Supongo que
de una forma u otra, todos habéis oído hablar de ellas. De las redes sociales.
Y en concreto de la más exitosa, Facebook. Al respecto, me hago eco de una
noticia publicada por El País, otrora diario responsable, hoy panfleto al
servicio de sus accionistas, en la que hablaban sobre los efectos de estas
redes sociales, cómo están montadas y cuáles son los objetivos de sus políticas
y actuaciones como corporaciones. Os recomiendo que lo busquéis por Internet, y
si no lo encontráis preguntadme que os lo facilito. A modo de titular
sensacionalista, una de las declaraciones de su primer presidente, un tipo llamado
Sean Parker, decía que “sólo Dios sabe lo que esta tecnología le está haciendo
al cerebro de nuestros niños”. Al margen de esta apreciación, Facebook, pero no
sólo ellos, utilizan todos los datos que obtienen de sus usuarios y los meten
en un procesador de datos inmenso. El llamado Big Data. Con ello, descubren
cuáles son las tendencias de consumo de sus usuarios, y de esta forma, llenan
las redes de publicidad personalizada –la publicidad que os sale en las páginas
web que visitáis está gestionada de esta forma–. El artículo continúa hablando
de estudios realizados al respecto sobre cómo esta publicidad personalizada
sirve para manipular al gran público sin que éste se dé cuenta. Y os aseguro
que todavía no pretendo entrar en el terreno de la crítica, pero cualquier
persona que ponga en duda que la publicidad puede ser una herramienta de
manipulación merece que la usen en su contra.
Me gusta
mucho el titular, “los pioneros de Facebook critican su deriva hacia la
manipulación masiva”, pero más aún el subpárrafo en el que indica que “un nuevo
estudio muestra cómo la red usa la persuasión psicológica para explotar
debilidades”. La red, dicen. Yo digo que la publicidad en general. Y la publicidad
no deja de ser el lenguaje que usa el sistema capitalista para mostrarnos sus
productos. Infiero, afirmo sin temor, por tanto, que el sistema capitalista es
absolutamente perverso desde el primer momento en que se sustenta en un
principio básico: aprovecharse de las debilidades humanas para conseguir sus
objetivos. Objetivos muy sencillos, por cierto, como es la maximización de los
beneficios de las empresas adheridas a su filosofía. O más bien, producto de
esa misma filosofía.
Ojo, no estoy
diciendo que el consumo de masas sea per
se perjudicial para el ser humano. No todo el sistema de consumo está
podrido. Como suelo decir, la mayoría de nosotros tenemos casas adecuadamente
caldeadas y aisladas de la intemperie en las que no morir por el frío y las
enfermedades durante los crudos inviernos de Castilla. O de donde sea. Tenemos
acceso a una alimentación que nos permite desarrollarnos adecuadamente desde
que nacemos hasta que nos vamos. Tenemos infinidad de posibilidades de ocio, de
cultura, de multitud de ofertas adecuadas a nuestra forma de ser que nos permiten
desarrollarnos como persona. ¿Dónde está el problema?
Bueno, para
el que no tenga problema porque le manipulen, ninguno. Y para el que diga que
nos manipulan continuamente y que no podemos hacer nada, tampoco. Que dejen de
leer, porque no tienen ningún problema, salvo ellos mismos. Pero no seré yo
quien pretenda sacarles de su cómoda visión existencial.
Lo que
pretendo decir con todo esto es que vivimos en un sistema, como dice el
estudio, que explota nuestras debilidades. No sólo eso: las acrecienta sin
ningún complejo y las utiliza. ¿En nuestra contra? Aquí habrá opiniones, por
supuesto. Está la teoría de que adivinar nuestros gustos y presentarnos una
oferta adecuada a estos lo que va a implicar es una satisfacción mayor, un
crecimiento de nuestra utilidad (guiño a los economistas) al reducir el tiempo que
gastamos en nuestras elecciones. Optimizan los mecanismos de nuestras decisiones
de consumo, eliminando las opciones superfluas o inadecuadas. Y esto, desde el
punto de vista de un ser humano reducido a un factor de consumo, es lo más
grande. Como la virgen del Rocío para un sevillano.
Ahora bien,
si lo que están haciendo es persuadirnos para que consumamos algo que en
realidad no necesitamos, proceso en el que nos generan un incremento de
ansiedad para conseguir algo que en principio no queríamos, la cosa cambia. Nos
joden la salud mental, en un primer término, que no es poco. Pero no sólo eso:
nos cambian la percepción del mundo. Es decir, no es que cambien el mundo, que
sigue siendo el mismo, sino que secuestran nuestra atención para que nos
fijemos en algo que no necesitamos y rehuyamos aquello que nos permitiría
armarnos con las suficientes herramientas para resistir su asedio. Doble jugada
maestra: nos venden aquello que les beneficia a ellos y nos roban aquello que
nos ayudaría a nosotros. Pero además, nos quitan la posibilidad de centrarnos
en lo importante, en aquello que reduciría esas debilidades, y nos convierten
en una versión peor de nosotros mismos, y mucho peor de lo que podríamos llegar
a ser si nos centráramos en lo que de verdad construye a una persona. Llamadme
loco si queréis, pero al mismo tiempo echad la cuenta de cuántas veces os
habéis parado, hasta los mismísimos cojones, y habéis llegado a una especie de
certidumbre de que aquí hay algo que no funciona de forma correcta.
Esto no es
una teoría de la conspiración. Entre otras cosas porque no lo es, no hay
conspiración alguna. Sólo es una estructura social y económica que abrazamos en
mayor o menor medida, sobre todo en Occidente, que por un lado nos ha traído
las mayores cotas de bienestar de nuestra historia, pero que tiene claroscuros
que no podemos pasar por alto porque, en última instancia, nos estamos jugando algo
mucho más importante que un “Me gusta” sobre la primera gilipollez que nos
venga a la mente.
Alberto Martínez Urueña
15-11-2017
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