viernes, 29 de septiembre de 2017

Lo urgente y lo importante


            Os diré que la frase no es mía, sino de Ana, o al menos es la que me la hizo llegar. Un buen resumen para una idea que vagaba, brumosa, por mi cabeza. Lo urgente versus lo importante… Parece una tontería, pero en realidad resume dramáticamente la sociedad en la que vivimos.

            Hay miles de personas, o seguramente millones, ahí fuera muriéndose patéticamente por razones que podrían evitarse sin demasiado esfuerzo. Ya sabéis, lo de las crisis de refugiados que provocan las guerras de África y Oriente Próximo, las limpiezas étnicas de Birmania, los muertos por hambre, las enfermedades del tercer mundo… Lo siento por el resto de causas que me dejo en el tintero: no pretendo menospreciar a ningún muerto ni a ningún marginado. Suficiente tienen con lo suyo. Sí, ya sé que eso no es cosa nuestra, que es cosa suya, que nosotros ya ganamos nuestras guerras y montamos nuestras libertades. Nosotros, digo, en Occidente, porque lo que es aquí en España, siempre a remolque, no sé si ganamos alguna o nos llovió del cielo. Pero por un momento vamos a olvidarnos de esos comentarios más propios de personas –o entes con forma de persona, pero que en realidad son otra cosa– desalmadas y sin gracia, y vamos a aplicar lo de la compasión por el débil y por el que sufre. No os acordéis de que, cuando esa gente dice lo que de “eso es problema suyo”, está justificando que niños de dos o tres años se ahoguen en el Mediterráneo por intentar escapar de una guerra.

            ¿Habéis oído hablar de lo del cambio climático? Sí, ya sé que hay, aproximadamente, un tres por ciento de estudios que niegan la causa antropocéntrica del cambio climático y lo atribuyen a otras causas. Pero vayamos más allá y admitamos la dudas razonables que los no expertos podemos tener con respecto a esta temática. Lo que sí que me parece innegable son los terribles efectos para la salud que provoca estar respirando veinticuatro horas al día mierda que flota en el aire, sustancias químicas cuya causalidad con múltiples tipos de cáncer está más que demostrada, como el benceno que sale por el tubo de escape de tu coche. Cuando pienso nuevamente en los niños, envenenados sistemáticamente desde que nacen por este sistema energético obsoleto, me entran ganas de agarrar un bate e ir rompiendo cabezas. Pero serenémonos, y sigamos con el texto.

            Una de las cuestiones que se derivan de las crisis humanitarias es la trata de personas. Este término es el eufemismo que alguien se inventó para no hablar de esclavismo. Parece que eso de los esclavos es algo del siglo dieciséis, algo que queda muy lejos, algo feo, algo que incomoda en las tertulias y en las conversaciones familiares. Te llaman demagogo y te miran con suficiencia. Se les olvida que cuando hablamos de personas a las que secuestran, extorsionan, violan, maltratan o incluso matan cuando no hacen lo que se les dice, es complicado no llamarlo de otra forma. Y ojo, ni que decir tienen esas conversaciones de machos ibéricos sobre las putas. No las putas que no lo son, pero se las llama. No, no, las putas de verdad. Esas sobre las que alardean haberse follado en alguna habitación llena de chinches. He oído incluso a algún bastardo decir que hay muchas que lo hacen porque les gusta. Así, sin temblarles el pulso. Con una sonrisa en la jeta de gilipollas. La que deberían partirle. Algunos argumentan que esas mujeres que escapan del hambre, la guerra, las violaciones, las mutilaciones genitales y todos los espantos que se os ocurran, deben estar agradecidas por poder ser folladas por el hombre blanco y así poder sacarse unos euros que mandar a sus hijos, y que no se mueran de hambre. Los pobres negritos.

            Pero el mundo occidental no se ocupa de lo importante. Estamos tan cegados por lo urgente que no somos capaces de ver que se desdibujan y se disipan en el aire. Pensamos que no admiten una pausa, o incluso un “¡a la mierda!” bien fuerte. Que suene como un bofetón en la cara de los bufones del espectáculo.

            Imaginaos una rueda de prensa en la que alguno de estos ridículos seres que ocupan la esfera pública pretendiese hablar, por ejemplo, de la opresión del pueblo catalán. O sensu contrario, que pretendiese desmontar la idea de la opresión del pueblo catalán. Y que la primera pregunta de uno de los periodistas amontonados ante el pesebre fuera: “Sí, sí, muy bien la historia, pero ¿qué van a hacer con lo de los refugiados del Mediterráneo?” Siguiente pregunta, diría el político, así como cariacontecido. "Guay lo de Cataluña, muy clarito, pero ¿qué medidas piensan impulsar para evitar la prostitución en España?”. Siguiente pregunta, diría el político, mirando a su jefe de prensa en plan “te mato, cabrón”. “Nos han quedado meridianamente explicadas las medidas que plantea adoptar para el tema de la independencia, pero ¿qué puede decirnos de las medidas que va a implementar su Gobierno para facilitar la transición energética?”. El político de turno miraría a esos periodistas, notando esa gota de sudor frío bajando por la espalda, y con una sonrisa, daría por concluida la rueda prensa. Y a nosotros, los ciudadanos, nos quedaría claro que en realidad, a esta gentuza, las cosas importantes les afectan un carajo.

 

Alberto Martínez Urueña 29-09-2017

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