martes, 28 de noviembre de 2017

El ibérico porcino



            Por si no os habéis dado cuenta, el mundo sigue girando, tanto en plan peonza, con su rotación y precesión, como con el de traslación, y con esos movimientos que nos sirven para medir el tiempo de una forma más o menos razonable y que nos traen el curso de las estaciones. Por eso, seguir hablando de lo mismo sería ridículo, cuando se ha demostrado que era palmariamente innecesario. Y así lo he defendido en estos textos. Así que, si queréis mencionarme algo de esa región de noreste de la piel de toro, podemos hablar de su deterioro de la sanidad, del aumento de la desigualdad o de la pobreza energética.

            Pero como me he conjurado para no hablar de esto, deberíamos hablar, verbigracia, de los pactos de financiación conforme a los cuales las regiones más pobres de España saldrán nuevamente perdiendo en favor de las más ricas, demostrando una vez más que eso de la solidaridad entre regiones es un párrafo que les quedó superelegante a los legisladores, aunque todavía resuene el eco de sus carcajadas. También hablaríamos de cómo los sucesivos Gobiernos españoles llevan cuarenta años vociferando contra los nacionalismos en público mientras que, en privado, llevan ese tiempo ofreciendo pleitesía y nalgas desnudas ante sus chantajes. Ojo, las nuestras, que les salen gratis. Pues que sepáis que, si os jode que os toquen la cartera, nos habría salido mucho más barato una consulta pública no vinculante en el año dos mil seis que las sucesivas mamandurrias presupuestarias que durante este tiempo han sido. La fidelidad del ibérico porcino a sus colores es encomiable.

            Podemos hablar de que somos, según Bruselas, el país de la Unión Europea con mayor desigualdad en términos de renta. Os recuerdo que dentro de esta amalgama utópica hay países como Rumania, Polonia, Lituania… Países sobre los que hacemos chistes peyorativos –sin recordar lo poco que nos gustan los que hacen de nosotros– o que nos meten miedo cuando les vemos por las calles de nuestras ciudades. Pues que sepáis que tenemos datos peores que ellos. Pero podemos hablar de cómo nos encalabrinamos cuando salen estos informes –os lo de Oxfam, o los de Cáritas– y les aplicamos la doble pinza de matar al mensajero y cuestionar la metodología. Sin ser expertos. Típico del ibérico porcino pura raza de bellota.

            Pero hablemos del estado de abandono financiero y de medios que sufren los órganos de control del Estado español, ya sea la Agencia Tributaria o la Intervención General de la Administración del Estado. O de la Administración de Justicia, con un sistema informático casi inexistente, mientras que el poco que tienen se les cae periódicamente y pone al descubierto sumarios judiciales. Y mientras tanto, fiesta en la dehesa del ibérico porcino, más preocupado por la estética de la bandera con la que se cubre que por el contenido que representa y debería defender. Glamour ante todo.

            Pero podemos entrar a hablar de lo importante. En primer lugar, de la Educación en nuestro país. No de la calidad, que ya de por sí nos daría para todo un ensayo de mil páginas y un millón de lágrimas: un sistema que desprecia toda evidencia científica y metodológica sobre las buenas prácticas educativas con el mantra estúpido de la adaptabilidad de los diferentes modelos. Podemos hablar de esa costumbre desmañada del ibérico porcino en el que cada cerdo es experto de todo, en este caso de educación, y se atreve a largar sobre el menoscrédito que sufre el profesorado –o directamente la inseguridad física– al tiempo que se despacha a gusto cuestionando todas y cada una de las medidas que le aplican a sus retoños. Retoños a los que exige respeto para con su profesorado, al tiempo que ellos mismos le ponen a escurrir.

            Y qué menos importante, por cierto, que la sequía que sufrimos, y de ese modelo ecológico y medioambiental español que es un completo desastre, guiado más por el barro en el que nos revolcamos a corto plazo que por la sostenibilidad a largo plazo de la propia dehesa. Yo de esto no entiendo un carajo, no tengo problemas en reconocerlo, y por eso mismo me dedico a escuchar a los que saben, en lugar de cuestionarles. Y, he de reconocerlo: con resultados devastadores para mi estado de ánimo. A ese respecto, contemplo con absoluto estupor como el modelo energético español –directamente relacionado con el tema– es… Se me agotan las palabras. A MÍ. Os lo aseguro, cualquier aspecto sobre el que intentas obtener alguna información te lleva a querer irte a cualquier otro país y dinamitar éste. Irte allí donde no haya ciudadanos que voten a partidos políticos capaces de sancionar el autoconsumo en un más-difícil-todavía al servicio de las energéticas. Lo del impuesto al sol. Y aquí, los ibéricos porcinos mirando embobados mientras el matarife va afilando el cuchillo con el que degollarle.

            Está muy bien debatir sobre lo que queráis –que suele coincidir con lo que quieren los medios de comunicación y los partidos políticos, y los inversores de ambos, que son los mismos–, pero yo no voy a entrar por ese aro tan pequeño. Un aro tan reducido que no cabe el sentido común, por cierto, porque el análisis sosegado de lo que verdaderamente nos afecta no pasa por lo que nos venden. Aquí, los poderes fácticos nos dan bellotas, y corremos a por ellas entre gritos de placer, enardecidos, sin recordar que, de manera inexorable, antes o después, San Martín siempre llega.

 

Alberto Martínez Urueña 28-11-2017

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