martes, 16 de agosto de 2016

Despiadados


            Hay veces en que nos mordemos la lengua y no sabemos por qué. En mitad de una conversación alguien se pone agresivo, emite una supuesta opinión que se convierte en un juicio valorativo sobre tu persona y, aunque sabemos que no hemos de permitir que esas cuestiones nos afecten, es como un raspón de tiza en la superficie de una pizarra. Te chirrían hasta las muelas. En los últimos días he tenido la suerte de poder vivir en primera persona esta circunstancia y, a sabiendas de que de mi respuesta beligerante no iba a sacar nada positivo ni para mí ni para mis interlocutores, cerré la boca. Pero recapacitando sobre ello, he querido explayarme sobre el tema.

            No pretendo caer en el error ignorante del que expone un fallo ajeno y de esta manera lo comete él mismo. Si critico a la gente que se dedica a enjuiciar a quienes les rodean, y yo emito los mismos juicios, estaría cayendo en la misma estupidez. Sin embargo, en aras de evitar sufrimiento, creo necesario hacer los siguientes comentarios.

            Hablo de dos cuestiones en concreto: por un lado, de los males psicosomáticos y las especialidades psiquiátricas, y sobre todo psicológicas; y por otro, de la archiconocida brecha generacional. Con respecto a la primera, resulta de una ignorancia supina atribuir los males de origen desconocido a las dolencias psicológicas de las personas. Y más aún cuando estas dolencias psicológicas se siguen tratando en ciertas bocas negligentes como un mal evitable, algo buscado por personas de voluntad débil, incapaces de sobreponerse a los avatares normales de la vida. En resumen, el que tiene una depresión es por ser un débil de mierda, incapaz de valorar lo bueno que tiene su vida y de dar gracias por vivir en el primer mundo. La depresión es culpa suya, y merece lo que le sucede. Si además, esta persona tiene alguna dolencia física y esto le estropea el estado de ánimo, es aún más mierdecilla, y si esa dolencia es inexplicable –no para la ciencia, sino para el imbécil que la desprecia–, estamos hablando prácticamente de personas ignorantes, merecedoras del mayor desprecio, seguidoras de chamanes, brujos y practicantes de vudú, lectores de horóscopos y seguidores de ciencias ocultas. Por suerte, dentro de que puedan ser ciencias menos exactas que las matemáticas, la psiquiatría y la psicología son dos disciplinas con un sustento suficiente como para ser aceptadas y requeridas por quienes las necesiten, y cada vez menos despreciadas socialmente. Cuestión relacionada, pero diferente, es tener una dolencia física y que esto te pueda afectar al ánimo. Personas que sufren enfermedades poco claras son acusadas de estar somatizando estrés nervioso y otras zarandajas. Yo siempre he dicho que si alguien me clava una punta en la mano, me duele, y si además no me la puedo sacar, acabo mentalmente hecho polvo. El origen de mi estado de ánimo no será por una depresión, sino por un clavo que me atraviesa piel y huesos y que no puedo sacarme. Alguien con esclerosis múltiple puede pasar por estados de ánimo depresivos y si alguien le dice, sin la más mínima piedad o empatía, que eso es lo que le trae la vida, que tiene que aceptarlo, encuadrarlo y seguir viviendo, sus comentarios se pueden convertir en la punta que te atraviesa la otra mano. No ayuda, y además demuestra la escasa sensibilidad, pero también la tremenda ignorancia, del que suelta tal frase.

            Al margen de una verdad que no por evidente, deja de ser menos cierta: los humanos somos una unidad en sí misma. No nos separamos en mente y cuerpo, del mismo modo que no nos separamos en hígado, riñones, corazón o cerebro. Si una de esas partes funciona mal, afecta a la totalidad. Si el riñón no filtra bien, puede producir una insuficiencia renal y el cuerpo se intoxica, y puede morir. De igual modo, si la mente no funciona de una forma beneficiosa para el conjunto, el conjunto que somos, esa unidad humana, se resiente en su totalidad. Y la mente funciona mal en muchas ocasiones. También para los impíos. De hecho, la falta de piedad para con los semejantes es una de las enfermedades mentales más extendidas en Occidente.

            El segundo de los encontronazos que he tenido últimamente ha sido a costa del choque generacional que sufrimos desde que existimos como especie racional. Las generaciones más viejas se quejan de que los más jóvenes no tienen valores, no soportan el sufrimiento, no aceptan la vida como viene… Cada vez veo a más personas de mi generación –treinta y seis tacos a la espalda– criticar a quienes nos suceden por este tipo de defectos, mientras se defienden de las tarascadas militares que a veces nos vienen de los abuelos. Nadie es capaz de ver más allá de su egocentrismo enfermizo. Nuevamente los juicios de valor en los que, curiosamente, el juez siempre sale bien parado, con la razón de su parte. No hay observación, no hay empatía, ni simplemente escuchar a quien te cuenta algo diferente a lo que tú opinas, a otra forma de vivir, de entender la realidad, aunque sólo sea por la diferente experiencia, tanto en vivencias, como en el tiempo que has tenido para acumularlas. Todo es una obsesiva fijación por responder, por reaccionar. Por defender tus tesis acerca de la psicosomatización o acerca de la forma en que una persona ha de afrontar la vida. No hay prisma diferente para una persona de veinte años o para una de ochenta. Siempre está la pretensión de tener razón, no de escuchar y compartir. De aceptar desde las tripas sin necesidad de comprender desde la lógica. O de aceptar la lógica de las tripas.

            Por eso, porque a mí me han aplicado la descarnada injerencia de los juicios despiadados, lucho por no enjuiciar a nadie. Antes bien, quiero romper una lanza en favor de escuchar y no juzgar, de tolerar lo que no comprendo como una posibilidad más, igual de buena, y sobre todo, quiero enarbolar la bandera del absoluto respeto para con los sentimientos de cada persona y la piedad con respecto a quien sufre, independientemente de cual sea el sufrimiento. Incluido el que se pueda estar causando el mismo.

 

Alberto Martínez Urueña 16-08-2016


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