viernes, 7 de octubre de 2016

Mediocres. Parte III


            Los dos últimos textos que os he remitido, fueron escritos antes de la debacle interna del PSOE. Esa especie de implosión sufrida por uno de los dos partidos fundamentales para entender la historia española desde la Transición. Un ejercicio de autocanibalismo. Ha sido un espectáculo tan grosero de guerra fratricida que cuesta analizar si no es por la mera estupidez –def. RAE– de los implicados. Por su mediocridad en la gestión de lo que es un partido político. Eso sin entrar en posibles conspiraciones en la sombra del poder fáctico moviendo los hilos, argumentos que dejaré que leáis vosotros mismos si os gustan esas historias. Hay algunas escalofriantes.

            La verdad es que no sé cómo analizar la situación, si desde una perspectiva de necedad absoluta o de maniobra perfectamente ejecutada de la que desconocemos sus intenciones y objetivos. Quizá haya de ambas. Reconozco que no tengo mucho que aportar al debate, teniendo en cuenta el nivel de muchos de los que escriben –aunque algunos harían mejor en cerrar la boca–, pero me resulta curioso ver reflejadas algunas ideas de manera pública. La que más me llama la atención es la que habla de la falta de inteligencia táctica de los personajes que han protagonizado el movimiento. Por mucho que piensen haber conseguido, la imagen que se nos ha quedado de estos personajes no es precisamente idílica: seres aviesos capaces de cualquier cosa con tal de ocupar el trono imperial. “Tú también, Bruto”, o la de Lady Macbeth. Relatos de intrigas palaciegas en donde hay cálculos y asesinatos para quedarse con el reino. El ansia de poder es algo inherente al hombre, pero retransmitido en tiempo real por los medios de comunicación masivos pierden el halo artístico de la Historia y del teatro clásico.

            El problema aumenta, efectivamente, cuando se pierden las más mínimas formas y se hace exposición pública y grosera de las inquinas privadas. Una cosa es saber que existen, y otra muy diferente verlo. Aquí el PP gana por goleada. Pero en el PSOE, está claro, también confían en el ibérico porcino medio y su memoria: tan limitada como se empeña en demostrar. Así, Susana y compañía saben que sus fieles permanecerán, y a la hora postrera de los comicios, volverán las oscuras golondrinas para ofrecernos nuevo espectáculo de legitimación en las urnas, de miedo al bueno por conocer, de la apelación al voto útil y, en definitiva, del holocausto y muerte de la democracia ante la mediocridad de un electorado que prefiere una nueva edición de Gran Hermano a explorar las glorias literarias de nuestra cultura.

            Bien sabido es que no comparto del PP ni la ideología ni las formas, y que no me trago ninguno de sus argumentos sobre el tema de la corrupción, sobre sus supuestas reformas estructurales o la sarta de estupideces con que jalonan la exposición de motivos de sus leyes más controvertidas, como la Mordaza. Ni qué decir tiene, si hablamos de su supuesta gran gestión de la economía, que conmigo no tienen a donde ir: considero que son más los desastres causados que los aciertos, y que éstos, tienen más de casualidades cíclicas bien aprovechadas para venderlas en los mercados donde les escuchan que de reales. Luis de Guindos en su biografía se ha encargado de darme la razón. Es más, el PP, que se autovende como partido neoliberal, es un partido intervencionista que no rebaja los impuestos salvo en campañas electorales donde arriesga los escaños y que se empeña en dirigir la economía con mano de hierro stalinista, tal y como demuestra en el sector energético.

            Ahora, para cerrar la bocaza a todos los ineptos que me han acusado de partidismo y de no ver las miserias de la izquierda española, me ocupo de un partido que ni es socialista ni obrero ni nada. Que se ha encargado de perfeccionar el trasvase de personajes desde lo público hacia lo privado, legislando primero a favor de aquellas empresas en las que luego pasan a ocupar puestos de administración. Que ha desahuciado de manera sistemática a sus votantes a lo largo de sus décadas de gobierno en democracia y que han gestionado de forma irresponsable asuntos cruciales como la burbuja inmobiliaria, la crisis del sector bancario y, exactamente igual que sus vecinos, se han permitido las licencias electorales más bochornosas de los últimos años. Ahora, con la crisis de la socialdemocracia europea incrustada en sus genes, acomete con absoluta perfección lo que sería una obra digna de la vida de los Borgia. Dejándonos en las fauces del enemigo sin posibilidad de huida. Gracias PSOE.

            La crisis de la socialdemocracia no es tal, por cierto. No hay crisis. Hay desvelamiento. Hay toma de conciencia por parte de las clases populares de la desvergüenza de unos dirigentes que parece que no se han dado cuenta de que ya no cuela, que les hemos visto el plumero, que les hemos pillado vendiéndose al capital de manera bochornosa. Por no haber, ya no hay ni un intento de modular un discurso sobre cómo el progreso podría beneficiarnos a todos, tanto a empresas como a ciudadanos, a través de la redistribución de esa generación de renta y de riqueza en donde la socialdemocracia tendría mucho que decir. Ahora lo que tenemos es la inevitabilidad, lo inexorable cerniéndose sobre nosotros, la desesperanza ante los dientes de los insaciables que, una vez que han desmontado toda resistencia posible convirtiéndonos en adictos de su régimen de consumo como fin último de todas las cosas, y ciegos ante las otras, muerden ya sin ningún complejo. La resistencia es inútil y otro modelo no es posible. Y todavía se preguntarán por qué pierden las elecciones. Todo, tanto su tacticismo, como su incapacidad para negociar, como el espectáculo brindado… Todo, además de perjudicar al país, les perjudicará a ellos. Todo indica que estamos ante personajes mediocres incapaces de salvarse incluso a ellos mismos.

 

Alberto Martínez Urueña 5-10-2016

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