Por si no os
habéis dado cuenta, el mundo sigue girando, tanto en plan peonza, con su
rotación y precesión, como con el de traslación, y con esos movimientos que nos
sirven para medir el tiempo de una forma más o menos razonable y que nos traen
el curso de las estaciones. Por eso, seguir hablando de lo mismo sería
ridículo, cuando se ha demostrado que era palmariamente innecesario. Y así lo
he defendido en estos textos. Así que, si queréis mencionarme algo de esa
región de noreste de la piel de toro, podemos hablar de su deterioro de la
sanidad, del aumento de la desigualdad o de la pobreza energética.
Pero como me
he conjurado para no hablar de esto, deberíamos hablar, verbigracia, de los
pactos de financiación conforme a los cuales las regiones más pobres de España
saldrán nuevamente perdiendo en favor de las más ricas, demostrando una vez más
que eso de la solidaridad entre regiones es un párrafo que les quedó
superelegante a los legisladores, aunque todavía resuene el eco de sus
carcajadas. También hablaríamos de cómo los sucesivos Gobiernos españoles llevan
cuarenta años vociferando contra los nacionalismos en público mientras que, en
privado, llevan ese tiempo ofreciendo pleitesía y nalgas desnudas ante sus
chantajes. Ojo, las nuestras, que les salen gratis. Pues que sepáis que, si os
jode que os toquen la cartera, nos habría salido mucho más barato una consulta
pública no vinculante en el año dos mil seis que las sucesivas mamandurrias
presupuestarias que durante este tiempo han sido. La fidelidad del ibérico
porcino a sus colores es encomiable.
Podemos
hablar de que somos, según Bruselas, el país de la Unión Europea con mayor
desigualdad en términos de renta. Os recuerdo que dentro de esta amalgama
utópica hay países como Rumania, Polonia, Lituania… Países sobre los que
hacemos chistes peyorativos –sin recordar lo poco que nos gustan los que hacen
de nosotros– o que nos meten miedo cuando les vemos por las calles de nuestras
ciudades. Pues que sepáis que tenemos datos peores que ellos. Pero podemos
hablar de cómo nos encalabrinamos cuando salen estos informes –os lo de Oxfam,
o los de Cáritas– y les aplicamos la doble pinza de matar al mensajero y
cuestionar la metodología. Sin ser expertos. Típico del ibérico porcino pura
raza de bellota.
Pero hablemos
del estado de abandono financiero y de medios que sufren los órganos de control
del Estado español, ya sea la Agencia Tributaria o la Intervención General de la
Administración del Estado. O de la Administración de Justicia, con un sistema
informático casi inexistente, mientras que el poco que tienen se les cae periódicamente
y pone al descubierto sumarios judiciales. Y mientras tanto, fiesta en la
dehesa del ibérico porcino, más preocupado por la estética de la bandera con la
que se cubre que por el contenido que representa y debería defender. Glamour
ante todo.
Pero podemos
entrar a hablar de lo importante. En primer lugar, de la Educación en nuestro
país. No de la calidad, que ya de por sí nos daría para todo un ensayo de mil
páginas y un millón de lágrimas: un sistema que desprecia toda evidencia
científica y metodológica sobre las buenas prácticas educativas con el mantra
estúpido de la adaptabilidad de los diferentes modelos. Podemos hablar de esa
costumbre desmañada del ibérico porcino en el que cada cerdo es experto de
todo, en este caso de educación, y se atreve a largar sobre el menoscrédito que
sufre el profesorado –o directamente la inseguridad física– al tiempo que se
despacha a gusto cuestionando todas y cada una de las medidas que le aplican a
sus retoños. Retoños a los que exige respeto para con su profesorado, al tiempo
que ellos mismos le ponen a escurrir.
Y qué menos
importante, por cierto, que la sequía que sufrimos, y de ese modelo ecológico y
medioambiental español que es un completo desastre, guiado más por el barro en
el que nos revolcamos a corto plazo que por la sostenibilidad a largo plazo de la
propia dehesa. Yo de esto no entiendo un carajo, no tengo problemas en
reconocerlo, y por eso mismo me dedico a escuchar a los que saben, en lugar de
cuestionarles. Y, he de reconocerlo: con resultados devastadores para mi estado
de ánimo. A ese respecto, contemplo con absoluto estupor como el modelo
energético español –directamente relacionado con el tema– es… Se me agotan las
palabras. A MÍ. Os lo aseguro, cualquier aspecto sobre el que intentas obtener
alguna información te lleva a querer irte a cualquier otro país y dinamitar
éste. Irte allí donde no haya ciudadanos que voten a partidos políticos capaces
de sancionar el autoconsumo en un más-difícil-todavía al servicio de las
energéticas. Lo del impuesto al sol. Y aquí, los ibéricos porcinos mirando
embobados mientras el matarife va afilando el cuchillo con el que degollarle.
Está muy bien
debatir sobre lo que queráis –que suele coincidir con lo que quieren los medios
de comunicación y los partidos políticos, y los inversores de ambos, que son
los mismos–, pero yo no voy a entrar por ese aro tan pequeño. Un aro tan
reducido que no cabe el sentido común, por cierto, porque el análisis sosegado
de lo que verdaderamente nos afecta no pasa por lo que nos venden. Aquí, los
poderes fácticos nos dan bellotas, y corremos a por ellas entre gritos de
placer, enardecidos, sin recordar que, de manera inexorable, antes o después,
San Martín siempre llega.
Alberto Martínez Urueña
28-11-2017
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