Hace poco, en
mi último texto, reflexionaba sobre la capacidad que tiene nuestro sistema
occidental –en donde la economía se ha aposentado en el centro del mismo, igual
que antes lo hizo dios, después el hombre y posteriormente el astro rey– para
vender productos que modifican nuestra forma de vida y generar nuevos problemas
que han de ser resueltos mediante la creación de nuevos productos. El maldito
laberinto conceptual en que se convierte nuestra existencia gracias a este
proceso de generación de necesidades fundamentales. Ayer mismo me quedé
contemplando ensimismado una de esos símbolos que supusieron uno de los mayores
avances sociales del siglo veinte, y que hoy en día ya es algo anacrónico.
Hablo de una cabina telefónica, de las que servían para llamar a casa cuando
ibas a llegar tarde el sábado por la noche. Cuando no había teléfonos móviles.
Es más, a mediados de siglo veinte, todavía había lugares de nuestro acrisolado
Occidente en donde un teléfono propio era casi impensable, algo sólo al alcance
de unos pocos capaces de tener un artículo de lujo.
No estoy en
contra del avance tecnológico per se. Todo depende del uso, pero sobre todo, de
la esclavitud que genere. Ya se están estudiando casos de personas con síntomas
muy parecidos a los de la abstinencia que producen ciertas drogas duras cuando
han de prescindir de su teléfono móvil. Además, determinadas secuencias
temporales hacen que la estructura chirríe como el cerebro de un neonazi
intentando articular una frase compleja. Todavía recuerdo los anuncios que las
principales distribuidoras musicales a nivel mundial insertaban en las revistas
juveniles a mediados de los años noventa en los que gracias a un aparato
grabador y un soporte físico, el DVD, podías grabar tus propios discos con las
recopilaciones de las canciones que a ti te gustasen. Como los casetes de toda
la vida, pero en digital, sin tener que rebobinar la cinta con el boli bic. Hoy
en día, sin embargo, la duplicación de copias protegidas por derechos de autor
está penada con multas e incluso con la cárcel, pero nadie se pregunta de dónde
surgió el problema. Esto, unido al desarrollo de Internet y el coste casi nulo
de la transmisión de datos ha puesto patas arriba una industria, la de los
contenidos intelectuales, para la que todavía no se atisba una solución
satisfactoria.
Las
posibilidades de negocio surgen al tiempo que las últimas modas, y las grandes
compañías y los gurús de los negocios están a ver si pueden sacar un beneficio
fácil y rápido. En los años noventa hacíamos deporte con cualquier camiseta de
algodón que llegara por casa, corríamos con ellas y las empapábamos sin ningún
pudor. Y si tenían algún agujero de polilla… Joder, las llevábamos a correr, no
a una cena de gala. Hoy en día, la moda de mantenerse sano hace que la gente
pierda el Norte en sobreesfuerzos inhumanos y muchos se tiran al monte, eso sí,
convertidos en modelos de Ágata Ruiz de la Prada. Vas echando cuentas y para
llenarse de mugre, polvo y tierra de pinar, todo ello sazonado con un par de
litros de sudor espeso, llevan encima, contado en euros, el equipamiento básico
de un todoterreno de gama media.
Otra cuestión
que se está poniendo cada vez más de moda son las técnicas de meditación,
relajación o mindfulness. Atención plena, dice la Wikipedia. Técnicas que
vienen de Oriente y su espiritualidad, que también está de moda desde que
Cruise se agarrase la catana en El Último Samurái. Hay supuestos expertos
forrándose a costa de hacer negocio con el tema, empresas que lo implantan
dentro de su sistema empresarial y que permite exprimir a sus empleados gracias
al incremento de su concentración, charlatanes que lo venden como la píldora
maravillosa para ir por la vida con cara de gilipollas iluminado y que ya nada
malo te haga soltar la más mínima lagrimilla. Esta última moda es de las más perversas
porque un buen uso de estas técnicas puede otorgar al que pase por la correcta
enseñanza un gran tesoro, pero también puede pervertir esa enseñanza y
convertirlo todo en otra herramienta de manipulación.
La esperanza
que me queda es que este negocio se les vaya de las manos. A esos sacamuelas
que pretenden lucrarse con el vacío existencial que provoca la penúltima moda a
la que se haya adherido el interesado. Y de la que quiere desengancharse. Quizá
esa moda con que pretenden –nuevamente– sacarnos los cuartos, esas técnicas de
meditación y de autoconocimiento, se les descontrole. Podría ser que al mismo
tiempo que se aprovecha de las carteras ajenas, esté introduciendo algo en el
interior de cada uno de los propietarios. Una especie de caballo de troya, o de
un virus informático que encendiese la lucecita interna propia de cada uno, una
suficientemente atrayente como para desvelar el engaño que supone ese círculo
de insatisfacción-publicidad engañosa-consumo-insatisfacción. Igual que primero
nos vendieron los DVDs y después se les fue de las manos con lo de las copias
pirata, quizá llegue el día en que la gente empiece a salirse por la tangente
del negocio del autodescubrimiento y pirateen, cada uno a su manera, las bases
últimas del programa que en definitiva conforma la conciencia.
Alberto Martínez Urueña
25-04-2016
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