lunes, 19 de junio de 2017

Cortes sí, pero no sólo

           

            Son cuestiones sobre las que me gusta opinar, y sobre las que creo que no queda más remedio que hacerlo. Sobre todo porque, desde mi punto de vista, metidos como estamos en la rabiosa realidad que no da ni un solo respiro, nos olvidamos de lo que puede ser verdaderamente importante. Ya sabéis que, desde mi punto de vista, pero también desde el punto de vista de ciertos expertos en macroeconomía a los que tuve la suerte de leer durante la licenciatura, la investigación y el desarrollo, el sistema educativo y las infraestructuras son las tres políticas más relevantes para que un Estado o región como Europa tengan un crecimiento económico sostenible a largo plazo tanto desde una perspectiva meramente económica como desde otra perspectiva de sostenibilidad humana y de la casa de todos que es el planeta Tierra.
            Curiosamente, estas tres políticas básicas están relacionadas con el tema que me ocupa y que no es ni más ni menos que los cortes al tráfico en el centro de mi ciudad, Valladolid, así como los cortes en las ciudades europeas con mayor índice de polución atmosférica. Hace falta más investigación y desarrollo para ir avanzando hacia un modelo tecnológico diferente, un modelo basado en una mezcla de fuentes de energía en el que las más limpias cobren la mayor importancia posible, mientras que las más contaminantes sean accesorias a las que recurrir en caso de déficit. Ni siquiera sirve ya como excusa el coste de producirlas pues la disminución de las primeras en los últimos tiempos ha sido ya más que contrastada. Pero los efectos sobre la salud de los ciudadanos es algo que también está fuera de toda duda, con todas esas partículas en suspensión que se filtran en nuestro organismo y, lo más preocupante, en el de los más indefensos: los niños. Es una cuestión de elegir: aire lo más limpio posible en nuestras ciudades, o veneno para los más pequeños emitido a buen precio económico y de comodidad. Y esto no es demagogia; otra cosa es que no queramos verlo. Es otra de esas miopías que sufre los humanos entre el corto y el largo plazo. Toda la investigación respecto al parque móvil, permitiendo que el tránsito desde los vehículos de combustión interna hacia los eléctricos, será bienvenido por mi parte, sin olvidar que los costes de producir esa energía, han de provenir mayoritariamente de fuentes renovables que contaminen lo menos posible.
            El sistema educativo es un gran agujero negro de nuestra sociedad que se traga todas las posibilidades de los más jóvenes. Mientras seguimos anclados en valoraciones sobre la religión en las aulas, o sobre las clases de educación para la ciudadanía, o la forma de fomentar el estudio de los idiomas desde las primeras fases educativas, nos perdemos lo más importante: estructurar un sistema educativo potente en varios aspectos. En primer lugar, huir de los viejos métodos que son sumamente óptimos para determinados niños, pero que producen una gran exclusión de aquéllos para los que tal sistema es nefasto. Esos niños que no son menos inteligentes, pero que con otro método de aprendizaje conseguiríamos mejores resultados. Además, se debería dotar, de una vez por todas, una mejora en las condiciones del profesorado, mejorando el respaldo social a su colectivo, dotándoles de verdaderas herramientas para evitar a los padres descerebrados, aportándoles todos los recursos que necesiten para su labor y facilitándoles de una forma real una formación continua para evitar la obsolescencia en su trabajo. Saldríamos ganando todos, y mediante una buena formación en medio ambiente, podríamos crear unas nuevas generaciones bien informadas y sensibles a la importancia del cuidado de nuestro entorno.
            Con respecto a las infraestructuras, considerándolas también como una parte del desarrollo que derivase de la investigación, deberíamos empezar a plantearnos que nuestras ciudades, así como las interrelaciones entre ellas se realicen de la manera más eficiente posible. Hablo de integrar en la medida de lo posible zonas verdes con edificios bien construidos, con materiales que garanticen su eficiencia energética. No es ningún disparate: países centroeuropeos llevan años fomentando o incluso obligando por vía legislativa a que las casas cumplan estándares que aquí, en España, todavía parecen de ciencia ficción. Por suerte, palabras como Passivhaus están ya disponibles en castellano, desde promociones enteras como la posibilidad de encontrar arquitectos especializados en este tipo de viviendas.
            Nos puede gustar más o menos que nos corten el tráfico, con todas las molestias que ello conlleva. El problema fundamental no es éste, sino que, tal y como estamos acostumbrados en España, no se afrontan los problemas más que desde una perspectiva cortoplacista, en lugar de afrontarlos también a largo plazo, intentando aportar soluciones a los ciudadanos más allá de restringir el uso del automóvil. Es necesaria una verdadera apuesta por un cambio de tecnologías energéticas porque, sea o no verdad la influencia del hombre en el cambio climático –hay más de una postura al respecto–, el perjuicio para el planeta y para nuestra salud es algo que, pienso yo, está fuera de toda duda, y no ponerle solución no deja de ser como si te pegaras un tiro en el pie a cámara lenta: algo bastante absurdo.

Alberto Martínez Urueña 19-06-2017



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