jueves, 11 de mayo de 2017

Jaque


            Os voy a contar una historia que tiene varios años, y también varios protagonistas. Y lo hago a toro pasado, a sabiendas de que habrá quien me pueda acusar de oportunista, o incluso de otras cosas. Lo hago también por dos motivos: en primer lugar, porque llevaba tiempo queriendo dejar claro que no soy de Podemos, y con esto lo voy a ratificar hasta el punto de poder ganarme enemigos que no deseo; en segundo lugar, porque hay ciertos contubernios de los que tenemos que hablar aunque sólo sea para que te llamen conspiranoico. Iré enlazando una serie de ideas, y sacaré una secuencia dialéctica para llegar a las conclusiones. Ojo, hay testigos que acreditarán que esto hace tiempo que lo pienso, no me apropio de nada, si bien he de reconocer el mérito de una persona en concreto a la que admiro, un tipo muy interesante al que conocí en Madrid hace ya algunos años.

            Los poderes mediáticos tienen un inmenso poder. No sólo generan corrientes de opinión a través de sus editoriales y con sus tertulias. También determinan con qué noticias nos bombardean día tras día, noche tras noche, desde sus privilegiados atriles.

            Ya no importa qué se sabe, o de qué manera, sino los resultados. No importa que les pillemos mintiendo, o confabulándose. Alzaremos nuestras voces en contra, pero si los vientos les son propicios, si las opiniones de la masa informe les favorecen, todo lo demás les resultará superfluo.

            Si esto no fuera así, si el poder de la publicidad, de los medios de comunicación, de las campañas de marketing, de las herramientas de venta, etcétera, no fuera el que es, no sería cierto que las corporaciones que más dinero gastan en publicidad son las que tienen mayores ingresos.

            Si admitimos estas premisas, cobra enorme sentido que los partidos políticos hayan intentado financiarse de la forma que fuese para conseguir mejores campañas publicitarias, mejores asesores de comunicación, mejores cortes, más atención de los medios. Cobra sentido la financiación ilegal. ¿Por qué? Pueden influir más y mejor en los votantes. El dinero mueve la información y la información que te llega es la que ellos quieren. Más dinero para un partido es más dinero para los medios afines.

            La publicidad y todas sus artimañas –¿por qué uso esa palabra, artimañas, en lugar de herramientas?– no pretenden entregarte una realidad objetiva. No pretenden informarte convenientemente para que tomes una decisión de consumo libre. La publicidad es una forma de sutil coacción que pretende que compres un producto. Puede ser un coche, aunque te sea más rentable no tenerle; puede ser una marca de ropa con fábricas donde se esclaviza a menores; puede ser un teléfono móvil con prestaciones a las que jamás vas a sacar utilidad; puede ser una marca de partido político que no defiende tus intereses.

            “¿De dónde salió Pablo Iglesias, y por qué?”, me dijo aquel tipo interesante. Si es un peligroso antisistema, culpable de tantas cosas ¿cómo es que obtuvo tal repercusión en los medios? Porque, aunque se nos olvide, en esos años tan convulsos del inicio de la crisis, hubo otros partidos que no consiguieron tal repercusión. Os conmino a que busquéis en internet “Sándwich al PSOE”: no tiene desperdicio, y de ello hablan los de un lado como los del otro.

            Pablo Iglesias tuvo tribuna y foro público porque se lo permitieron. Os insisto que busquéis lo del sándwich, pero con cuidado: va recubierto de salsas indigestas.

            ¿De dónde salió Pablo Iglesias? Pero sobre todo y por encima de todo, ¿para qué? Hay que ser iluso en esta sociedad en que vivimos para imaginar que algo así surja de manera espontánea, sin el permiso de quien mueve los hilos. Leed, por favor, el tema del sándwich de Mauricio Casals. Podréis estar orgullosos del movimiento ajedrecístico de los peperos, o podréis odiar el estado de cosas que nos ha traído el capitalismo deshumanizado –¿notáis las connotaciones de mis palabras?–, pero no permaneceréis impasibles. Y quizá sea mejor hacerlo, olvidarlo y seguir comprando esa marca de ropa que todos conocemos en cuyos anuncios hay claras connotaciones de pornografía infantil. Las camisetas salen más baratas. Y seguir votando al Partido Popular, cuyas injerencias en el Poder Judicial están empezando a ser vomitivas, y cuya gestión económica es la mejor que podemos conseguir en este país, tal y como atestiguan sus ocho millones de votos, y los miles de autos judiciales que se van conociendo.

            Así que cuando alguien tenga la tentación de decir que soy de Podemos, mejor que no lo diga en alto, por no demostrar sus prejuicios, pero sobre todo por no demostrar su estupidez y las tragaderas que tiene. Por no poner de manifiesto que entra por el aro mediático, ése que ha convertido el mundo, con su dialéctica en la que no caben matices, en una guerra de dos bandos de a mi favor o en mi contra –como el fútbol, Barsa-Madrid–, el capitalismo en esclavitudes de todo tipo y la democracia, aquel sistema que nos vendían como el gran espacio de libertad, en un espectáculo de circo donde vivimos incapaces de reaccionar ante ninguna injusticia. Y aquí, en España, lo único que ha habido han sido unas maniobras geniales para destrozar de arriba abajo a la izquierda; Podemos únicamente ha sido una herramienta tangencial más que está jugando la partida que le conviene a los que mandan. Y si no me creéis, mirad ahí fuera.

 

Alberto Martínez Urueña 11-05-2017

 

PD: Esto lo pienso desde el año 2012, no es nada nuevo, pero ahora que ha salido lo del sándwich, este artículo no será el desvarío de un ansistema. O al menos, no sólo eso.

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