Os voy a
contar un secreto. La teoría económica está basada en dos verdades más o menos
fundamentales que luego, en la vida real, en primer lugar, no son del todo ciertas,
y en segundo, pueden llegar a ser perjudiciales para nosotros, los seres humanos.
El
primero de ellos, esos pilares, nos dice que la gran parte de los seres
humanos, entre los que os considero a la mayoría de vosotros, somos más felices
si consumimos un poquito de muchas cosas, que si consumimos mucho, pero solo de
una o de unas pocas –sin meter en esto, evidentemente, a los productos que
cubren las necesidades básicas, como el comer o la cerveza–. Para los algo más
entendidos, me refiero a esas cuestiones de la utilidad marginal decreciente,
las curvas de indiferencia, las restricciones presupuestarias. Aquello de la
microeconomía que nos contaban en la carrera. Quedaba fetén sobre el papel, con
aquellas curvas Cobb-Douglas y demás.
Todo eso
es cierto, se cumple si analizamos los datos, o al menos eso parece. Sin
embargo, esta verdad axiomática tiene un problema básico: nos limita la
posibilidad de explicar las pasiones del ser humano, las vocaciones, las
pulsiones que nos llevan a querer de una cosa sin medida, sin freno, sin
limitaciones. Nos quita una de las cosas que nos hace ser nosotros mismos,
diferentes, con nuestras esquinas sin pulir, nuestras atracciones y deseos. Si
damos por cierta esta cuestión, ni tan siquiera nos platearíamos qué es lo que
de verdad nos gusta en esta vida, y el hecho de que haya tal cantidad de
posibilidades de consumo, y tanto bombardeo incesante de información, no ayuda.
El
segundo de los pilares está relacionado con la búsqueda de nichos de mercado a
explotar por parte de las empresas. Y hasta aquí, genial. Los estudios de
mercado para poder encontrar esos nichos son auténticos procesos creativos en
los que mentes preclaras se esfuerzan por encontrar lo que la gente
quiere-pero-no-lo-sabe. Ejemplos paradigmáticos de ello son, en los últimos
tiempos, todo lo que tiene que ver con la telefonía móvil y la todopoderosa
Internet. La era digital ha llegado para quedarse, y todos los productos que
nos ayudan a interaccionar con ella y a utilizarla en nuestro beneficio han
surgido de cabezas pensantes que fueron capaces de ir más allá de lo que nadie
había llegado. Algo así en plan Star Trek, pero con la creatividad.
Puede
parecer correcto. No en vano, los artículos que se venden son neutros, ni
buenos ni malos, todo depende del uso que el respetable haga de ellos. Los
teléfonos móviles nos permiten seguir esta desbocada realidad, pero también
mantener relación con personas a las que casi no vemos en un largo periodo de
tiempo, o para poder estar localizados en caso de necesidad. Sin embargo, serán
malos en la medida en que se conviertan en un problema que genere crisis de
ansiedad, dependencia y sobreestimulación psíquica a los usuarios que son
incapaces de no estar mirando la pantalla cada cinco minutos para actualizar su
estado en las redes sociales.
Sin
embargo, en aras de la libertad individual, que es está genial y brilla sobre
el oscuro mundo de las conceptualizaciones morales, la venta de muchos de estos
productos se hace apelando a nuestros más bajos instintos. Es innegable la
pornografización de los mensajes publicitarios, las ideas naif en las que
subyacen estilos de vida despreocupados de encefalograma plano y los estándares
sobre los que se asienta un estilo de vida que ya no margina, pero que te hace
sentir extraterrestre si no comulgas con los prejuicios socialmente aceptados.
La televisión propaga todo tipo de información, pero el que se ve los
documentales es un raro y un pedante, un snob en toda regla; no así el que
utiliza el estrés de la vida como excusa para derretirse el cerebro con el
tomate diario de Telecinco. La economía es aséptica, dicen, pero lo que más
vende es el morbo, la sangre, el veneno aplicado en pequeñas dosis, y las
empresas lo que quieren es aumentar su cuenta de beneficios. No tienen ninguna
otra elección.
La
economía es aséptica es cierto. Se compone de matemáticas, largos churros de
operaciones econométricas con las que se intenta explicar en mayor o menor
medida la realidad. Lo que no se plantean los economistas es hasta qué punto el
sujeto y el objeto pueden pasar a trastocarse, a que la causa se convierta en
efecto, y que esas teorías económicas dirijan la conciencia de los seres a los
que pretenden describir, creando, en lugar de explicar, a ese homo economicus
de John Stuart Mill. O describiendo únicamente una parte muy pequeña del hombre,
la más oscura y morbosa, olvidándose de lo que puede y debe intentar ser. La
economía puede ser aséptica, sí, pero al igual que la energía nuclear, puede
tener muchos usos muy diferentes entre sí, y con consecuencias diametralmente
opuestas.
La
economía considera las pasiones, las vocaciones, la ética y también la locura
creativa como una rara avis alejada de la idea estándar que tiene del hombre.
Sin embargo, fueron éstas las que hicieron que Leonardo o Einstein se pasaran
la vida investigando, que Galileo o Copérnico miraran al cielo y que cualquiera
de nosotros le pueda encontrar un verdadero sentido a este galimatías incomprensible
en que a veces se nos convierte vida.
Alberto
Martínez Urueña 27-07-2016
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