miércoles, 14 de diciembre de 2016

Tiempos oscuros. Parte II


            Cuando me enfrento a este par de páginas, los temas de actualidad social ocupan gran parte del contenido. Y como mi columna no es diaria –más de uno me repudiaría– no puedo, ni tampoco quiero, hablar de todos y cada uno de los escándalos que revientan nuestra convivencia. Por otro lado, estaría cayendo en una de las principales críticas que hago al sistema informativo actual: nos ahogan con noticias sucesivas y así impiden de manera efectiva el procesado que necesita cada una de ellas. Además, los diarios desgranan suficientemente cada una de las noticias, lo hacen mucho mejor que yo, y no creo que sea necesaria una perspectiva más de los hechos.

            Hablar hoy, casi ya en dos mil diecisiete, del nuevo caso de corrupción es algo que resulta tedioso, por mucho que la descarga de adrenalina aplaque nuestra ira. Quizá incluso la sucesión caótica de noticias está pensada para eso… Esta semana es el hospital de Castellón y el rescate de las autopistas ruinosas del gobierno de Ansar y sus secuaces. Informes económicos realizados un día de farra, supongo. Optimistas de pro en cuanto a los ingresos. Gastos imprevistos. Ya sabemos cómo acaba esto: lo pagaremos entre todos, y pasaremos al siguiente escándalo, al que volveremos a calificar de insoportable. El siguiente insoportable de la lista.

            Cuando tienes una planta y las hojas empiezan a secarse, si la riegas, reverdece con fuerza. Sin embargo, cuando aquellas caen sin haberse secado, están quebradizas, y aunque riegues, nada solucionas, es probable que hayas anegado las raíces, y se hayan podrido. Y la planta entera está condenada. Durante mucho tiempo he estado pensando que nuestro sistema estaba en la primera fase, pero últimamente barrunto que estamos en la segunda. Esto no es un comentario desengañado ni apocalíptico, os lo aseguro, porque no estoy diciendo que la solución no exista. Sin embargo, ésta no consiste en andar tapando vías de agua cada vez más numerosas. Ésa es la especialidad de los políticos, sin olvidar que muchas veces, las vías las han provocado ellos mismos con su actitud irresponsable. No basta con echar algo de agua en la maceta con el abono adecuado. Aquí se ha echado tanta agua y tanto supuesto abono que la planta ha muerto. España,  y también Occidente, necesitan un cambio de paradigma. Lo necesitamos. Si nos negamos, entonces lo sufriremos.

            Vivimos tiempos oscuros, os lo dije hace quince días. Más allá de los ejemplos prácticos con que los medios nos dan nuestra ración diaria de adrenalina apocalíptica en la que nos recreamos, hay una realidad mucho más evidente que nos desgarra desde dentro. La sociedad tal y como está pensada es incapaz de resolver los problemas de la inmensa mayoría de las personas de este planeta, y también de los que pueblan nuestro primer mundo. Porque en realidad, aunque queramos vivir mirando hacia el tendido, Pandora está acechando nuestra propia estructura. De hecho, cada vez hay más personas mirando al tendido, porque cuando no lo hacen, les falta el aire. No hay solución, dicen, y por eso hay que consumir. Y consumirse.

            El alcance del capitalismo ya está más que claro. Es el mejor sistema económico para satisfacer las necesidades materiales de una sociedad. Sólo con solucionar los problemas de desigualdad tan brutales que sufre nuestro país, y también nuestro planeta, tendríamos una sociedad en la que todas las personas tendrían las necesidades básicas cubiertas. Por lo tanto, el problema de la desigualdad debería ser tenido en cuenta. No hablo de que la desigualdad sea mala, pero como en todo, los excesos matan.

            Pero ¿qué solución hay en un primer mundo donde la inmensa mayoría las tiene –o las tenía, antes de la crisis– cubiertas? Lo siento, pero a esta pregunta, el capitalismo y el consumismo que deriva de tal sistema no ofrecen una respuesta. Y lo sabéis todos. Los que me leéis y con quienes os relacionáis. Cualquiera que haya dado un abrazo honesto en algún momento lo sabe. Por tanto, si la solución no está en incrementar el nivel de consumo y riqueza –no estoy en contra de hacerlo, pero no soy tan estúpido de depositar mi destino en ellos–, hay que buscar dónde se encuentra.

            Pero vivimos tiempos oscuros. Los poderes fácticos y sus mafias organizadas nos roban desde las instituciones, desde las empresas y desde los medios de comunicación, y la panacea que nos vendieron a través del sistema económico es únicamente una condición necesaria, pero no suficiente. Y en algunos casos, incluso malsana. El capitalismo ha convertido a las personas en objetos con los que saciar nuestros apetitos egoístas, y la falta de respeto hacia nuestros iguales que esto supone se ha banalizado hasta el extremo de considerarla no ya inhumana, si no irremediable. Y nos ha convertido en los malos de nuestra propia película. Aceptamos que los demás nos cosifiquen y nos consideramos pagados por poder cosificarles a ellos.

            Vivimos tiempos oscuros, y hasta que el individuo no encuentre su dignidad y su valía, así como su lugar en la realidad a la que le arrojaron por algún motivo, la luz no podrá penetrar en las cavernas que habitamos.

 

Alberto Martínez Urueña 14-12-2016

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