lunes, 7 de marzo de 2016

Incisos políticos de investidura


            Pues no será por desdecirme, pero ahora, después del debate de investidura, quiero hablar un poco de política, de la que me interesa, de la que puede ser medianamente constructiva, y sobre todo, de la que intenta dar un poco de esperanza en mitad del bochornoso espectáculo que llevamos sufriendo desde hace tantos años en España. Quizá incluso de que éste pueda solucionarse.

            Y digo esto sin pretender teñirme de incauto, o vestirme con las telas de una candidez infantil, a sabiendas de que el arte de la política incluye dentro de sus esencias las herramientas más perversas del marketing, o como se dice en español, técnicas de venta. Podría decir que no tengo nada en contra de esto, pero sería mentira, ya que se imbrica directamente con la posibilidad de que se esconda una mentira. Como la del charlatán y su milagroso crecepelo. Más aun en un mundo como en el que cada vez más vivimos inmersos, un mundo de titulares rápidos y falta de profundidad intelectual en esta suerte de carrusel de medios de comunicación, redes sociales y tertulianos de medio pelo creando, y cuando no manipulando, las opiniones de la gente.

            Soy un firme defensor de que, antes de ponerte a vociferar en la plaza del pueblo soflamas incendiarias, tienes que hacer una correcta lectura de la realidad y hacer una buena estructuración de las prioridades para evitar meter la pata hasta el corvejón. En el caso que nos ocupa, lo más evidente es que el Parlamento español por fin, después de muchos años, extrapola de manera más o menos buena la correcta composición de la ciudadanía, plural, con diversas ideologías más allá de las viejas –pero no inservibles– divisiones entre izquierda o derecha, con las particulares características de cada uno.

            Esta composición deja especialmente claro, a mi juicio, que la derecha y la izquierda están condenados a entenderse si no se quiere que la nave siga zozobrando en tierra de nadie, al compás de los vientos. Quizá sea hora de dejar de ver enemigos con los que batirse en callejuelas y empezar a pensar en riqueza cultural y pluralidad nacional con los que entenderse y no humillar, y con quien construir un país. Porque este Parlamento muestra la heterogeneidad de los españoles, pero por desgracia, también las ganas de partirse la cara con cualquiera que piense distinto. Por ello, aunque no me guste demasiado el contenido concreto, creo meritorio el esfuerzo que han hecho dos partidos, PSOE y Ciudadanos, para intentar llegar a algún tipo de convergencia programática, que no ideológica, para poder formar un ejecutivo que permita la continuidad institucional de este país.

            Este pacto no contiene todos los puntos que considero relevantes, y los que están, no están tratados como a mí me gustaría, pero nunca he pretendido imponer mis ideas. Por supuesto, defenderlas a capa y espada metafóricas para que estén presentes en los consensos a los que la vida antes o después me obliga, pero nunca para que actúen a modo de suela y se apoyen en el cuello de mis rivales. Esta concepción de la política puede que sea la que provoca que ahora Mariano no reciba buenas miradas. Ahora toca pactar, y lo contrario es fascismo ideológico.

            Joder, claro, si me dejaran elegir, me gustaría que la política fuera de izquierdas, simple y llanamente. Me gustaría que no existieran partidos nacionalistas porque creo que no sirven para nada, pero la realidad de este país indica que hay personas que se ven reflejadas en su ideología y han de ser consideradas. Me gustaría que las cosas en política en este reino de Taifas fuesen más sencillas, con buena voluntad por parte de todos y con más sonrisas y menos mala hostia, pero la realidad es que siempre parece que tenemos sobre nuestras cabezas una nube de mala leche que nos predispone con la más mínima excusa. Me gustaría todo esto, pero el juego ha repartido otras cartas. Punto. Y es de lo que tienen que darse cuenta en el Congreso.

            Digo cosas que me gustarían y no serán, pero sobre todo, me gustaría ver que nuestros políticos pueden llegar a acuerdos y seguir caminando hacia donde sea. No creo en la democracia participativa; del mismo modo que no dejaría que me operara de una apendicitis nadie más que un médico, no dejaría las decisiones en materia de política económica en manos de  alguien que no entienda sobradamente del tema. Y por eso lo dejo en manos de nuestros representantes.

            Desde luego, me gustaría que el Partido Popular dejara de marear la perdiz y que asumiese, de una vez por todas, el terrible problema criminalidad que tiene en su seno. Sobre todo, me gustaría porque siete millones y medio de mis conciudadanos, con los que no comparto ideología pero a los que no quiero humillar ni destruir, necesitan un partido limpio de criminales que representen sus legítimas ideas. Ideas, insisto, que no comparto, pero que necesitamos para poder construir un país a medida de todos, sin excluir a nadie, al margen de las cuentas pendientes que la justicia deba dirimir. Porque no creo en una colectividad en la que unos aplasten a otros, ya sea por prepotencia o por una despreciable necesidad de venganza.
 

Alberto Martínez Urueña 02-03-2016

No hay comentarios: