El mundo de
las ideas, de las ideologías, de los principios y de las cuestiones morales es
de lo más entretenido. Se admite como algo general que para gustos se hicieron
los colores, se admite por tanto que hay una esfera de subjetividad dentro de
cada persona, algo personal e intransferible que habla de las apetencias e
inclinaciones en donde los demás no tenemos nada que decir u opinar. Por
ejemplo, es de general aceptación que no se escoge de quien te enamoras.
No es menos
cierto, sin embargo, que, tal y como decían nuestros abuelos, tal pareja no te
conviene, no es trigo limpio, no te acerques. Llevaba implícita una línea
divisoria entre lo que quieres y la decisión que tomas, voluntariamente, de
acercarte o no al objeto de tus deseos. Se sobreentendía una discrepancia que
tenía que ver, en estos casos, con la moralidad o con la fuente de disgustos
que podría suponer tal acercamiento, y se proponía una especie de prelación entre
los deseos, que podrían estar o no equivocados, y la razón pura, esa especie de
piedra filosofal misteriosa capaz de desvelar una verdad superior. Esa
herramienta que nos separaba del resto de los animales, una herramienta capaz
de liberarnos de las cadenas de nuestros instintos. Una completa gilipollez,
vamos. No ha habido en la historia de la humanidad mayor fuente de problemas
que la supresión mediante la represión autoinfligida de las pulsiones humanas
más viscerales. No pasa nada por desear tal o cual cosa, o a tal o cual
persona, no hay que criminalizar a nadie por tener los deseos que tenga: éstos
pertenecen a un mundo diferente al de la razón.
Otra cosa son
los actos que deriven de las decisiones voluntarias que tomamos en nuestro día
a día. Promover mediante actos la defensa y legitimación de ideas como el
nazismo llevó a lo que llevó en el siglo veinte, y aquí está el quid de la
cuestión, y el motivo por el que, personalmente considero que determinadas
ideas no son igual de respetables que otras. Los actos que se derivan de unas o
de otras no son iguales. Podemos admitir por tanto que cada uno puede tener las
ideas que quiera, ideas que llevadas a cabo serían más o menos cuestionables.
En el plano de la moralidad a veces es sencillo sacar conclusiones, pero en
política no lo es tanto. En política siempre hay una ponderación entre
propiedad privada y servicio público, y entre una gestión orientada a la
disminución del tamaño del sector público o un mayor aumento y participación.
Esto lleva implícito el concepto que cada persona tiene de la forma en la que
ha de configurarse la sociedad. Y aquí cada uno tiene sus querencias, y sus
amores, y como las consecuencias no son tan claras como el holocausto judío, y
está repleto de multitud de matices, la inclinación hacia un lado u otro no es
tan sencilla como pueda parecer. Es complicado matizar, y mucho más explicar
esos matices. Por esto, los partidos políticos están tan empeñados en aferrarse
como garrapatas perrunas a lo que ellos consideran como su identidad
ideológica, y menos en explicar los complicados matices. No comprenden que ya
sabemos que la tienen, que cada uno de sus miembros la tendrá con sus matices,
y que hoy en día los ciudadanos estamos más interesados en otras cuestiones.
Y aquí entra
el tema de la táctica y del pragmatismo. Defender tus ideas está muy bien, con
tus amigos, con tu pareja, en el Congreso de los Diputados si quieres… Pero en
esta vida las ideas han de ser útiles para algo más que para aburrir al
respetable con ellas. No vale de nada que clames a favor de ser buena persona
si luego eres un hijo de la gran puta en tu entorno más próximo, igual que no
vale de nada que la izquierda de este país clame por la corrupción de Mariano y
sus amiguetes de partida si luego, a la hora de la verdad, son incapaces de
sacarle de La Moncloa. Gracias esa falta del más mínimo pragmatismo de la
izquierda española, históricamente enamorada de sí misma, practicando un
onanismo ideológico que le lleva a considerarse moralmente superior a cuantos le
rodean, tenemos este espectáculo de prístina pero hipócrita demostración de
valores. Porque aunque Pedro, Pablo, Iñigo, Junqueras, Susana, Felipe y la
madre que les parió a todos ellos nos estén dando continuas lecciones de
moralidad en sus discursos de mierda, la realidad es que nuevamente nos están
dejando abandonados, en manos de quienes nos prefieren callados, sometidos y
asintiendo al poder feudal trasmitido de padres a hijos desde tiempos
inmemoriales. Hablan de ser buenas personas, pero en realidad están a otra
cosa. La táctica que emplean no está orientada a un pragmatismo que sirva para
unir de una vez por todas los intereses de quienes estamos hartos de que nos
chuleen una tras otra desde Génova, con sus tesoreros, sus cajas B, sus Luis se
fuerte y sus Rita eres la mejor. Por mucha ideología que farfullen, nos están
dejando en las fauces de las hienas que nos la han metido doblada con leyes
mordaza, con recortes en Sanidad y Educación, así como con actuaciones desde el
Ministerio del Interior que se aproximan en gran medida a las que se adoptaban
en ese tiempo que añoran y que gustarían de haber vivido como sus padres,
muchos de ellos poco amantes de la democracia. Muchas gracias a estos partidos
de izquierdas, porque podremos seguir sacando pecho por tener estas ideas
virginales de libertad, igualdad y fraternidad que seguiremos sin llevar a cabo
gracias a su completa y absoluta estupidez. O interés.
Alberto Martínez Urueña
23-09-2016
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