lunes, 23 de mayo de 2016

Muchas gracias


            He estado haciendo un pequeño ejercicio mental para intentar encontrar un país con determinadas características. Algún sitio, por recóndito que sea, que reúna unos requisitos específicos. Y largarme a vivir allí, con lo puesto. El problema es que mi conocimiento del mundo es muy limitado, no conozco apenas nada, y de lo que he visto, o se parece demasiado, o se va aún más al extremo. Y es que Europa se empecina en ser inhabitable, y con ella, en cierta medida, España, aunque aquí todavía seguimos conservamos algo del Mediterráneo antiguo que nos puede salvar.

            Cuando escucho a ciertos voceros de reino nombrar a los países centroeuropeos, o de los nórdicos, como ejemplo de algo, me entran ganas de cambiar de canal, se me ponen los pelos de punta, y llega un momento en que llego a pensar que es probable que aquí el que sobra soy yo. Ya, cuando son los políticos los que nos los ponen de modelo, me acuerdo de sus muertos más frescos y les agradezco con todo mi sarcasmo que sigan contribuyendo a esa especie de crisis de inferioridad perpetua que sufrimos los españoles desde que los Austrias, los Borbones y la puta que les parió a todos se repartieron el reino. Pretenden que me fije en Europa, pero no en lo que a mí me dé la gana. ¿Quieren que me fije? Está bien, lo haremos.

            A qué viene esta soflama incendiaria, os preguntaréis. Es fácil. Hablando de ejemplos, en Europa tenemos a un presidente de la Comisión luxemburgués que siendo primer ministro, ofrecía prebendas fiscales a las empresas que quisiesen establecerse en su país para evitar pagar impuestos en otros países de la misma Europa que ahora preside. Así se escribe la historia. Esa Europa que negocia con Turquía, famosa por su respeto a los derechos humanos, la forma de evitar que los refugiados de las guerras que provocamos lleguen a nuestras fronteras. A cambio de un estipendio razonable. Ésa es la Europa que nos vende las grandes inversiones que hace para el crecimiento de nuestros países –a veces son ciertas–, pero que al mismo tiempo es incapaz de informarnos qué negocios se traen entre manos con el amigo yanqui y toda la movida del TIPP. Que conocemos gracias a filtraciones de Greenpeace. Nos prometen que no cederán a las presiones, pero imagino que serán promesas como las de Rajoy en campaña electoral. Presidente que se esfuerza con ahínco en no decir nada de nada, pero que sale en la prensa, de tapadillo, con una periodicidad asombrosa, dejando su impronta, de paso, con cartas a sus colegas europeos en las que se compromete a seguir con los latigazos presupuestarios mientras que en España, esa que ya parece que ni cuenta, nos vuelve a prometer una nueva bajada de impuestos. Le diré, señor mío, que gracias a la última, nos hemos desviado de la previsión de déficit. ¿Que a favor de qué estoy yo? Pues de saltarnos esas previsiones y cumplir cuando se pueda, con rigor y con seriedad; pero sobre todo, y por encima de todo, estoy porque no tomen a los ciudadanos, a mí entre ellos, como a unos completos retrasados mentales que necesitan del tutelaje férreo que ejercen desde Moncloa.

            A vueltas con Europa y sus dirigentes, he de agradecerles en esta ocasión dos puntos fundamentales. Nuevamente, he de darles fervorosamente las gracias por haber permitido a las grandes corporaciones jugar a la ruleta con nuestro dinero y provocar una crisis económica como la que estamos sufriendo. Gracias a la desregulación de los mercados y a la ausencia de controles de cumplimiento de la poca que dejaron. Es como un Código Penal sin jueces para administrar justicia. No tiene sentido. A mí, la teoría del libre mercado me gusta. Sobre el papel. Igual que sobre el papel me gustan el comunismo, las teorías platónicas del liderazgo de los sabios y Alicia en el País de las Maravillas. Pero como todas ellas, cuando entra de por medio el hombre, el ser humano, lo que me viene a la cabeza son los siete pecados capitales conviviendo en el mismo cuerpo con grandes directivos de empresas y fondos de inversión como Soros, Trump, Murdoch o Botín. Gente que ve con buenos ojos puestos de trabajo de subsistencia y regulaciones laborales esclavistas. Echadle un ojo a las últimas declaraciones del presidente de la patronal. El “señor” Rosell. Y luego echad la pota.

            En segundo lugar, he de darles las gracias a esos sujetos porque, gracias a su absoluta incompetencia –eso, suponiendo que no forman parte del grupo de los anteriores–, han vuelto a permitir que los lobos bajen del monte, ávidos de carnaza. Me refiero, por supuesto, a esa extrema derecha europea de la que ya sabemos sus usos y costumbres. Esa extrema derecha que gusta de incendiar los ánimos de los más estúpidos, manipulándoles con la herramienta más vieja que conoce el hombre: el miedo. El mismo que lleva conduciendo a los hombres de todos los siglos hacia la batalla de los pueblos y de las naciones. Llenando de odios y de inquinas, y por supuesto de sangre, vísceras y huérfanos nuestra Historia. Gracias, señores del partido liberal; gracias, señores del partido social demócrata. Una vez más, lo están consiguiendo. Y lo que más me entristece es ver en los ojos y en los comentarios de mis hermanos las consecuencias de sus desmanes. 

Alberto Martínez Urueña 23-05-2016

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