jueves, 28 de abril de 2016

Problemas


            No sé a vosotros, pero a mí esto de las nuevas elecciones me parece más el guion de un espectáculo de Les Luthiers que algo que se aproxime a esa supuesta seriedad de la que alardean nuestros políticos cuando sacan la lengua a pasear fuera de la caverna pestilente que tienen en la parte baja de su pétreo rostro. Por desgracia para mí, por una vez estoy de acuerdo con la patronal española: tal y como decía uno de sus dirigentes, si lo que ha sucedido en las Cortes Generales pasase en una gran empresa, todos los responsables se irían a la puta calle. Punto. Y estoy de acuerdo, siempre que la empresa fuese seria y no ibérica. La patronal también tiene sus letrinas…

            Pero no me voy a poner aquí a insultar a diestro y siniestro a las comadres del Parlamento, a pesar de que se merecen todos los epítetos que me guardo en el tintero. No los diré, además, porque aunque los pensemos todos, al que los escribe le pueden calzar una sanción administrativa de varios miles por el uso, en todo caso correcto, de determinadas palabras recogidas con nombres y apellidos en el diccionario de la RAE. Consecuencias de tener franquistas en el Gobierno de la nación…

            El problema de España no es que nuestros políticos sean una raza digna de estar en una placa de Petri, a ver qué antibiótico hace que se encojan. El problema no está en que la derecha esté plenamente convencida de que ha de velar por nuestra moral y que se sienta obligada a imponer a sangre y fuego su doctrina. El problema no está en que esas izquierdas acomplejadas estén necesitadas de atención, que no sean capaces de organizarse de acuerdo a unos cimientos comunes y que funden reinos de Taifas, cada uno con sus particulares gilipolleces. Nada más lejos de la realidad…

            El problema de la nación española, en primer lugar, es que no existe como noción común a todos los españoles.  Cada uno tiene su idea de lo que es España, y resulta curioso como de una misma cosa surgen tantas versiones antagónicas. Para unos, es hincharse el pecho y gritar con voz grave que está dispuesto a que le pateen los cojones en su nombre. Para otros, es una selección interesada de nociones socioculturales que, según el caso, le hacen brotar una lagrimilla nostálgica cuando sale de viaje por Europa. Pero nadie está dispuesto a aceptar al contrario, por mucho que todos estemos de acuerdo en que como en España, no se come en ningún sitio.

            El problema de España no es que vivamos en tal o cual uso horario, en si preferimos un meridiano, el de más allá o el de la puta que nos parió a todos. El problema es que nos partimos la cara con el que no sea de los nuestros al primer comentario y consideramos una afrenta personal que no nos den por el plato del gusto. Además, es un problema añadido que estamos dispuestos a dormir seis horas al día durante treinta y cinco años, socavando nuestra salud, por cualquiera de los peregrinos motivos que esgrimimos.

            El problema de esta santa tierra es que somos muy bravos, como los toros, y vociferamos en el bar sobre las infecciones sociales que nos traen esos piojosos defraudadores de impuestos, evasores y demás hijos de puta que drenan nuestras arcas públicas y hacen que tengamos que pagar más impuestos mientras ellos se van de rositas. Eso sí, si el que evade impuestos es nuestro club de fútbol nos ciscamos igualmente en la madre que parió a sus dirigentes, pero seguimos pagando el dineral que cuesta el abono, la entrada del día del club y el contrato televisivo con LachorraProducciones para verle desde casa cuando juega en otro campo. Vamos, que a los dirigentes les da exactamente igual que la memoria de sus antepasados esté cubierta de mierda mientras tú pases por caja.

            El problema es que Belen Esteban tiene un bestseller, que todos los que hablan de Cervantes cuando quieren darse brillo no se han leído su obra, que el tomate es basura tendenciosa que revienta las audiencias y que Gran Hermano lleva veinticuatro ediciones. Pero no sólo eso, que es evidente y clama venganza. El problema es que quienes critican a los que se tragan esa ponzoña cultural luego son incapaces de culturizarse ellos mismos, por ejemplo, llenando las plateas de un teatro, porque a ver por qué esos artistas van a forrarse a mi costa con una mierda de libreto.

            El problema no es que Amancio Ortega no pague sus impuestos en España, o que la Telefónica tenga las tarifas más altas de Europa, o que la gasolina suba como la espuma y jamás baje, hagan lo que hagan los precios del petróleo. El problema no es que Mariano nos mienta en campaña y luego nos calce una subida del IRPF nada más aterrizar en La Moncloa, o que luego coja el régimen jurídico que regula las relaciones ciudadanas y nos convierta el país en una república venezolana (por cierto, Venezuela apesta, como todos los países latinoamericanos, si hablamos de sus dirigentes). Tampoco está el problema en que ZP traicionase sistemáticamente todos los preceptos socialdemócratas durante su segundo mandato y pasásemos vergüenza ajena cuando sus hijas aparecieron disfrazadas de Conde Drácula en la Casa Blanca.

            El problema está en que somos un país de bocazas, que nos llenamos las meninges de cicuta hablando de lo cabrones que son todos en cuanto nos calzamos tres cubatas para intentar olvidarnos de nuestra supuesta tragedia de la que nadie es responsable y que estamos dispuestos a partirnos la cara con cualquiera menos con los que nos tocan los cojones. El problema es que cuando llega la hora de ser responsables y de exigirles que paguen a los que realmente nos deben algo, nos encogemos como vulgares cuernos de caracol y volvemos a rendir pleitesía a los hijos de puta que nos están dando por detrás con alevosía y descaro, incapaces de modificar ni una sola coma de un modus vivendi cómodo y borrego que, a los hechos me remito, parece que nos la pone dura, diluyendo nuestra responsabilidad personal en la apatía de la masa. 

Alberto Martínez Urueña 28-04-2016

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