jueves, 14 de septiembre de 2017

Para que no quepan dudas


            No es que sea una cuestión que me importe demasiado. Viviendo en Valladolid, que gane el Madrid o el Barsa me deja particularmente frío, no me veo en la necesidad de tener que posicionarme entre ambos. Me sirve, eso sí, para soltar un par de chascarrillos con los amigos antes de pasar a otra cosa. Os lo juro, una vez que tomas distancia con el tema, te das cuenta de que pierde la importancia, se diluye como un azucarillo. O como un cadáver en ácido fluorhídrico. Me pasa igual con lo de la playa y la montaña, pero al revés: me gustan ambas, he aprendido a estar a gusto tanto cubierto por la arena que levantan los niños cuando juegan en la orilla e igual de satisfecho sudando como un pollo mientras jadeo al subir una cuesta de Picos de Europa.

            Con el tema de Cataluña hay un par de puntos que siempre hay que dejar claro: la desobediencia civil contra una legislación y sus órganos institucionales encargados de hacerla cumplir es muy necesaria cuando están en riesgo los derechos humanos fundamentales, como puede ser el derecho a la vida y a la dignidad humana, el derecho a una vivienda o el derecho a la libertad de expresión. Gracias a esa desobediencia civil, hoy en día las mujeres tienen derecho a voto, ya no son ciudadanos de segunda categoría; gracias a eso, las minorías raciales han conseguido iniciar un camino hacia la igualdad social en determinados países; gracias a esa desobediencia civil, hay personas en este país que han conseguido conservar su casa, han conseguido que sus hijos no duerman en albergues.

            Es evidente, al menos para mí, que esto no ocurre en Cataluña como consecuencia de pertenecer al Estado español; por lo tanto, cuando escucho a los poderes públicos instar a la ciudadanía a la resistencia y a la desobediencia, y a vulnerar el Estado de Derecho en su máxima expresión, no puedo estar menos de acuerdo. Todos aquellos que escuchan cantos de sirena y están dispuestos a seguirlas, les diré que, en la mitología, los barcos se estrellaban contra las rocas y no había supervivientes. Es decir, ¿qué garantías les ofrecen esos dirigentes que hoy reclaman desobedecer las leyes que vayan a cumplir su palabra con otras cuestiones que, en realidad, sí podrían afectar a sus derechos más fundamentales? Pero más allá de esta cuestión que obvian los mentecatos, desobedecer el orden establecido no es una medida proporcionada con respecto a los problemas que tienen los catalanes. En definitiva, no creo que Cataluña tenga motivos para buscar la independencia de una forma semejante. Pueden pretenderla, pero querer una cosa y conseguirla son cuestiones diferentes, cosa que se aprende desde niños. Y por supuesto, creo que el Estado español debería evitar ese referéndum que pretenden celebrar de no sé qué manera. Ésta es mi opinión si he de posicionarme: respeto a las leyes en casi todas las circunstancias –ésta es una de ellas–, porque si no lo hacemos, estamos legitimando a que otros monstruos más terribles dejen de hacerlo, y no creo que debamos darles excusas.

            Otra cuestión diferente es que esto me ciegue a la hora de analizar los motivos de por qué el porcentaje de personas a favor del independentismo haya pasado en década y media del 15% a un empate técnico. ¿Quién es el responsable del cabreo que ha provocado que personas que antes estaban más o menos cómodas perteneciendo a España ahora se quieran largar?

            Por otro lado, vivo en una región de España, la llamada Castilla la vieja, ahora Castilla y León, que, independientemente del gobierno central que haya pasado por Madrid, e independientemente del gobierno que haya pasado por la Generalidad catalana, ha sido sistemáticamente olvidada durante las últimas décadas, incluidas las décadas en las que Paquito campaba a sus anchas por la piel de toro. Y esto lo digo desde Valladolid. Tendríais que escuchar a algún amigo que tengo de Soria, o más que escucharle a él, comprobar el estado de absoluto abandono que sufren ciertas zonas de mi región, y no sólo éstas, en algunas partes de esa España de la que tanto se llenan la boca los hipócritas que sólo reclaman el cumplimiento de un Estado de Derecho cuando les beneficia. Este abandono no lo ha solucionado ni los que abogan por una mayor independencia de las regiones, ni tampoco lo han solucionado los que quieren un estado centralizado y fuerte frente a los secesionistas. Ojo, no digo que el declive del interior de España sea culpa de ninguno de ellos, pero desde luego sí lo son cuando hablamos de la falta de soluciones al respecto.

            Por todo esto, me posiciono a favor de los que consideran que uno de los baluartes fundamentales para conseguir una sociedad moderna y civilizada es una legislación clara con unas instituciones que la cumplan y que estén dotadas de las herramientas necesarias para hacerla cumplir. Por cierto, esto no lo opino por amor a la patria, ni por esa noción de España de la que habla la derecha en la que no creo. Tampoco lo hago porque crea en un imperialismo, ni en una tradición común, ni tampoco en una historia. Sí que tengo una noción de España, pero es muy diferente de la que enarbolan esos que hinchan el pecho cuando suena el himno –que sí que me representa– y se envuelven en la bandera como si fuera una toga, pero que no tienen problemas en justificar razones de mercado para dejar a niños españoles sin un techo que les cobije. Tengo una noción de España en la que la gran ciudadanía que conformamos ha conseguido sobrevivir y sacar esto adelante muy a pesar de los bochornosos sátrapas y caciques que nos han agarrado del cuello y de la cartera en los últimos siglos.

 

Alberto Martínez Urueña 14-09-2017

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