jueves, 8 de junio de 2017

El susurro de los secretos


            Siendo un tipo dado a estar bastantes horas al día surcando las nubes de mi dispersa conciencia, centrarme y aplicar esas teorías de las que os hablo en mis textos es algo complicado. Sabéis que soy absolutamente crítico con esta fantasía distópica en que el capitalismo rampante que vivimos ha convertido nuestra sociedad: una sociedad basada en ideas únicas implantadas en cada uno de nosotros como un piloto automático insoslayable con la intención de gobernarnos. Pero igualmente soy crítico con esa costumbre de charleta de bar en la que teorizamos sobre la vida y sus desastres, pero en las que somos incapaces de aportar soluciones que poder llevar a cabo en ninguno de sus extremos. Igualmente, ciertos amigos que tenemos un grupo montado, todos nosotros interesados en desconectar ese piloto y aprender a volar de forma autónoma, estuvimos este sábado al respecto. Y alguna conclusión sacamos.

            Salvar el mundo es algo imposible. O al menos, salvarlo en la manera en que Hollywood nos vende en sus películas de superhéroes, en las de guerra o en las de ciencia ficción. Pero sí que es posible mejorar un poco el mundo de cada uno, el propio, con el único objetivo –algunos tildarán lo siguiente de egoísta, pero es lo más altruista que conozco– de vivir una pizca mejor de lo que ya lo hacemos. A fin de cuentas, las ideas que os mando en mis textos, tanto cuando es de política como cuando es sobre temas personales, es lo que pretenden traslucir.

            No pretendo en este texto empezar a hablaros de los intereses de los otros; eso ya lo he hecho largo y tendido. En este os pregunto directamente: ¿cuáles son los vuestros? ¿Cuáles son los vuestros más allá del piloto automático?, ¿más allá de la programación del disco duro?, ¿más allá de los condicionamientos sociales que nos han impuesto desde que nacimos? No hablo sólo de deseos, que quizá también, sino de vuestros objetivos, al margen de la rutina diaria de poder ir tirando y solucionando las cuestiones urgentes e inaplazables que nos acosan.

            La sociedad del piloto automático nos da las respuestas. Nos habla de ideas brillantes hacia las que poder dirigir nuestros pasos; nortes que atrapen nuestras brújulas con su magnetismo; como por ejemplo, la libertad, el amor, la vocación. Nos habla de ideas, nos da palabras, pero sin reconocer el truco que encierran, y es que las palabras sólo son contenedores huecos a los que hay que dotar de contenido; y en una jugada maestra articulada a través de la ingente cantidad de información con la que nos hace zozobrar nos las rellena, y nos dice, de maneras directas e indirectas, con mensajes agresivos, pero también con los subliminales, en qué consiste esa libertad, ese amor, esa vocación. Esta actitud, en esta sociedad de los extremos, en esa sociedad carente de matices, en esta sociedad en donde, en realidad, nos gobiernan a través de nuestros miedos, nos convierte en esclavos ignorantes de serlo. O sabedores racionales de esta realidad, pero incapaces de interiorizarlo para así liberarnos. Movidos por el miedo y por la comodidad, nos dejamos. Y todos esos conceptos de los que hablamos en el bar con nuestros amigos se quedan en simples pinceladas de un cuadro incompleto que no nos atrevemos a terminar. Aunque nos venden las virtudes de ser único entre miles, en realidad nos convierten en una masa seguidora de una idea unívoca. O de múltiples ideas unívocas que, a la postre, nos alejan de esos intereses que son los nuestros, los propios, independientemente de lo que nos hayan dicho, y nos estandarizan para convertirnos en una pieza más de un engranaje que no está a nuestro servicio, sino nosotros al suyo. Adiós libertad auténtica, adiós amor auténtico, adiós vocación auténtica. Sólo nos quedan los sucedáneos

            De aquí viene en realidad la auténtica tragedia de Occidente, la auténtica lacra, el auténtico cáncer. El problema fundamental –hay otros, evidentemente– reside en una insatisfacción latente que, a pesar de haber alcanzado un nivel de satisfacción y seguridad material muy por encima de lo que nuestros abuelos soñaron, descubrimos que no hemos llegado a la meta, que detrás de esa satisfacción material hay una insatisfacción mucho más potente que nos convierte –salvando problemas físicos y bioquímicos– en víctimas de enfermedades tales como la depresión o el vacío existencial. La satisfacción material nos ha convertido en seres más aislados, más vulnerables, más susceptibles a ser atrapados por el miedo. O más bien, que las promesas de esta sociedad consumista no pueden cumplir con las expectativas que generan en nosotros a través de sus relumbrantes anuncios publicitarios.

            Hay que estar muy atento para descubrir los susurros que la vida desliza hasta nuestros oídos; en mitad del ruido que nos acosa es imposible. Sólo en mitad de un silencio en el que nos podamos reconocer, podremos atender a esos secretos. Y sólo a través de ellos encontraremos lo que realmente queremos nosotros, no lo que nos han dicho que tenemos que querer. Y así, podremos dar contenido a esas palabras tan brillantes, esas que nos pueden servir de guía; podremos tomar conciencia de lo que somos y de lo que queremos, arrasados por esa fuerza de quien sabe de verdad, más allá de los espejismos. Y cuando una persona sabe de verdad, sólo tiene dos opciones: seguir por la senda de la insatisfacción anodina y conformista del engranaje donde no hay nada auténtico, o arrojarse hacia el abismo de los caminos nunca hollados, como los locos. Y también como los sabios.

 

Alberto Martínez Urueña 8-06-2017

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