miércoles, 15 de noviembre de 2017

Dos opciones


            Supongo que de una forma u otra, todos habéis oído hablar de ellas. De las redes sociales. Y en concreto de la más exitosa, Facebook. Al respecto, me hago eco de una noticia publicada por El País, otrora diario responsable, hoy panfleto al servicio de sus accionistas, en la que hablaban sobre los efectos de estas redes sociales, cómo están montadas y cuáles son los objetivos de sus políticas y actuaciones como corporaciones. Os recomiendo que lo busquéis por Internet, y si no lo encontráis preguntadme que os lo facilito. A modo de titular sensacionalista, una de las declaraciones de su primer presidente, un tipo llamado Sean Parker, decía que “sólo Dios sabe lo que esta tecnología le está haciendo al cerebro de nuestros niños”. Al margen de esta apreciación, Facebook, pero no sólo ellos, utilizan todos los datos que obtienen de sus usuarios y los meten en un procesador de datos inmenso. El llamado Big Data. Con ello, descubren cuáles son las tendencias de consumo de sus usuarios, y de esta forma, llenan las redes de publicidad personalizada –la publicidad que os sale en las páginas web que visitáis está gestionada de esta forma–. El artículo continúa hablando de estudios realizados al respecto sobre cómo esta publicidad personalizada sirve para manipular al gran público sin que éste se dé cuenta. Y os aseguro que todavía no pretendo entrar en el terreno de la crítica, pero cualquier persona que ponga en duda que la publicidad puede ser una herramienta de manipulación merece que la usen en su contra.

            Me gusta mucho el titular, “los pioneros de Facebook critican su deriva hacia la manipulación masiva”, pero más aún el subpárrafo en el que indica que “un nuevo estudio muestra cómo la red usa la persuasión psicológica para explotar debilidades”. La red, dicen. Yo digo que la publicidad en general. Y la publicidad no deja de ser el lenguaje que usa el sistema capitalista para mostrarnos sus productos. Infiero, afirmo sin temor, por tanto, que el sistema capitalista es absolutamente perverso desde el primer momento en que se sustenta en un principio básico: aprovecharse de las debilidades humanas para conseguir sus objetivos. Objetivos muy sencillos, por cierto, como es la maximización de los beneficios de las empresas adheridas a su filosofía. O más bien, producto de esa misma filosofía.

            Ojo, no estoy diciendo que el consumo de masas sea per se perjudicial para el ser humano. No todo el sistema de consumo está podrido. Como suelo decir, la mayoría de nosotros tenemos casas adecuadamente caldeadas y aisladas de la intemperie en las que no morir por el frío y las enfermedades durante los crudos inviernos de Castilla. O de donde sea. Tenemos acceso a una alimentación que nos permite desarrollarnos adecuadamente desde que nacemos hasta que nos vamos. Tenemos infinidad de posibilidades de ocio, de cultura, de multitud de ofertas adecuadas a nuestra forma de ser que nos permiten desarrollarnos como persona. ¿Dónde está el problema?

            Bueno, para el que no tenga problema porque le manipulen, ninguno. Y para el que diga que nos manipulan continuamente y que no podemos hacer nada, tampoco. Que dejen de leer, porque no tienen ningún problema, salvo ellos mismos. Pero no seré yo quien pretenda sacarles de su cómoda visión existencial.

            Lo que pretendo decir con todo esto es que vivimos en un sistema, como dice el estudio, que explota nuestras debilidades. No sólo eso: las acrecienta sin ningún complejo y las utiliza. ¿En nuestra contra? Aquí habrá opiniones, por supuesto. Está la teoría de que adivinar nuestros gustos y presentarnos una oferta adecuada a estos lo que va a implicar es una satisfacción mayor, un crecimiento de nuestra utilidad (guiño a los economistas) al reducir el tiempo que gastamos en nuestras elecciones. Optimizan los mecanismos de nuestras decisiones de consumo, eliminando las opciones superfluas o inadecuadas. Y esto, desde el punto de vista de un ser humano reducido a un factor de consumo, es lo más grande. Como la virgen del Rocío para un sevillano.

            Ahora bien, si lo que están haciendo es persuadirnos para que consumamos algo que en realidad no necesitamos, proceso en el que nos generan un incremento de ansiedad para conseguir algo que en principio no queríamos, la cosa cambia. Nos joden la salud mental, en un primer término, que no es poco. Pero no sólo eso: nos cambian la percepción del mundo. Es decir, no es que cambien el mundo, que sigue siendo el mismo, sino que secuestran nuestra atención para que nos fijemos en algo que no necesitamos y rehuyamos aquello que nos permitiría armarnos con las suficientes herramientas para resistir su asedio. Doble jugada maestra: nos venden aquello que les beneficia a ellos y nos roban aquello que nos ayudaría a nosotros. Pero además, nos quitan la posibilidad de centrarnos en lo importante, en aquello que reduciría esas debilidades, y nos convierten en una versión peor de nosotros mismos, y mucho peor de lo que podríamos llegar a ser si nos centráramos en lo que de verdad construye a una persona. Llamadme loco si queréis, pero al mismo tiempo echad la cuenta de cuántas veces os habéis parado, hasta los mismísimos cojones, y habéis llegado a una especie de certidumbre de que aquí hay algo que no funciona de forma correcta.

            Esto no es una teoría de la conspiración. Entre otras cosas porque no lo es, no hay conspiración alguna. Sólo es una estructura social y económica que abrazamos en mayor o menor medida, sobre todo en Occidente, que por un lado nos ha traído las mayores cotas de bienestar de nuestra historia, pero que tiene claroscuros que no podemos pasar por alto porque, en última instancia, nos estamos jugando algo mucho más importante que un “Me gusta” sobre la primera gilipollez que nos venga a la mente.

 

Alberto Martínez Urueña 15-11-2017

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