Ya sabéis que
no soy de ponerme técnico en estos textos. Sobre todo, porque no soy un
entendido en la materia, sólo alguien que recuerda algunas nociones de una
carrera universitaria y su licenciatura en Economía. Pero hay una cuestión que
me lleva rondando la cabeza desde hace tiempo, no sé si meses o años, y quiero
plantearla.
Supongo que
todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos planteado la siguiente
cuestión: si las máquinas sustituyen a las personas en los procesos
productivos, ¿qué opciones nos quedan a las personas para poder trabajar? Habrá
quien diga que en los trabajos de contenido intelectual, las personas son
insustituibles, pero ya la recogida de los datos que se necesitan para esas tareas
de contenido intelectual está mecanizada, así como el filtrado de los mismos se
puede realizar con mucho menos, gracias a los ordenadores. Llegará un momento
en que las decisiones se deriven directamente de los datos, y eso lo podrá
hacer mucho más rápido un algoritmo matemático operado por un procesador de
silicio. A este proceso le conocemos los economistas como proceso de
sustitución de factor trabajo por factor capital gracias al progreso
tecnológico dentro de las ecuaciones de producción.
Este progreso
tecnológico es la madre de todas las cuestiones. Estamos hablando, en la
práctica, de las dos revoluciones industriales del vapor y del petróleo, de la
revolución de la era digital, pero también del tremendo avance que supuso el
descubrimiento de la rueda o del fuego, o la utilización de la brújula. Es un
ente abstracto y resbaladizo, indefinible per
se, e imposible de medir directamente de manera cuantitativa. Pero lo
condiciona todo. Como el enamoramiento en la adolescencia. Por un lado es el
creador de esas máquinas que nos quitan los puestos de trabajo –no hablo de marroquíes
dispuestos a currar quince horas bajo los plásticos de Almería–; y sin embargo,
por otro lado, es el que el permite que todas esas personas que se van al paro
puedan ser recolocadas en nuevas tareas de producción de nuevos sectores, o en
aplicaciones nuevas de sectores ya existentes. La aparición de la imprenta hizo
que surgieran nuevas posibilidades de trabajar en un sector novedoso.
Como veis, es
una cuestión de equilibrio, pero que tiene muchas más implicaciones. Las
máquinas, gracias a sus particularidades, son trabajadores mucho más baratos para
las empresas que los seres humanos, no tienen bajas laborales y no necesitan de
largos procesos de aprendizaje. Además, realizan tareas cada vez más delicadas
y tecnológicas, que implican a productos con un valor añadido superior. Los
seres humanos, por el contrario, se ven desplazados hacia trabajos con poco
valor añadido. Esto afecta directamente al salario que reciben, cada vez más
reducido. Esto se lo pone al ser humano cada vez más complicado, pero también afecta
a las cotizaciones sociales, a los sistemas de pensiones y a los sistemas
tributarios. Es una cuestión de una tremenda relevancia, y dependiendo de en
qué punto del equilibrio del que hablaba antes nos situemos, tendremos un
escenario u otro.
Últimamente,
he leído en diversos foros que este equilibrio había sido tremendamente
positivo a nuestro favor durante los últimos siglos. Nos había permitido
alcanzar unos estándares de consumo que habían supuesto una mejora evidentísima
en la calidad de vida tanto en materia alimentaria, como de sanidad, como en la
calidad de las viviendas, de la ropa… Los medios de transporte han convertido
al planeta en un lugar más pequeño y las telecomunicaciones han democratizado
el acceso a la información y a la capacidad de integración de las diferentes
culturas.
También
indican en estos foros, que la batalla con respecto al trabajo la estamos
perdiendo. El ser humano cada vez es menos necesario dentro del sistema
económico tal y como está concebido hoy en día. Esto afecta a la estructura del
mercado laboral, aumentando la brecha entre los trabajadores cualificados que
todavía puedan ser utilizables dentro
del sistema, y los trabajadores poco cualificados que son sustituidos por
máquinas y que, en el mejor de los casos, han de optar por puestos de trabajo
con unos salarios que rayan la subsistencia.
España es un
país con un tejido productivo intensivo en mano de obra. En factor trabajo, si
hablamos de la ecuación de producción. Esto puede explicar el porqué el
porcentaje de personas en riesgo de exclusión no mejora por mucho trabajo que
se haya creado en la última legislatura. O porque el número de personas por
debajo del umbral de la pobreza no hace más crecer. También explica por qué la
economía española es incapaz de absorber a los trabajadores mejor cualificados,
y estos tienen que emigrar a Alemania. En los años sesenta y setenta, y en la
actualidad. Decía el señor De Guindos que es mejor tener un trabajo que no
tenerlo, y claro, como en cualquier declaración grandilocuente, exenta de
profundidad, el diablo está en los detalles. Porque trabajar por un salario de
menos de quinientos euros puede ser una desgracia.
Además, hay que
tener en cuenta otra cuestión. La remuneración que se recibe por la producción
sigue siendo la misma, pero con una distribución entre el factor trabajo y el
factor capital diferente. Esta es la descripción del modelo, grosso modo. Otra
cosa son las conclusiones, y también, las opciones que las naciones pueden
aplicar para subsanar los efectos indeseables. Pero de eso hablaremos otro día.
Alberto Martínez Urueña
27-05-2016