martes, 20 de septiembre de 2016

Suceden cosas


            ¿Sabéis? En España suceden otras cosas, aparte de la desvergüenza política que estamos sufriendo en los últimos meses, con un partido funcionando en modo cosa nostra, con otro incapaz de esquivar similitudes con los Borgia, con los nuevos partidos de la nueva política envejeciéndose a pasos agigantados, como si sufrieran de progeria, y con los nacionalistas convertidos en su propio monstruo de Frankenstein.

            Aquí a España, nos llegan sentencias del Tribunal Europeo sobre nuestras condiciones laborales que nos provocan sonrojo internacional, tanto por la indefensión a la que nos vemos sometidos en nuestro propio territorio y que nos obliga a buscar auxilio en el extranjero, como por el bochornoso discurso de haber salido de la crisis y ser el país que más crece de Europa mientras mantenemos más del veinte por ciento de paro. Y eso sin entrar en el detalle de los entresijos económicos, y soportando a esa gente que no tiene ni puta idea de lo que habla cuando habla de Economía. Peña en los treinta o cuarenta mil al año y que se cree que le beneficia un sistema fiscal regresivo porque está entre los asalariados que más ganan de España. No saben que la deuda pública por encima del cien por cien del PIB es un impuesto futuro que además implica pago de intereses, lo que nos lleva a ese efecto crowding out del que un partido verdaderamente neoliberal –el PP no sabe lo que es eso, por mucho que se llene la boca– debería huir, y que además, de regalo, produce aumentos en el IPC que no implican más crecimiento económico real de acuerdo a la ecuación de Solow. Todavía hoy, en el siglo veintiuno, tenemos que soportar, en este país de verbenas y fanfarrias –que me encantan, si no se superponen a lo relevante–, a esos necios que pretenden ser su propio médico, el mejor seleccionador nacional, juez y jurado de causas desconocidas y, además, Premios Nobel de Economía. Oficiosos, claro.

            Aquí en España, somos de frágil memoria. Destrozamos el mercado laboral con la burbuja inmobiliaria, así como las posibilidades de inversión alternativas en sectores de alto valor añadido, y lo destrozamos años más tarde expulsando a nuestros mejores estudiantes. Nos mola lo del pan para hoy, y nos olvidamos del hambre para mañana. Aquí, las empresas multinacionales siguen invirtiendo porque somos mano de obra barata y manejable, pero esa mano de obra y manejable sigue encerrada en que le suban en sueldo en lugar de exigir que en su empresa se creen secciones de investigación y desarrollo. Y cuando esa investigación depende del sector público, los políticos, esa subespecie mal evolucionada del cerdo, bajan la inversión hasta el sótano de los Presupuestos Generales del Estado y nos devuelven a la Prehistoria tecnológica. Eso, sin hablar de la mano de obra cualificada obligada a emigrar en busca de un futuro decente, a la rebusca de empleos de verdad de los que sí que existen más allá de los Pirineos o a los de poner copas y así poder practicar otro idioma, porque aquí, el sistema educativo está más preocupado de satisfacer las exigencias obispales que de enseñar a nuestros jóvenes un segundo idioma que no les haga parecer retrasados mentales en cualquier reunión de trabajo internacional.

            Aquí, en España, políticos que luego acaban en consejos de administración de empresas energéticas, le calzan impuestos al sol, a las renovables, y si no, pagan déficits tarifarios de los que nadie conoce origen ni metodología de cálculo. Aquí, tenemos recibos ilegibles, impuestos duplicados, acometidas a precio de deportivo de lujo y facturas astronómicas. Pero eso no es todo: cuando se habla de nosotros en el extranjero, se descojonan de la risa. El sueño de verano de cualquier político europeo fue nacer español y poder hacer lo que salga del arco del triunfo sin pestañear, y luego jubilarse en uno de esos consejos de administración, cobrando de las “ayudas públicas” que previamente se había ocupado de dejar bien sentadas. Aquí, si quieres producir la energía eléctrica que produces, le tienes que pagar a la eléctrica de turno, le tienes que pagar al Estado y además, tienes que calcular la inseguridad jurídica de que no te metan por el duodeno dentro de un par de años una nueva ley que suponga otro impuesto con efecto retroactivo por el deterioro de la red eléctrica derivada de tu instalación de placas solares. Y todo esto sin entrar en detalles, porque los detectores sismológicos colocados a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional están empezando a detectar el temblor provocado por las carcajadas de las hienas.

            Aquí, en España, graban a ministros confabulándose con terceros, o les pillamos con el micrófono abierto diciendo lindezas, y matan al mensajero, insultan nuestra inteligencia y se sacan un par de leyes para criminalizar al que lo mencione en Twitter. Aquí, además, una gran mayoría, les ríen estas gracias, justificándose en base a la teoría del mal menor que nos convierte en las cloacas de una Europa cada vez más hitleriana.

            Aquí, en fin, en España, vamos a tener once días seguidos de fútbol a precio de oro, gracias a compañías televisivas que funcionan como el resto de sectores, por las bravas, y clubes de fútbol que venden a sus aficionados igual que venden camisetas. Circo para todos en el reino del descalabro. Es noticia incluso que el hijo de un tal Cristiano ha vuelto al cole en Septiembre. Como si el resto de chavales no lo hiciera… Enhorabuena para todos. Si sobrevivimos en estas condiciones, en caso de guerra nuclear habrá algo más que cucarachas corriendo por encima de las ascuas radiactivas.

 

Alberto Martínez Urueña 20-09-2016

No hay comentarios: