Pues
no será por desdecirme, pero ahora, después del debate de investidura, quiero
hablar un poco de política, de la que me interesa, de la que puede ser
medianamente constructiva, y sobre todo, de la que intenta dar un poco de
esperanza en mitad del bochornoso espectáculo que llevamos sufriendo desde hace
tantos años en España. Quizá incluso de que éste pueda solucionarse.
Y
digo esto sin pretender teñirme de incauto, o vestirme con las telas de una
candidez infantil, a sabiendas de que el arte de la política incluye dentro de
sus esencias las herramientas más perversas del marketing, o como se dice en
español, técnicas de venta. Podría decir que no tengo nada en contra de esto,
pero sería mentira, ya que se imbrica directamente con la posibilidad de que se
esconda una mentira. Como la del charlatán y su milagroso crecepelo. Más aun en
un mundo como en el que cada vez más vivimos inmersos, un mundo de titulares
rápidos y falta de profundidad intelectual en esta suerte de carrusel de medios
de comunicación, redes sociales y tertulianos de medio pelo creando, y cuando
no manipulando, las opiniones de la gente.
Soy
un firme defensor de que, antes de ponerte a vociferar en la plaza del pueblo
soflamas incendiarias, tienes que hacer una correcta lectura de la realidad y
hacer una buena estructuración de las prioridades para evitar meter la pata
hasta el corvejón. En el caso que nos ocupa, lo más evidente es que el
Parlamento español por fin, después de muchos años, extrapola de manera más o
menos buena la correcta composición de la ciudadanía, plural, con diversas
ideologías más allá de las viejas –pero no inservibles– divisiones entre
izquierda o derecha, con las particulares características de cada uno.
Esta
composición deja especialmente claro, a mi juicio, que la derecha y la
izquierda están condenados a entenderse si no se quiere que la nave siga
zozobrando en tierra de nadie, al compás de los vientos. Quizá sea hora de
dejar de ver enemigos con los que batirse en callejuelas y empezar a pensar en
riqueza cultural y pluralidad nacional con los que entenderse y no humillar, y
con quien construir un país. Porque este Parlamento muestra la heterogeneidad
de los españoles, pero por desgracia, también las ganas de partirse la cara con
cualquiera que piense distinto. Por ello, aunque no me guste demasiado el
contenido concreto, creo meritorio el esfuerzo que han hecho dos partidos, PSOE
y Ciudadanos, para intentar llegar a algún tipo de convergencia programática,
que no ideológica, para poder formar un ejecutivo que permita la continuidad
institucional de este país.
Este
pacto no contiene todos los puntos que considero relevantes, y los que están,
no están tratados como a mí me gustaría, pero nunca he pretendido imponer mis
ideas. Por supuesto, defenderlas a capa y espada metafóricas para que estén
presentes en los consensos a los que la vida antes o después me obliga, pero
nunca para que actúen a modo de suela y se apoyen en el cuello de mis rivales.
Esta concepción de la política puede que sea la que provoca que ahora Mariano
no reciba buenas miradas. Ahora toca pactar, y lo contrario es fascismo
ideológico.
Joder,
claro, si me dejaran elegir, me gustaría que la política fuera de izquierdas,
simple y llanamente. Me gustaría que no existieran partidos nacionalistas
porque creo que no sirven para nada, pero la realidad de este país indica que hay
personas que se ven reflejadas en su ideología y han de ser consideradas. Me
gustaría que las cosas en política en este reino de Taifas fuesen más
sencillas, con buena voluntad por parte de todos y con más sonrisas y menos
mala hostia, pero la realidad es que siempre parece que tenemos sobre nuestras
cabezas una nube de mala leche que nos predispone con la más mínima excusa. Me
gustaría todo esto, pero el juego ha repartido otras cartas. Punto. Y es de lo
que tienen que darse cuenta en el Congreso.
Digo
cosas que me gustarían y no serán, pero sobre todo, me gustaría ver que
nuestros políticos pueden llegar a acuerdos y seguir caminando hacia donde sea.
No creo en la democracia participativa; del mismo modo que no dejaría que me
operara de una apendicitis nadie más que un médico, no dejaría las decisiones
en materia de política económica en manos de
alguien que no entienda sobradamente del tema. Y por eso lo dejo en
manos de nuestros representantes.
Desde
luego, me gustaría que el Partido Popular dejara de marear la perdiz y que
asumiese, de una vez por todas, el terrible problema criminalidad que tiene en
su seno. Sobre todo, me gustaría porque siete millones y medio de mis
conciudadanos, con los que no comparto ideología pero a los que no quiero
humillar ni destruir, necesitan un partido limpio de criminales que representen
sus legítimas ideas. Ideas, insisto, que no comparto, pero que necesitamos para
poder construir un país a medida de todos, sin excluir a nadie, al margen de
las cuentas pendientes que la justicia deba dirimir. Porque no creo en una
colectividad en la que unos aplasten a otros, ya sea por prepotencia o por una
despreciable necesidad de venganza.
Alberto Martínez
Urueña 02-03-2016
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