lunes, 25 de abril de 2016

Pirateando los negocios


            Hace poco, en mi último texto, reflexionaba sobre la capacidad que tiene nuestro sistema occidental –en donde la economía se ha aposentado en el centro del mismo, igual que antes lo hizo dios, después el hombre y posteriormente el astro rey– para vender productos que modifican nuestra forma de vida y generar nuevos problemas que han de ser resueltos mediante la creación de nuevos productos. El maldito laberinto conceptual en que se convierte nuestra existencia gracias a este proceso de generación de necesidades fundamentales. Ayer mismo me quedé contemplando ensimismado una de esos símbolos que supusieron uno de los mayores avances sociales del siglo veinte, y que hoy en día ya es algo anacrónico. Hablo de una cabina telefónica, de las que servían para llamar a casa cuando ibas a llegar tarde el sábado por la noche. Cuando no había teléfonos móviles. Es más, a mediados de siglo veinte, todavía había lugares de nuestro acrisolado Occidente en donde un teléfono propio era casi impensable, algo sólo al alcance de unos pocos capaces de tener un artículo de lujo.

            No estoy en contra del avance tecnológico per se. Todo depende del uso, pero sobre todo, de la esclavitud que genere. Ya se están estudiando casos de personas con síntomas muy parecidos a los de la abstinencia que producen ciertas drogas duras cuando han de prescindir de su teléfono móvil. Además, determinadas secuencias temporales hacen que la estructura chirríe como el cerebro de un neonazi intentando articular una frase compleja. Todavía recuerdo los anuncios que las principales distribuidoras musicales a nivel mundial insertaban en las revistas juveniles a mediados de los años noventa en los que gracias a un aparato grabador y un soporte físico, el DVD, podías grabar tus propios discos con las recopilaciones de las canciones que a ti te gustasen. Como los casetes de toda la vida, pero en digital, sin tener que rebobinar la cinta con el boli bic. Hoy en día, sin embargo, la duplicación de copias protegidas por derechos de autor está penada con multas e incluso con la cárcel, pero nadie se pregunta de dónde surgió el problema. Esto, unido al desarrollo de Internet y el coste casi nulo de la transmisión de datos ha puesto patas arriba una industria, la de los contenidos intelectuales, para la que todavía no se atisba una solución satisfactoria.

            Las posibilidades de negocio surgen al tiempo que las últimas modas, y las grandes compañías y los gurús de los negocios están a ver si pueden sacar un beneficio fácil y rápido. En los años noventa hacíamos deporte con cualquier camiseta de algodón que llegara por casa, corríamos con ellas y las empapábamos sin ningún pudor. Y si tenían algún agujero de polilla… Joder, las llevábamos a correr, no a una cena de gala. Hoy en día, la moda de mantenerse sano hace que la gente pierda el Norte en sobreesfuerzos inhumanos y muchos se tiran al monte, eso sí, convertidos en modelos de Ágata Ruiz de la Prada. Vas echando cuentas y para llenarse de mugre, polvo y tierra de pinar, todo ello sazonado con un par de litros de sudor espeso, llevan encima, contado en euros, el equipamiento básico de un todoterreno de gama media.

            Otra cuestión que se está poniendo cada vez más de moda son las técnicas de meditación, relajación o mindfulness. Atención plena, dice la Wikipedia. Técnicas que vienen de Oriente y su espiritualidad, que también está de moda desde que Cruise se agarrase la catana en El Último Samurái. Hay supuestos expertos forrándose a costa de hacer negocio con el tema, empresas que lo implantan dentro de su sistema empresarial y que permite exprimir a sus empleados gracias al incremento de su concentración, charlatanes que lo venden como la píldora maravillosa para ir por la vida con cara de gilipollas iluminado y que ya nada malo te haga soltar la más mínima lagrimilla. Esta última moda es de las más perversas porque un buen uso de estas técnicas puede otorgar al que pase por la correcta enseñanza un gran tesoro, pero también puede pervertir esa enseñanza y convertirlo todo en otra herramienta de manipulación.

            La esperanza que me queda es que este negocio se les vaya de las manos. A esos sacamuelas que pretenden lucrarse con el vacío existencial que provoca la penúltima moda a la que se haya adherido el interesado. Y de la que quiere desengancharse. Quizá esa moda con que pretenden –nuevamente– sacarnos los cuartos, esas técnicas de meditación y de autoconocimiento, se les descontrole. Podría ser que al mismo tiempo que se aprovecha de las carteras ajenas, esté introduciendo algo en el interior de cada uno de los propietarios. Una especie de caballo de troya, o de un virus informático que encendiese la lucecita interna propia de cada uno, una suficientemente atrayente como para desvelar el engaño que supone ese círculo de insatisfacción-publicidad engañosa-consumo-insatisfacción. Igual que primero nos vendieron los DVDs y después se les fue de las manos con lo de las copias pirata, quizá llegue el día en que la gente empiece a salirse por la tangente del negocio del autodescubrimiento y pirateen, cada uno a su manera, las bases últimas del programa que en definitiva conforma la conciencia. 

Alberto Martínez Urueña 25-04-2016

No hay comentarios: