Respeto
a las personas, por encima de cualquier connotación. Creo que nadie puede ser
despojado de su dignidad, pero además las respeto porque al no hacerlo perdería
la mía. El ser humano, la vida que contiene, es lo único verdaderamente
relevante en este mundo fugaz, repleto de espejismos y convertido en una
especie de carrera de velocidad en que se ha convertido en las últimas décadas de
capitalismo sostenido por un consumismo autojustificado.
Sin
embargo, no respeto cualquiera de sus ideas. Por un motivo muy sencillo: esas
ideas pueden ir en contra del propio ser humano, y por lo tanto, de acuerdo a
un razonamiento muy sencillo y la correspondiente jerarquía entre principios,
hay postulados que son despreciables.
Hace
unos días, tuve la ocasión de hablar con una persona de ideología contraria a la
mía. Una conversación muy interesante en la que tal persona expuso su forma de
ver la realidad que nos circunda, y que yo escuché con suma atención, atento a
los detalles que pudieran descubrirme perspectivas que no hubiese tenido en
cuenta. Intentando enriquecerme. Y en algunas de ellas, he de reconocer que me
amplió el horizonte en mayor o menor grado. Sin embargo, en algunas otras, he
de posicionarme.
Uno
de sus comentarios fue al respecto de Zapatero. ZP para los amigos. Uno de esos
políticos defenestrados hasta la saciedad y del que no pretendo hacer aquí ni
un elogio, ni apuntalar su esquela. Tuvo sus aciertos y sus errores, como
cualquiera, y no creo que sea tan incompetente como los últimos dos años de su
mandato parecen demostrar. Es cierto que la crisis nos ha enseñado que del tema
económico dependen muchas cosas, la mayoría importantes, pero no puede hacernos
pensar que es lo único, ni tampoco olvidar determinados logros sociales como el
matrimonio homosexual o el establecimiento de la violencia de pareja como
problema de Estado.
El
comentario en cuestión tenía que ver con el tema de la memoria histórica. En
una España como la nuestra, tan dada a partirnos la cara a las primeras de
cambio, este fue un tema sorprendente. Y por supuesto, levantó muchas ampollas,
porque en una España como la nuestra, todo está politizado, todo es de bandos de
unos contra otros, sin entrar en los detalles. Si eres de una ideología, se
supone que has de tragarte el ideario político de turno sin hacer preguntas,
ofreciendo pleitesía ciega al tuerto del país de los ciegos. Como lo del
derecho soberanista que hemos de defender los que en teoría somos rojos, o por
ejemplo, el establecimiento de impuestos confiscatorios para los que tienen
buenos ingresos. Ni me trago todas estas gilipolleces del “coletas”, ni entiendo
que personas de orientación conservadora no sean capaces de ver que lo de
Franco fue una absoluta barbaridad, que utilizó el nombre de España para
beneficiarse tanto él como a sus acólitos y que permitió que los psicópatas de
toda nuestra geografía se pusieran las botas a base de torturas, violaciones y
asesinatos. Y que además, por culpa de esa moral tan mal entendida, lastró una
vez más el progreso de una nación que ha sobrevivido a lo largo de los siglos
muy a pesar de sus dirigentes.
Alemania,
Argentina, Francia, Italia… Son países que no han tenido ningún problema en
honrar a las víctimas de sus dictadores particulares. Ya sabéis, esos chicos
del siglo veinte tan traviesos. Hitler, Mussolini, Petain. Esos hijos de puta
que consideraron que las vidas y destinos de los seres humanos que poblaban
Europa eran suyas, igual que Manuel Fraga con las calles de España, y
dispusieron de ellas hasta el punto de llevarse por delante cincuenta millones
de personas. En España, la extrema derecha camuflada en el seno del Partido
Popular sigue buscando las triquiñuelas para que jamás se cuele en el ideario
de su partido el considerar a Paco como lo que fue: un auténtico hijo de puta
cuyos actos vulneran cualquier consideración humanitaria. Y para evitar que las
víctimas de las dictaduras del siglo veinte, tanto las que provocó el nazismo
como las que llenaron nuestras cunetas y los cimientos de muchos de los monumentos
levantados para gloria de Franco, reciban su merecido reconocimiento.
Hoy
en día no es que no reconozcan a los que lucharon por la democracia y
perdieron. Y murieron. Hoy en día siguen defenestrando una democracia que
parece que les toca mucho los cojones. Por aquello de que se les mueven los
villanos. Hoy no dan golpes de Estado armados, no, hoy les dan con su corrupción,
pero también con su desvergüenza, aduciendo que los coches de lujo nacen en las
cocheras, que nada saben de los negocios de nuestros consortes y además, que no
recuerdan las empresas que fundaban sus padres. Hoy dan golpes de Estado negándose
a comparecer ante las Cortes Generales, lugar en donde reside nuestra soberanía.
Hoy no tenemos muertos por la libertad, pero tenemos a muchos que siguen
aguantando la marginalidad, el oprobio y el silencio ante la absoluta
indiferencia de ese atajo de fascistas que todavía consideran que hay diferentes
clases de seres humanos, unos con más derechos que otros.
Alberto Martínez
Urueña 05-05-2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario