Uno de los motivos por los que no me gusta el liberalismo económico es porque establece dentro de sus principios básicos la pretensión de que las rentas altas, y fundamentalmente las rentas del capital, van a utilizar esas ganancias y sus excedentes en inversión productiva. Básicamente, que los empresarios con dinero van a utilizar sus beneficios para generar más trabajo, más inversión en I+D+i, más empresas y más rentabilidades para los accionistas. Hay unos conceptos en Economía que se llaman tasa de ahorro o de consumo, y la propensión marginal a uno u otro cuando nos dan una nueva unidad de dinero. Qué porcentaje destinamos a una cosa u otra, en definitiva. Los pobres no tienen más remedio que consumir toda su renta, porque no tienen posibles para ahorrarlos. Son los ricos los que, en teoría pueden, y de hecho, lo hacen, ahorrar más porcentaje de su renta disponible, de lo que ganan. Y de acuerdo a una identidad fundamental de la teoría económica, lo que se ahorra es lo que se invierte a través de los agentes que canalizan ese ahorro. Verbigracia, las entidades financieras. Por eso, los neoliberales defienden la bajada impositiva, la no subida de impuestos para los ricos, porque son los que pueden ahorrar y después invertir, y son los propios agentes los que pueden decidir mejor cuáles son las mejores inversiones, cuáles pueden generar más rendimientos y por lo tanto, puestos de trabajo, aumentos salariales para los trabajadores, etcétera. Y así se cierra el círculo mágico.
Ese
comportamiento descrito, ése que en teoría realizan las rentas altas, es una de
las descripciones más utópicas e inocentonas que he visto en mi vida. Ojo,
exactamente igual de utópica, ni más ni menos, que pretender que el Estado
patriarcal, comunista y sabio puede dirigir la economía con eficiencia y
eficacia, liberándonos de la corrupción personal de las élites, tomando las
decisiones más objetivas y correctas para la colectividad, evitando el
menoscabo de los débiles.
Seamos
sinceros. En realidad, esos ricos de la sociedad por supuesto que buscan la
mejor rentabilidad para sus ahorros, y el problema es que eso no se consigue
invirtiendo mayoritariamente esos ahorros y esos excedentes en las actividades
industriales de nuestro país. De ser así, no existiría la elusión y la evasión
fiscal. Estas clases sociales invierten sus dineros, por una parte, en activos
de alto rendimiento más o menos garantizados que les facilitan los bancos, en
renta fija extranjera otra parte, en fondos de inversión como los que maneja
Goldman Sachs que pueden invertirlo en investigación farmacéutica en Estados
Unidos o en futuros sobre el precio de los biocombustibles para aumentar el
precio del grano de trigo, y por tanto de la barra de pan, producida en
rincones del mundo como Afganistán. Nada garantiza dos aspectos: que las
inversiones sean en nuestro país, o que las inversiones sean medianamente
humanas. Por eso, las razones de los neoliberales las comprendo. Sé cómo
funcionan los mecanismos de expulsión inversora o crowding out que produce la
deuda pública al aumentar los tipos de interés a los que se tienen que
financiar las empresas españolas. Pero no comparto la visión que tienen de los
supuestos inversores españoles. No, cuando veo como las principales
multinacionales, tanto españolas como extranjeras, hacen lo imposible para
deslocalizar sus negocios en países como Irlanda para evitar pagar el impuesto
de sociedades en España. Hasta aquí, las cosas claras. Por eso, el partido de
Rivera no me convence. No creo en su programa económico, por mucho que esté
bien estructurado, y por mucho que sea posible que funcionase en España. Pero
no quiero pagar el precio que implicaría.
Ni
qué decir tiene que no creo en el programa económico del PP. Al margen de que
se sustenta sobre el mantenimiento de las estructuras que han permitido que la
corrupción se convierta en un problema institucional de nuestro país, es un
programa económico que no tiene ni pies ni cabeza, haciendo mezcolanzas
imposibles en las que proponen bajadas de impuestos con aumento del gasto
público sin ni siquiera emprender una verdadera reforma fiscal, así como el
refuerzo de los mecanismos de control del dinero público, tanto desde el punto
de vista de los ingresos como desde el punto de vista del gasto. Esto es una
realidad, y cuando acusan a los podemitas de vender humo en economía, les diría
que llevamos varios años comiendo humo pepero, y si no nos hemos ido todavía al
puto cuerno ha sido porque España es un gran país gracias a las indudables
virtudes de sus pisoteados –desde hace siglos– pero también acomplejados
ciudadanos.
Y
a pesar de todo, digo que si se tienen, pueden y quieren ponerse de acuerdo
para formar gobierno, y nos tenemos que comer otros cuatro años de un
presidente que animaba, defendía y jaleaba a su tesorero, y que miraba para
otro lado ante las barbaridades que su partido estaba haciendo por toda la
geografía española, que lo hagan. En ese caso, la izquierda española debería
aprender lo que significa el interés público, el concepto de negociación, y por
supuesto, esa asquerosa superioridad moral que se autoatribuyen y que les ha
impedido una vez más, después de cientos de años de vergüenza torera, ponerse
de acuerdo y expulsar de nuestras instituciones a tanto fascista que todavía se
cree que estamos a su servicio, como buen cacique ibérico.
Alberto Martínez
Urueña 11-08-2016
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