No es que sea
una cuestión que me importe demasiado. Viviendo en Valladolid, que gane el
Madrid o el Barsa me deja particularmente frío, no me veo en la necesidad de
tener que posicionarme entre ambos. Me sirve, eso sí, para soltar un par de
chascarrillos con los amigos antes de pasar a otra cosa. Os lo juro, una vez
que tomas distancia con el tema, te das cuenta de que pierde la importancia, se
diluye como un azucarillo. O como un cadáver en ácido fluorhídrico. Me pasa
igual con lo de la playa y la montaña, pero al revés: me gustan ambas, he
aprendido a estar a gusto tanto cubierto por la arena que levantan los niños
cuando juegan en la orilla e igual de satisfecho sudando como un pollo mientras
jadeo al subir una cuesta de Picos de Europa.
Con el tema
de Cataluña hay un par de puntos que siempre hay que dejar claro: la
desobediencia civil contra una legislación y sus órganos institucionales
encargados de hacerla cumplir es muy necesaria cuando están en riesgo los
derechos humanos fundamentales, como puede ser el derecho a la vida y a la
dignidad humana, el derecho a una vivienda o el derecho a la libertad de
expresión. Gracias a esa desobediencia civil, hoy en día las mujeres tienen
derecho a voto, ya no son ciudadanos de segunda categoría; gracias a eso, las
minorías raciales han conseguido iniciar un camino hacia la igualdad social en
determinados países; gracias a esa desobediencia civil, hay personas en este
país que han conseguido conservar su casa, han conseguido que sus hijos no
duerman en albergues.
Es evidente,
al menos para mí, que esto no ocurre en Cataluña como consecuencia de
pertenecer al Estado español; por lo tanto, cuando escucho a los poderes
públicos instar a la ciudadanía a la resistencia y a la desobediencia, y a
vulnerar el Estado de Derecho en su máxima expresión, no puedo estar menos de
acuerdo. Todos aquellos que escuchan cantos de sirena y están dispuestos a
seguirlas, les diré que, en la mitología, los barcos se estrellaban contra las
rocas y no había supervivientes. Es decir, ¿qué garantías les ofrecen esos
dirigentes que hoy reclaman desobedecer las leyes que vayan a cumplir su
palabra con otras cuestiones que, en realidad, sí podrían afectar a sus
derechos más fundamentales? Pero más allá de esta cuestión que obvian los
mentecatos, desobedecer el orden establecido no es una medida proporcionada con
respecto a los problemas que tienen los catalanes. En definitiva, no creo que
Cataluña tenga motivos para buscar la independencia de una forma semejante. Pueden
pretenderla, pero querer una cosa y conseguirla son cuestiones diferentes, cosa
que se aprende desde niños. Y por supuesto, creo que el Estado español debería
evitar ese referéndum que pretenden celebrar de no sé qué manera. Ésta es mi
opinión si he de posicionarme: respeto a las leyes en casi todas las
circunstancias –ésta es una de ellas–, porque si no lo hacemos, estamos
legitimando a que otros monstruos más terribles dejen de hacerlo, y no creo que
debamos darles excusas.
Otra cuestión
diferente es que esto me ciegue a la hora de analizar los motivos de por qué el
porcentaje de personas a favor del independentismo haya pasado en década y
media del 15% a un empate técnico. ¿Quién es el responsable del cabreo que ha
provocado que personas que antes estaban más o menos cómodas perteneciendo a
España ahora se quieran largar?
Por otro
lado, vivo en una región de España, la llamada Castilla la vieja, ahora
Castilla y León, que, independientemente del gobierno central que haya pasado
por Madrid, e independientemente del gobierno que haya pasado por la
Generalidad catalana, ha sido sistemáticamente olvidada durante las últimas
décadas, incluidas las décadas en las que Paquito campaba a sus anchas por la
piel de toro. Y esto lo digo desde Valladolid. Tendríais que escuchar a algún
amigo que tengo de Soria, o más que escucharle a él, comprobar el estado de
absoluto abandono que sufren ciertas zonas de mi región, y no sólo éstas, en
algunas partes de esa España de la que tanto se llenan la boca los hipócritas que
sólo reclaman el cumplimiento de un Estado de Derecho cuando les beneficia. Este
abandono no lo ha solucionado ni los que abogan por una mayor independencia de
las regiones, ni tampoco lo han solucionado los que quieren un estado
centralizado y fuerte frente a los secesionistas. Ojo, no digo que el declive
del interior de España sea culpa de ninguno de ellos, pero desde luego sí lo
son cuando hablamos de la falta de soluciones al respecto.
Por todo
esto, me posiciono a favor de los que consideran que uno de los baluartes
fundamentales para conseguir una sociedad moderna y civilizada es una
legislación clara con unas instituciones que la cumplan y que estén dotadas de
las herramientas necesarias para hacerla cumplir. Por cierto, esto no lo opino
por amor a la patria, ni por esa noción de España de la que habla la derecha en
la que no creo. Tampoco lo hago porque crea en un imperialismo, ni en una
tradición común, ni tampoco en una historia. Sí que tengo una noción de España,
pero es muy diferente de la que enarbolan esos que hinchan el pecho cuando
suena el himno –que sí que me representa– y se envuelven en la bandera como si
fuera una toga, pero que no tienen problemas en justificar razones de mercado
para dejar a niños españoles sin un techo que les cobije. Tengo una noción de
España en la que la gran ciudadanía que conformamos ha conseguido sobrevivir y
sacar esto adelante muy a pesar de los bochornosos sátrapas y caciques que nos
han agarrado del cuello y de la cartera en los últimos siglos.
Alberto Martínez Urueña
14-09-2017
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