lunes, 18 de abril de 2016

Hacia dónde


            La economía se podría definir como el arte de crear problemas donde antes no había para generar soluciones que posteriormente se vendan en el mercado, soluciones que, a ser posible, produzcan nuevos problemas que deban ser solucionados por nuevos avances que permitan ir aumentando el círculo de influencia para, de esa forma, crear progresivamente una sociedad en la que las interconexiones sean tan fuertes que no haya manera de deshacer ninguno de estos nudos gordianos.

            Hay un punto en la evolución del hombre en que la naturaleza pasó de ser una más de nuestro grupo social a ser una herramienta de la que sacar partido a través de ecuaciones más o menos complejas de producción en donde ella sería un input o factor de producción cuya productividad habría que maximizar. De esta naturaleza ya pervertida, como si de un truco de magia se tratase, se escindió una de sus partes fundamentales: la encargada de protegerla. Y se trató como si fuese algo apartado, se le denominó factor trabajo, fuerza trabajadora o labor. En definitiva, el hombre.

            El objetivo: la producción de bienes y servicios. Unos para el consumo, convirtiendo a éste en un fin en sí mismo con el que alimentar la maquinaria a través de los ingresos generados por sus ventas. Otros como bienes de equipo o inversión que incorporar directamente al proceso productivo, convertidos en el factor capital.

            Esta subsiguiente producción de bienes y servicios cierra el círculo y convierte el proceso económico capitalista en un fin en sí mismo. Un proceso en teoría pensado para el hombre, para facilitar su vida a través del consumo de bienes y servicios producidos por el sistema, partiendo de la premisa de que el ése es el objetivo del ser humano, su finalidad última: el consumo, identificado tautológicamente con la felicidad. Básicamente, nos dice que la felicidad del hombre viene determinada cualitativamente por una función matemática de utilidad que sintetiza un alma productora de deseos que han de ser satisfechos, deseos que únicamente se sacian a través de tal consumo. Está es la definición que de nosotros hace la economía, convirtiéndonos en un ser conocido como homo economicus, vendiéndonos la falsa sensación de que somos el centro del sistema, cuando en realidad lo único que somos es una herramienta más del mismo al servicio de alguien que no conocemos. Y, ojo, gracias al proceso tecnológico que permite la sustitución de factor trabajo por factor capital, somos una herramienta cada vez más prescindible en términos numéricos. Cada vez le sobran más seres humanos al sistema, y si el equilibrio de precios entre factores nos convierte en el factor más barato, vamos de cabeza hacia un modelo de sistema en que los trabajadores menos cualificados cada vez cobrarán menos y serán más los marginados y excluidos de ese sistema por la vía de la obsolescencia.

            En realidad, el ser humano es en sí mismo un sistema en continuo desequilibrio. Nadie es perfectamente estable, y las pulsiones que nos mueven son evidentes y nos llevan de un lugar a otro, haciéndonos evolucionar. Impidiéndonos esa supuesta estabilidad que la mente, en su espejismo, persigue. El simple paso del tiempo, el envejecimiento, hace que la percepción del mundo que nos rodea sea diferente, y por lo tanto nuestra realidad interna, continuamente cambiante. Y por lo tanto, necesitemos de adaptación constante.

            En esos procesos, podemos mejorarnos o deteriorarnos. No es posible, salvo en cortos periodos de tiempos, permanecer inalterable. Incluso las montañas que parecen eternas sufren la erosión del tiempo. Por desgracia, el camino para mejorarnos requiere de esfuerzo, mientras que el camino que nos deteriora es muy sencillo. Basta con no preocuparse de mejorar para empezar a decaer. Del mismo modo que el globo aerostático necesita de la llama que calienta el aire de su interior y disminuye su densidad para evitar el descenso descontrolado, nosotros necesitamos de impulsos que nos eviten caer en nuestros particulares abismos.

            De alguna manera, hemos de cuidarnos de nosotros mismos, prestarnos la atención que merecemos. Hacernos caso. Por desgracia, esa definición de economía, esa orientación hacia el consumo, ese impulso de satisfacer deseos infinitos mediante el aprovechamiento de recursos escasos nos lleva en la dirección contraria. Retiene nuestra atención en la lucha por esos recursos y en la angustiosa necesidad de satisfacer esos deseos que se nos convierten en necesidades básicas sin que verdaderamente lo sean. Algo sin lo que no sabríamos vivir. O eso nos dicen. Esa definición de economía nos lleva a mirar hacia el exterior y a olvidarnos de nosotros mismos. Y satisfacer esos deseos infinitos no es preocuparnos de nosotros mismos, es hacer caso a los anuncios publicitarios que nos dicen lo que necesitamos para ser felices. Lo que nos dicen otros, no lo que nosotros averiguamos de nosotros mismos cuando nos observamos con detenimiento. Lo de los anuncios publicitarios no es más que otra droga que nos genera un terrible síndrome de abstinencia del que es complicado liberarse.

            El camino para mejorarnos es otro.

            De todas formas, en esta vida, no hay nada que sea blanco o negro. Todo está lleno de tonalidades multicolores, y el blanco y el negro sólo son dos colores con los que se da un contraste u otro al resto de realidades que nos rodean. En unas cosas mejoras, en otras caes un poco. Aunque parezca contradictorio, creo que la sociedad va de culo, pero el ser humano individual nunca tuvo tantas posibilidades para mejorarse como las que tiene hoy en día. Cuando alguien me pregunta sobre las soluciones para los textos apocalípticos que algunas veces escribo, siempre digo que a nivel social, ya hemos descubierto que las grandes revoluciones nunca solucionaron nada. Quizá es el momento de probar otras posibilidades. 

Alberto Martínez Urueña 18-04-2016
 

PD: No estoy en contra de la economía per se. Estoy en contra de que nos joda la existencia, pero como organización del trabajo tiene cierta utilidad.

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