Los que hemos estudiado economía y además somos un poco frikis a veces analizamos la realidad en base a las teorías macroeconómicas que nos explicaron en la carrera. Aunque sólo sea por mera curiosidad, o quizá en un afán de no perder los conocimientos tan duramente adquiridos durante el periplo universitario. Hay cuestiones relevantes, y más en la época convulsa en la que nos encontramos, de crisis económicas no resueltas satisfactoriamente, de nuevos negros nubarrones sobre el horizonte, y convulsiones sociales a niveles internos e internacionales.
Para
los neófitos en estos temas, que yo diga que el IPC lleva un tiempo bastante
largo en tasas negativas, que los tipos de interés reales del Banco Central
Europeo están rondando el cero por ciento o que las tasas de crecimiento de las
diferentes economías no acaben de despegar, no os dirá gran cosa. De hecho,
habrá quien piense que si los precios bajan es bueno, que el coste de pedir un
crédito sea irrisorio es mejor y que mientras las tasas de crecimiento sigan
positivas, vamos tirando. Sin embargo, esto mantenido en el tiempo, es algo más peliagudo. Sobre todo por algo
llamado rendimientos marginales decrecientes. Dicen que cuanta más riqueza ha
generado un país, más pequeña es su tasa de crecimiento, hasta que llega un
momento en que deja de crecer. Un estado estacionario. Y las situaciones actuales
preocupan a los expertos. Y es que sin crecimiento, la economía no es capaz de
absorber mano de obra en un contexto en que el proceso de sustitución de
trabajadores por máquinas se está incrementando.
Los
modelos de crecimiento económico, iniciadas grosso modo por un tipo llamado
Robert Solow, dicen cómo la mezcla de trabajadores y de máquinas –estoy siendo
muy grotesco a conciencia– consigue producir coches, naranjas, turismo… Todo
ello medido en euros. Además, introduce una variable fundamental, imprescindible:
la tecnología, la forma en que los factores trabajo y capital se relacionan
para generar ese valor añadido. Y todo el rollo que os he contado, es
precisamente para hablar de ésta, de la tecnología, para dar clara la
relevancia que tiene. Y es que cuando se llega a ese punto en donde el
crecimiento se estanca, es la única que permite dar un salto cualitativo que permite salvarlo. Eso, o
una guerra, y empezar de nuevo desde cero.
En
varios de mis escritos a lo largo de estos años he hablado de esta cuestión
desde distintas perspectivas. En resumen, esto es lo de la I+D+i. Hablar sobre
la corrupción, sobre el fraude fiscal, sobre los recortes, la austeridad o la
deuda y el déficit público es fácil, da mucho juego porque está muy
ideologizado, con criterios de titulares rápidos y mensajes para niños. Pero lo
del progreso científico es más complicado, por lo evidente, porque no creo que
nadie se le ocurra decir que menos progreso es mejor, pero requiere entrar a
los detalles, y eso, la era de las redes sociales lo odia profundamente.
El
proceso de creación tecnológica es lo que, en un mundo como el nuestro,
occidental y avanzado, consigue que la sociedad vaya evolucionando y continúe el
proceso descrito. Y para esto sólo hay un camino unívoco: mejorar los procesos
de generación de I+D+i mediante su optimización, por supuesto, pero también
incrementar los recursos que la economía destina a ellos, ya sea por la vía de
la inversión pública directa, ya sea de manera indirecta a través de incentivos
a las empresas para que reinviertan sus beneficios en esa dirección. Un buen
amigo me recordaba las aportaciones teóricas de un tipo llamado Romer a este
campo.
Además,
inevitablemente unida a la I+D+i, al proceso de creación de tecnología, está la
Educación, y aquí el terreno se vuelve más farragoso, más ideologizado, más
necesitado de análisis de los detalles. Hay mucho escrito al respecto, os lo
aseguro, muy interesante. Hablamos de Educación a todos los niveles, por
supuesto, desde la misma guardería. Igual que en el párrafo anterior, se
necesita un proceso de articulación lógica del sistema educativo, y para eso no
hace falta inventar nada. Los países punteros indican la senda para lograr buenos
resultados. Y esto no pasa por el hacinamiento en las aulas, desde luego. Y por
supuesto, es fundamental dotar de los recursos necesarios al sistema, así como
establecer buenos sistemas de medición de resultados, evaluación y corrección del
propio sistema y la creación de incentivos para que el personal docente pueda
implementar las mejoras que considere oportunas, dotándoles de la necesaria
independencia sin que esto suponga la desestructuración de una unidad en el
modelo. No es trabajar más, sino que los docentes puedan trabajar mejor.
Es
evidente que no digo nada que no hayan descrito ya muchos otros, y en la práctica,
la inmensa mayoría estará de acuerdo. Pero claro, ahora trasladad esta
problemática a nuestro país, a esta idiosincrasia ibérica de caciques y
vasallos, de miedos y resistencias, de luchas fratricidas y de líderes
irresponsables para quienes la lucha ideológica es más importante que el pragmatismo
gestor. Un país de escaso control de los dineros públicos, de justicia
politizada y de escándalo tras escándalo de corrupción y de listas de defraudadores
a los que no se mete en la cárcel de manera fulminante. Y de ciudadanos que
según qué partido comete los delitos y los fraudes, aplica un rasero u otro, en
función de qué batalla pretendan ganar. Podemos llegar a la inquietante
conclusión de que si no somos capaces de solucionar lo evidente, es imposible
afrontar con unas mínimas garantías lo que verdaderamente importa.
Alberto Martínez
Urueña 1-07-2016
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