viernes, 11 de marzo de 2016

Haremos memoriales en su honor


            Hoy me he levantado con un sueño tremendo, he dormido poco, y se me debe notar a cien pasos de distancia. Desde allí voy a disparar toda mi suerte de salvas, ahora que estoy bien cabreado. Hoy toca demagogia y palabras gruesas. De las de verdad, no las de la cal viva, que están muy vistas. Hoy apunto directamente a la yugular.

            Con todo el revuelo que tenemos montado este país del primer mundo gracias a una ciudadanía harto complaciente con estos políticos dignos del tercer mundo, hemos olvidado que ciertos males son responsabilidad nuestra por aceptar a trileros y charlatanes de feria en puestos de representación. Pero hay problemas en el mundo que son de los de verdad, de los que dan miedo, y que nuestras acrisoladas instituciones nacionales y europeas ignoran con un desprecio que merece ser tratado a latigazos.

            ¿Os acordáis de aquellas imágenes del niño en la playa? El culito en pompa, la cara apoyada contra la arena, las botitas con refuerzo en los talones… Como hemos visto alguna vez dormir a nuestros hijos, sí, sólo que del sueño de Aylan, no se despierta. ¿Os acordáis de nuestros políticos rasgándose las vestiduras y golpeándose el pecho con el gesto compungido? “¡No podemos permitir que esto siga pasando!”, gritaban. Y todos pensamos que se referían a lo de los muertos en las playas. Lo de los niños muertos, o los desaparecidos, o a los que la guerra está destrozando por dentro y por fuera. Pensamos eso porque, aunque no os lo creáis, somos buena gente, quizá algo cándidos, y porque no hemos perdido la esperanza de que el mundo pueda ir mejor algún día, aunque no lo hará mientras sigamos delegando nuestra responsabilidad personal en gente a la que deberíamos llamar gentuza si no hubiera leyes que nos lo impiden.

            Pensamos eso, digo, pero en realidad los hechos posteriores nos han demostrado que se referían a otras cosas, porque no han hecho nada para evitarlo. Elucubrando, quizá lo que no podían permitir es que todo esto saliera en las ediciones internacionales de los periódicos, o que lo aireasen las radios y las televisiones de nuestra querida y avanzada cultura occidental. Porque les sacan las vergüenzas. Quizá lo que no podían permitir es que los desarrapados del Norte de África vengan a consumirnos el poco oxígeno que nos queda dentro de las capas de veneno atmosférico con que la economía capitalista viola nuestros cielos. Incapaces de afrontar un problema que nos va a acabar pasando una factura de cojones. No pueden permitir que esos desgraciados sueñen con tener una vida parecida a la nuestra porque entonces dejaríamos de ser comparativamente mejores. Y se vería que su gestión es desastrosa e interesada. Y, por supuesto, no pueden permitir que sueñen con venir a nuestra tierra trayendo su desgracia, no sea que ésta se propague como el ébola y no seamos capaces de encontrar una vacuna.

            Ahora, esa desvergüenza europea, incapaz de conformarse con los hitos alcanzados previamente, se dispone a elevar un poco más el listón de su cinismo, externalizando con Turquía la gestión del problema migratorio derivado de las guerras que vamos dejando por estos pueblos de Dios. Turquía, donde los tratados sobre derechos humanos tienen un lugar preferente en el cuarto de baño de su presidente Erdogán. Con él de partenaire, nuestros queridos representantes europeos pretenden pagar a los turcos para que los campos de refugiados los monten ellos al tiempo que se encargan de la frontera con Europa. Esto, que se sepa. Luego, estos contratos siempre incluyen cláusulas y letras pequeñas que hay que cumplir inexcusablemente.

            De esta manera, nos evitaremos que los niños sigan muriendo en nuestras costas, o que se pierdan por esos montes del extrarradio europeo, o que las mafias utilicen nuestro territorio para hacer sus negocios –la competencia criminal por los territorios siempre se ha dirimido de maneras poco claras– y así ahorrarán a nuestros independientes rotativos el mal trago de tener que ofrecernos imágenes desagradables a la hora del café, entre las noticias de corrupción nacional y la tensa situación que provoca un derbi de fútbol. Seguirán muriendo, o durmiendo a la intemperie, y seguirán siendo violados, traficados y asesinados, pero ya será un problema de otros, y podremos seguir centrados en lo importante. Ellos saben lo que es.

            Supongo que habrá quien piense que soy un tocahuevos, pero no es menos cierto que el modo de vida occidental se ha construido desde la Antigüedad de espaldas a los menos favorecidos, creando espejismos de consumo y ocio que distraigan las atenciones de sus ciudadanos para que no tengan que vivir presenciando lo que provocamos en otros lugares físicamente lejanos y económicamente a la vuelta de la esquina. Y me permito augurar que del mismo modo que hoy nos horrorizamos ante las imágenes de barbaries pasadas, volveremos a erigir memoriales en honor a unas víctimas a las que no supimos proteger. O de las que nos aprovechamos.
 

Alberto Martínez Urueña 11-03-2016

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