Os voy a
contar una historia que tiene varios años, y también varios protagonistas. Y lo
hago a toro pasado, a sabiendas de que habrá quien me pueda acusar de
oportunista, o incluso de otras cosas. Lo hago también por dos motivos: en
primer lugar, porque llevaba tiempo queriendo dejar claro que no soy de
Podemos, y con esto lo voy a ratificar hasta el punto de poder ganarme enemigos
que no deseo; en segundo lugar, porque hay ciertos contubernios de los que tenemos
que hablar aunque sólo sea para que te llamen conspiranoico. Iré enlazando una
serie de ideas, y sacaré una secuencia dialéctica para llegar a las
conclusiones. Ojo, hay testigos que acreditarán que esto hace tiempo que lo
pienso, no me apropio de nada, si bien he de reconocer el mérito de una persona
en concreto a la que admiro, un tipo muy interesante al que conocí en Madrid
hace ya algunos años.
Los poderes
mediáticos tienen un inmenso poder. No sólo generan corrientes de opinión a
través de sus editoriales y con sus tertulias. También determinan con qué
noticias nos bombardean día tras día, noche tras noche, desde sus privilegiados
atriles.
Ya no importa
qué se sabe, o de qué manera, sino los resultados. No importa que les pillemos
mintiendo, o confabulándose. Alzaremos nuestras voces en contra, pero si los
vientos les son propicios, si las opiniones de la masa informe les favorecen, todo
lo demás les resultará superfluo.
Si esto no
fuera así, si el poder de la publicidad, de los medios de comunicación, de las
campañas de marketing, de las herramientas de venta, etcétera, no fuera el que
es, no sería cierto que las corporaciones que más dinero gastan en publicidad
son las que tienen mayores ingresos.
Si admitimos
estas premisas, cobra enorme sentido que los partidos políticos hayan intentado
financiarse de la forma que fuese para conseguir mejores campañas
publicitarias, mejores asesores de comunicación, mejores cortes, más atención
de los medios. Cobra sentido la financiación ilegal. ¿Por qué? Pueden influir
más y mejor en los votantes. El dinero mueve la información y la información
que te llega es la que ellos quieren. Más dinero para un partido es más dinero
para los medios afines.
La publicidad
y todas sus artimañas –¿por qué uso esa palabra, artimañas, en lugar de
herramientas?– no pretenden entregarte una realidad objetiva. No pretenden
informarte convenientemente para que tomes una decisión de consumo libre. La
publicidad es una forma de sutil coacción que pretende que compres un producto.
Puede ser un coche, aunque te sea más rentable no tenerle; puede ser una marca
de ropa con fábricas donde se esclaviza a menores; puede ser un teléfono móvil
con prestaciones a las que jamás vas a sacar utilidad; puede ser una marca de
partido político que no defiende tus intereses.
“¿De dónde salió
Pablo Iglesias, y por qué?”, me dijo aquel tipo interesante. Si es un peligroso
antisistema, culpable de tantas cosas ¿cómo es que obtuvo tal repercusión en
los medios? Porque, aunque se nos olvide, en esos años tan convulsos del inicio
de la crisis, hubo otros partidos que no consiguieron tal repercusión. Os
conmino a que busquéis en internet “Sándwich al PSOE”: no tiene desperdicio, y
de ello hablan los de un lado como los del otro.
Pablo
Iglesias tuvo tribuna y foro público porque se lo permitieron. Os insisto que
busquéis lo del sándwich, pero con cuidado: va recubierto de salsas indigestas.
¿De dónde
salió Pablo Iglesias? Pero sobre todo y por encima de todo, ¿para qué? Hay que
ser iluso en esta sociedad en que vivimos para imaginar que algo así surja de
manera espontánea, sin el permiso de quien mueve los hilos. Leed, por favor, el
tema del sándwich de Mauricio Casals. Podréis estar orgullosos del movimiento
ajedrecístico de los peperos, o podréis odiar el estado de cosas que nos ha
traído el capitalismo deshumanizado –¿notáis las connotaciones de mis palabras?–,
pero no permaneceréis impasibles. Y quizá sea mejor hacerlo, olvidarlo y seguir
comprando esa marca de ropa que todos conocemos en cuyos anuncios hay claras
connotaciones de pornografía infantil. Las camisetas salen más baratas. Y
seguir votando al Partido Popular, cuyas injerencias en el Poder Judicial están
empezando a ser vomitivas, y cuya gestión económica es la mejor que podemos
conseguir en este país, tal y como atestiguan sus ocho millones de votos, y los
miles de autos judiciales que se van conociendo.
Así que
cuando alguien tenga la tentación de decir que soy de Podemos, mejor que no lo
diga en alto, por no demostrar sus prejuicios, pero sobre todo por no demostrar
su estupidez y las tragaderas que tiene. Por no poner de manifiesto que entra
por el aro mediático, ése que ha convertido el mundo, con su dialéctica en la
que no caben matices, en una guerra de dos bandos de a mi favor o en mi contra –como
el fútbol, Barsa-Madrid–, el capitalismo en esclavitudes de todo tipo y la
democracia, aquel sistema que nos vendían como el gran espacio de libertad, en
un espectáculo de circo donde vivimos incapaces de reaccionar ante ninguna
injusticia. Y aquí, en España, lo único que ha habido han sido unas maniobras
geniales para destrozar de arriba abajo a la izquierda; Podemos únicamente ha
sido una herramienta tangencial más que está jugando la partida que le conviene
a los que mandan. Y si no me creéis, mirad ahí fuera.
Alberto Martínez Urueña
11-05-2017
PD: Esto lo pienso desde el año 2012, no es nada nuevo, pero
ahora que ha salido lo del sándwich, este artículo no será el desvarío de un
ansistema. O al menos, no sólo eso.
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