de vuelta en Cataluña como un general romano conquistador de la Galia. No es
algo tan estúpido como pueda parecer: la Justicia europea ha demostrado en
multitud de ocasiones la necesidad que tiene de recordarle a la Justicia
española cual se supone que es su trabajo, es decir, suministrar justicia a sus
ciudadanos conforme a una serie de requisitos legales fundamentales. Si no lo
veis claro, acordaos de los etarras que salieron a la calle cuando tumbaron la
doctrina Parot. Por razones de trabajo, también me sé cuestiones relativas a
las normas contractuales españolas y cosas llamadas negociados sin publicidad –adjudicaciones
de dudosa transparencia que desde Europa no acababan de entender demasiado bien–.
Pero si todo esto os queda muy lejos, podéis acordaos de las llamadas clausulas
suelo, y quizá empecéis a ver la luz. No siempre llueve a gusto de todos,
¿verdad?
Os comento esto
porque aquí, en nuestro patio de vecinas, las cuestiones relativas al Derecho,
a la Justicia y a la aplicación que nuestro sistema judicial hace de los mismos
no es tan imparcial como a veces debería. Teniendo en cuenta esos casos que os
menciono, y otros de los que podríamos hablar, no sería demasiado ilusorio
pensar que desde Europa vuelvan a recordarnos que ciertas prácticas y ciertas
leyes no son muy justas, ni muy garantistas para los acusados, ni muy
concordantes con la normativa europea que, por el principio de jerarquía
normativa, quedan por encima de las leyes que nuestros queridos diputados se
saquen del higo. Además, después de todo el bochornoso espectáculo que llevamos
sufriendo en los últimos tiempos, no es descabellado poner en tela de juicio la
debida independencia del Poder Judicial con respecto a los otros dos poderes,
que en la práctica suelen dormir juntos en la misma alcoba, en un ejercicio
endogámico que sólo pare bestezuelas deformes. Como Carlos II el hechizado, inútil
para casi cualquier cosa que se le pretendiese usar.
Otra opción
que tenemos es defendernos de ese ataque de la comunidad internacional que,
como tan garantista con los delincuentes, y además tan ignorante de la casuística
española, es muy fácil verla como un enemigo. Ya sabéis, la culpa siempre es de
los otros. Y además, en todos sitios cuecen habas, a ver qué van a venir a
enseñarnos. A nosotros.
Y es que la
justicia en España, gracias a nuestros queridos políticos, lleva mucho tiempo
puesta en el candelero, sospechosa de ser demasiado afín a los cargos que les
nombran, sometida al escrutinio por sus decisiones controvertidas, y siempre cuestionada
desde el primer momento en que a sus órganos de dirección les ponen a dedo
entre el PP y el PSOE a través de un procedimiento que pretenden que veamos
como adecuado. No dejan de ser los señores feudales poniendo a su consejero, el
cacique a su cherif, o el obispo a su deán. Siempre podremos ejemplificar el
buen hacer de la Justicia acordándonos de casos de gente que acaba imputada en
procedimientos judiciales, o incluso en la cárcel, por colgar chistes en las
redes sociales, por manifestarse o por tener publicaciones satíricas que
ofenden a quienes las sufren. O esperpentos tales como los sesenta millones de
euros que te pueden caer por tener una placa solar sin estar debidamente
registrado.
Por eso,
cuando veo al sedicioso señor Puigdemont en busca y captura, y la orden la ha
dictado un juez de la Audiencia Nacional a instancias de la Fiscalía, pienso
que las cosas pueden salir distintas a como las han pensado nuestros queridos
dirigentes. Cuando todo queda en casa, es más fácil. Puedes meterle un buen
puro a una niña que se ríe de Carrero Blanco en Twitter mientras un ultra del
Betis pasea la bandera del aguilucho por Sevilla, porque los delitos les
tipifican unos y les persiguen otros, y está todo muy bien atado. Pero en la
Europa esa, esa prostituta de tantos siglos, no todo es tan fácil, y quizá a
más de uno se le tuerza la sonrisa prepotente cuando el desarrollo de los
acontecimientos no sea el esperado. Ojo, yo soy el primero que abogo por el
cumplimiento de la ley: el problema es que aquí, en España, hay mucha gente que
exige su cumplimiento pero está muy acostumbrada a saltársela, y precisamente
por eso, estos tipejos de dudosa catadura moral pueden conseguir que un delito
como declarar la independencia de una parte del territorio español quede
impune. Y España, esa de la que hablan con el pecho henchido y a la que
defienden en según qué casos, otra vez humillada.
Alberto Martínez Urueña 3-11-2017
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