Creo
sinceramente en aquella frase tan manida y tan repetida en multitud de
circunstancias que argumenta que son los hechos y no las palabras las que
definen a las personas. Si bien en cierto, todos tenemos derecho a cometer errores,
por lo que las cosas que nos definen no son los hechos concretos si no nuestras
tendencias hacia tal o cual comportamiento o actitud. Los hechos que cometemos,
y las tendencias que adoptamos, nuestras querencias, nuestros comportamientos,
indican con cierta precisión cuáles son nuestras intenciones. Cuáles son
nuestros intereses. Las palabras, que tan útiles nos resultan para
comunicarnos, para transmitir ideas, o para que yo pueda escribiros estas
líneas, en otras circunstancias sirven de herramientas para otros menesteres,
como es la perversión de la dialéctica. Hay infinitos casos que así lo
atestiguan. No en vano, todos los ímprobos esfuerzos que realizamos los seres
humanos para autoengañarnos son una de las modalidades más extendidas.
En
la esfera privada, cada vaca que suene su esquila. Sin embargo, cuando
asistimos a cuestiones de la esfera pública, que nos afectan a todos, no
podemos permanecer impasibles. Las organizaciones, compuestas por seres humanos
y seres de alguna otra índole, según el caso, también tienen sus tendencias,
también tienen sus palabras, sus tergiversaciones y sus incoherencias, y por
supuesto, tienen sus intereses. Por sus frutos les conoceréis, decía uno hace
algunos años. Y que razón tenía, el sujeto.
Hace
tiempo que defiendo en mis líneas que en esta democracia tan mezquina, inculta,
rapaz y cainita que tenemos en nuestras gloriosas Españas, el imperio donde no
se ponía el sol, está pervertida, y no desde hace poco. En mi texto anterior hacía
una reflexión sobre cómo los españoles nos hemos dejado engañar a lo largo de
los siglos por una serie de líderes bochornosos que argumentaban el amor por la
patria mientras se embolsaban los dineros llegados de las campañas militares,
esquilmando al pueblo que las batallaba. Nada más ruin que mandar a tus peones
a morir en Flandes y luego dilapidar las ganancias en confeti, pero eso es lo
que hicieron los Austrias y después los Borbones. Ahora toca hablar de quienes
nos engañan, y además, viendo que no tiene ningún coste para ellos, cada vez
con mayor desvergüenza.
Las
siglas PPSOE os sonarán a todos. La coalición de las fuerzas políticas más
representativas de los últimos cuarenta años en nuestro país se lleva
sospechando desde que los chavales del 15-M empezaron a dar guerra por las calles
y por las plazas de nuestro país. Unas siglas que pretendían ser las garantes
de la estabilidad de nuestro sistema político, por encima de los populismos y
de las algaradas, para que los mercados no salieran corriendo por la puerta de
atrás de nuestra piel de toro.
Han
mareado la perdiz durante los últimos años. Hemos tenido en este tiempo una
legislatura absolutamente dictatorial, de las que les gusta a los chavales de
derechas, de las de aquí se hace lo que yo digo porque yo lo digo. Hemos tenido
una salida de la crisis para las grandes élites, mientras Cáritas, Intermon
Oxfam y otras organizaciones se llevan las manos a la cabeza y más de diez
millones de personas se las llevan a los bolsillos… para no encontrar más que
silencio en ambos casos. Hemos tenido un año de Gobierno interino en el que
Mariano y sus adláteres se han negado al control parlamentario, se han negado a
negociar nada con nadie, esperando a que las peras maduras cayeran por si
solas, conscientes –pero irresponsables- de que la izquierda de este país es
capaz de apuñalarse sola, todas las veces que haga falta, y con una enorme
sonrisa bobalicona en la cara, reflejo de la supuesta superioridad moral con la
que se autoinviste. Hemos tenido todo esto, y ahora las piezas encajan, demostrando
que no les queda más remedio que por responsabilidad unirse en un matrimonio
antinatura que no tiene el más mínimo sentido. Después de haberse pasado
cuarenta años sin ser capaces de articular un Estado Español con una
organización territorial coherente, después de no haber sido capaces de
cohesionar la Sanidad, la Educación y otras políticas de Estado desde la lógica
confrontación de ideas contrapuestas de dos rivales que buscan entenderse.
Después de haber estado tocándonos los cojones a dos manos durante todo este
tiempo sin solucionar los problemas importantes de esta nación como son la
burbuja inmobiliaria –reventó sola-, la violencia entre sexos, la politización
de la justicia, así como su modernización, el establecimiento de organismos de
control independientes… Un suma y sigue que demuestra que sus actos no fueron
gobernarnos, sino marearnos con gilipolleces propias de un patio de colegio
para perpetuarse en el poder. Y cuando se les ha visto el plumero, a raíz de la
crisis, aldabonazo para muchas personas en este país de incultos y fratricidas,
han hecho lo que les quedaba para poder seguir aferrados a los escaños.
Ojo,
esto no es baladí. Los escaños no dan de comer. O no a tanta gente. Si no, que
se lo pregunten a la Gürtel, a la Púnica, a los EREs, a la Comunidad
Valenciana, a la Perla Negra de Valladolid, y a todos los restos que se
reparten a dos manos. Que se lo pregunten a Felipe y su Gas Natural, o a Ansar
y su Endesa. Y a todos los amiguetes que colocaron en las demás energéticas,
bancos, cajas de ahorro, etcétera, y cuando veáis la próxima factura de la luz,
os preguntáis porque tenéis una de las facturas más caras de Europa. Hay, de
hecho, en Wikipedia, una entrada que se llama políticos españoles en consejos
de administración.
Así
que ahora, cuando la gente me pide que escriba sobre la investidura de Mariano
y la abstención orquestada por esa mala directora apellidada Díaz, les diré que
todo estaba organizado para que así fuera, que no podía ser de otra manera, y
que no deja de ser una nueva maniobra de esos líderes que nos oprimen desde
hace siglos para perpetuarse en su trono y en sus despachos. Esos líderes a los
que nos vendimos y a los que no cobramos la factura que exige su corrupción y
su desvergüenza.
Alberto
Martínez Urueña 31-10-2016
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