jueves, 17 de marzo de 2016

Prioridades personales, o como dar ejemplo


            No deja de resultar paradójico y muy llamativo como muchos –yo incluido, de aquí los textos– somos capaces de estructurar grandes frases de grandes ideas. O al menos somos capaces de abrir Internet y buscar frases de relumbrón a las que podamos dar una patina de credibilidad por la firma que podamos poner al pie. Tipo “sé agua, amigo mío”, Bruce Lee. Aprendemos algo interesante y además nos parecemos a esos anuncios publicitarios de automóviles que nos venden grandes modos de vida.

            Una tipología de esas frases suele versar sobre la importancia que damos a los profesores de nuestro sistema social, tanto desde un punto de vista de autoridad como desde el punto de vista económico. Si entráis en Facebook, o simplemente le hacéis una consulta genérica a San Google, entenderéis de lo que estoy hablando si no lo habéis hecho ya. Son esas apologías referentes al modelo de sociedad y de país que queremos, contrastado con la jocosa caricatura en la que hoy en día parecemos vivir; apologías digo, del sendero que pretendemos recorrer hacia las alturas y como en el que nos han instalado la mierda de políticos nos vamos despeñando hacia las similitudes con los países del tercer mundo. Todo el mundo está de acuerdo en que son los profesores los encargados de organizar el modelo, de trabajar en él y de sacar lo mejor de los niños. Todos estamos de acuerdo en que la figura del maestro que tuvimos antaño es la que cuenta, y la que hoy en día se perfila es una consecuencia de la falta de principios y valores actuales en donde todo el mundo tiene derecho a subírseles a la chepa. Como si hubiésemos estado guardando en unas tripas repletas de hiel todas las afrentas recibidas en nuestra infancia y ahora las descargásemos sobre los profesores actuales.

            Es bien sabido por todos –o al menos así lo atestiguan las frases que circulan por la red, y también las que circulan por las barras del bar– que estos trabajos en los que el país se está jugando el futuro de las generaciones venideras está francamente mal pagado. Tampoco hay un proceso de selección previo en el que se garantice que accedan a la función pedagógica, de entre todos los que tengan una verdadera vocación, los mejor preparados; los que verdaderamente más se esforzaron para poder alcanzar las cotas más elevadas de instrucción a la hora de afrontar una tarea tan sagrada como es la educación de las futuras personas que poblarán la tierra. Parece una frase pretenciosa y pedante, pero si reflexionáis sobre su contenido, quizá comprendáis que su significado merece todo tipo de superlativos.

            Por circunstancias de la vida, conozco muchos de esos profesores que tienen en sus genes la vocación de la enseñanza. Personas que soportan las afrentas de quienes sólo se acuerdan de ellos para mencionar las vacaciones de las que disfrutan y que únicamente son capaces de ver el tiempo que pasan en clase. Han de recibir con estoicismo las críticas de quienes no son capaces de enfrentarse ni a los retos que plantean sus hijos, dos o tres como mucho hoy en día; nada que ver con un aula superpoblado como los de nuestro sistema educativo en donde si tienes buena suerte, sólo contaras entre sus filas con cuatro o cinco aspirantes a cafre. Y será un aula más o menos manejable.

            Queremos que sean los mejores, apelamos a la consideración social que merecen y también argumentamos que su labor es mucho más importante que la que realizan todos esos Messis y Ronaldos que se forran por realizar muy bien una tarea que en realidad no tiene la más mínima importancia para el devenir de nuestros hijos.

            Eso sí, luego llega el momento de los hechos, y como siempre, España se hunde en el más absoluto de los fracasos. Caemos en los viejos usos y costumbres, sabiendo más que los profesionales del sector, recomendando y criticando, llevando al paredón social y colocamos en el cepo de madera a ese tutorcillo de los cojones que no lleva la educación de mis pequeños bastardos por las veredas que yo se a ciencia cierta –aunque no sepa hacer la o con un canuto– que son las correctas. Por mucho que ese sabioncillo con diplomatura, o licenciatura de medio pelo –que sabemos que las regalan– me diga. Y esto lo he visto incluso entre los propios profesionales de la docencia que, movidos por la angustia neurótica más exacerbada por sus propios traumas mentales, son capaces de echar a los leones a su propio gremio.

            Caemos en los mismos errores, despreciamos a esos profesorcillos cuando reclaman dignidad a su trabajo –no porque sean profesores, sino porque éste es el deporte nacional–, y automáticamente, sin solución de discontinuidad cambiamos el chip y el canal y nos gastamos los dineros en Champions y Ligas deportivas, defendiendo las deudas del club de nuestros amores, y les grabamos a fuego a nuestros hijos que por un lado está la lógica del sistema educativo, pero que la pasión… Ésa es la que va a mover montañas, o la que va a ponerme en el disparadero porque el cabrón del presidente de mi club de fútbol conserva a ese desgraciado en el banquillo que nos va a llevar a segunda. Más nos valdría disfrutar de vuestro equipo, por supuesto, pero al mismo tiempo, tomar de una vez las riendas de nuestra responsabilidad, en la medida que sea posible, aunque fuese únicamente en ese pequeño círculo familiar y escolar, que al final es el que importa. 

Alberto Martínez Urueña 17-03-2016

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