Hoy me he
levantado con un sueño tremendo, he dormido poco, y se me debe notar a cien
pasos de distancia. Desde allí voy a disparar toda mi suerte de salvas, ahora
que estoy bien cabreado. Hoy toca demagogia y palabras gruesas. De las de
verdad, no las de la cal viva, que están muy vistas. Hoy apunto directamente a
la yugular.
Con todo el
revuelo que tenemos montado este país del primer mundo gracias a una ciudadanía
harto complaciente con estos políticos dignos del tercer mundo, hemos olvidado
que ciertos males son responsabilidad nuestra por aceptar a trileros y
charlatanes de feria en puestos de representación. Pero hay problemas en el
mundo que son de los de verdad, de los que dan miedo, y que nuestras
acrisoladas instituciones nacionales y europeas ignoran con un desprecio que
merece ser tratado a latigazos.
¿Os acordáis
de aquellas imágenes del niño en la playa? El culito en pompa, la cara apoyada
contra la arena, las botitas con refuerzo en los talones… Como hemos visto
alguna vez dormir a nuestros hijos, sí, sólo que del sueño de Aylan, no se
despierta. ¿Os acordáis de nuestros políticos rasgándose las vestiduras y
golpeándose el pecho con el gesto compungido? “¡No podemos permitir que esto
siga pasando!”, gritaban. Y todos pensamos que se referían a lo de los muertos
en las playas. Lo de los niños muertos, o los desaparecidos, o a los que la
guerra está destrozando por dentro y por fuera. Pensamos eso porque, aunque no
os lo creáis, somos buena gente, quizá algo cándidos, y porque no hemos perdido
la esperanza de que el mundo pueda ir mejor algún día, aunque no lo hará
mientras sigamos delegando nuestra responsabilidad personal en gente a la que
deberíamos llamar gentuza si no hubiera leyes que nos lo impiden.
Pensamos eso,
digo, pero en realidad los hechos posteriores nos han demostrado que se
referían a otras cosas, porque no han hecho nada para evitarlo. Elucubrando, quizá
lo que no podían permitir es que todo esto saliera en las ediciones
internacionales de los periódicos, o que lo aireasen las radios y las
televisiones de nuestra querida y avanzada cultura occidental. Porque les sacan
las vergüenzas. Quizá lo que no podían permitir es que los desarrapados del
Norte de África vengan a consumirnos el poco oxígeno que nos queda dentro de
las capas de veneno atmosférico con que la economía capitalista viola nuestros
cielos. Incapaces de afrontar un problema que nos va a acabar pasando una
factura de cojones. No pueden permitir que esos desgraciados sueñen con tener
una vida parecida a la nuestra porque entonces dejaríamos de ser
comparativamente mejores. Y se vería que su gestión es desastrosa e interesada.
Y, por supuesto, no pueden permitir que sueñen con venir a nuestra tierra
trayendo su desgracia, no sea que ésta se propague como el ébola y no seamos
capaces de encontrar una vacuna.
Ahora, esa
desvergüenza europea, incapaz de conformarse con los hitos alcanzados
previamente, se dispone a elevar un poco más el listón de su cinismo,
externalizando con Turquía la gestión del problema migratorio derivado de las
guerras que vamos dejando por estos pueblos de Dios. Turquía, donde los
tratados sobre derechos humanos tienen un lugar preferente en el cuarto de baño
de su presidente Erdogán. Con él de partenaire, nuestros queridos
representantes europeos pretenden pagar a los turcos para que los campos de
refugiados los monten ellos al tiempo que se encargan de la frontera con Europa.
Esto, que se sepa. Luego, estos contratos siempre incluyen cláusulas y letras
pequeñas que hay que cumplir inexcusablemente.
De esta
manera, nos evitaremos que los niños sigan muriendo en nuestras costas, o que se
pierdan por esos montes del extrarradio europeo, o que las mafias utilicen
nuestro territorio para hacer sus negocios –la competencia criminal por los
territorios siempre se ha dirimido de maneras poco claras– y así ahorrarán a
nuestros independientes rotativos el mal trago de tener que ofrecernos imágenes
desagradables a la hora del café, entre las noticias de corrupción nacional y
la tensa situación que provoca un derbi de fútbol. Seguirán muriendo, o
durmiendo a la intemperie, y seguirán siendo violados, traficados y asesinados,
pero ya será un problema de otros, y podremos seguir centrados en lo importante.
Ellos saben lo que es.
Supongo que
habrá quien piense que soy un tocahuevos, pero no es menos cierto que el modo
de vida occidental se ha construido desde la Antigüedad de espaldas a los menos
favorecidos, creando espejismos de consumo y ocio que distraigan las atenciones
de sus ciudadanos para que no tengan que vivir presenciando lo que provocamos
en otros lugares físicamente lejanos y económicamente a la vuelta de la
esquina. Y me permito augurar que del mismo modo que hoy nos horrorizamos ante
las imágenes de barbaries pasadas, volveremos a erigir memoriales en honor a
unas víctimas a las que no supimos proteger. O de las que nos aprovechamos.
Alberto Martínez Urueña
11-03-2016
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