¿Quién tiene
razón, a quién quieres más, a los que no quieren dejan celebrar un referéndum
bajo ningún concepto o a los que consideran que en un Estado de Derecho
cualquier cuestión puede ser sometida a referéndum, sin filtro de ningún tipo,
sin matices? ¿Hacen bien los separatistas fiándolo todo a la palabra de un
gobierno que tiene por bandera y por orgullo la vulneración de la legalidad
constitucional, y que incluso vulnera sus propias leyes secesionistas? Por otro
lado, ¿podemos fiarnos de un gobierno que tiene a bien vulnerar la propia
Constitución que enarbolan por bandera incumpliendo los trámites
constitucionales y legales para retirar competencias a las autonomías que
indican el artículo 155 y el Reglamento del Senado; ese Gobierno de la amnistía
inconstitucional o el que, si le dejas, usa el Real Derecho Ley sin que medie
la urgente necesidad que indica el artículo 86?
Si hablamos
de preferencias cuando estás en un barco que se está hundiendo, la respuesta es
clara: salvar la vida como sea, y esta tesitura se han encargado, tanto unos
como otros, de que nos encontremos. Otra cosa diferente es cuando te planteas
esa opción pero dos meses antes de comprar el billete del barco, y entonces te
cuentan que el capitán es un kamikaze suicida, que el jefe de máquinas bebe
como si no hubiera un mañana y que además, no se hablan entre ellos. ¿Veis a lo
que me refiero? Es fácil pedir que nos decantemos cuando ya está toda la carne
vendida, pero hemos llegado a la situación que tenemos por causas que tampoco
pueden obviarse. El problema es que las pistas estaban ahí, y no todo el mundo
quiso verlas.
Para
redondear el análisis, daos un paseo por la prensa internacional, ved la marca
España que han conseguido vender esos patanes. Porque nos dan palos por todos
lados. Eso mismo que hacemos nosotros cuando hablamos de Venezuela, de México,
de Brasil, de Arabia Saudí, de Polonia, de Ucrania… Si creemos fundamentadas
nuestras críticas de la gestión de otros Gobiernos y de otras realidades, deberíamos
plantearnos qué es lo que estamos haciendo aquí para que ocupemos las portadas
de toda Europa. Ochocientos heridos, y parece que sólo es culpa de Puigdemont. Sólo
suya. Que la tiene, ojo, por incendiario y por irresponsable, además de por
delincuente que ha dado un golpe de Estado. Pero si el capitán del barco es un
irresponsable con ganas de inmolarse y el jefe de máquinas, un borracho, quizá
no deberíamos haber subido al barco. Cuando el vigía del Titanic vio el iceberg
ya no quedaba más que santiguarse e intentar virar como fuera; si hubieran ido
más despacio, respetando los avisos que les decían que esto podía pasar, a lo
mejor no habrían muerto mil quinientas catorce personas. Si la reacción del
gobierno español al problema catalán no hubiera sido la de un kamikaze suicida,
faltón, que insulta y que ningunea, que busca, más que negociar, humillar al
rival, quizá no tendríamos a millones de personas queriendo irse de España.
Porque gente que se quiera ir de España siempre ha habido y siempre la habrá,
pero desde que Mariano abrió su bocaza, la cosa se ha puesto mucho más chunga.
Sí, es
cierto, prefiero que se respete la ley, soy así de facha y conservador.
Prefiero que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad hagan su trabajo y salvando a
algún descerebrado, que en todos los sitios les hay, creo que el resto hace su
trabajo lo mejor que puede, y que su presencia en las calles, antes de
reprimirme –quizá alguna vez lo haga–, me protege de que a algún gilipollas se
le ocurra hacerme daño a mí o a los míos. La auténtica represión, ya lo he
dicho más veces, es la de Nelson Mandela en Sudáfrica, o la de Rigoberta Menchú
en Guatemala, lugares donde te mataban a la familia por motivos de estado.
Lugares donde no se respetaban las leyes –o éstas eran manifiestamente injustas
– ni los derechos humanos más básicos. Sinceramente, creo que lo de Cataluña es
otra cosa.
Pero más allá
de un simplismo semejante –porque el que no lo vea está ciego, o demente–, por
encima de todo prefiero tener a dirigentes políticos que no se comporten como
retrasados mentales con un bidón, una cerilla y muchas ganas de armarla,
incapaces como son, además, de no crear más problemas de los que ya tenemos.
Fíjate, en este país, ya no les pido siquiera que nos solucionen los que
sufrimos –que ya lo haremos nosotros como podamos, como siempre hemos hecho, a
pesar de ellos–, pero que por lo menos que no se dediquen a cabrear al personal,
porque aquí saltamos a la mínima y, por desgracia, todavía hay muchos zoquetes
nostálgicos de otras épocas a los que saltarse las leyes que no les gustan
también se la pone muy dura. Rajoy y sus adláteres, con su actitud de
camorristas de patio de colegio a los que sólo les importa ganar votos como sea,
se han marcado una maniobra de libro: pescar en esa región indeterminada del
electorado español denominada centro que sobre economía no lo tiene muy claro,
sobre la iglesia y el concordato tampoco, y que si le hablas de la políticas de
ciencia, energética o industrial les da un mareo. Eso sí, siempre han tenido
claro que España es lo que es y no se toca, que los catalanes son unos llorones
a los que siempre se les ha consentido todo y que, cuando comentan estas cosas
en una barra de bar con los amigos, tienen muy claro que lo que se merecen esos
cabrones insolidarios son unas buenas hostias, coño. Con dos cojones.
Alberto Martínez Urueña
2-10-2017
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