lunes, 8 de febrero de 2016

La luz en las tinieblas

            Hay días en que me planteo no leer ningún tipo de noticia. Suele ocurrirme los fines de semana, cuando estoy cansado de los avatares del día a día, cuando lo veo todo negro de cansado que me encuentro y me digo: “¿para qué más?”. Y me olvido de las principales páginas de los diarios digitales, de las noticias que salen en Facebook y en Twitter, y me dedico a ver páginas de humor, viñetas y a esa gente de las redes sociales que tienen por objetivo sacarnos una carcajada más o menos ácida con sus ocurrencias.

            También es cierto que, en días como hoy, con la configuración política que nos han traído los últimos tiempos, podría dedicarme a ojear los despropósitos dialécticos de la caverna, según los cuales, las opciones y posibilidades de nuestro país pasan por seguir aguantando los planteamientos dictatoriales en todo tipo de materia del partido popular. Planteamientos dictatoriales que continúan en esos intentos de negociación postelectorales en los que nuestro buen Mariano tendía la mano a Ciudadanos y PSOE para que se adhirieran a sus ideas y medidas. Incluso admitiendo la posibilidad de “mejorar” las adoptadas en la legislatura pasada, ahondando en ellas. No se daba cuenta Mariano de que la única mejora posible es echarlo todo por tierra y empezar de nuevo. Y no es que lo diga yo, que también; hay datos que cada vez con mayor insistencia me ponen los pelos de punta, y que son consecuencia de las políticas de estos años.

            Al margen de las críticas que –gracias a algunos de vosotros– he conseguido leer con respecto a tales datos, los informes que las diferentes oenegés van emitiendo con su fiable regularidad no dejan lugar a dudas al respecto de la realidad que nos ha dejado la crisis: España es uno de los peores países en determinados parámetros que, más allá de los milagros de crecimiento económico que nos venden las gaviotas –datos sobre los que se pueden hacer múltiples lecturas– miden aspectos más orientados hacia la justicia social que hacia el beneficio de una cuenta de resultados, o hacia la medición de cifras macroeconómicas, entre las que siempre cabe fijarse en unas y no en otras, o en la lectura particular que cada cual le interese. Todavía recuerdo, por ejemplo, la relación que nos planteaban en la Universidad entre el déficit público, la deuda pública y el sistema fiscal de cada país, y su interconexión en los modelos intergeneracionales. En resumen, si solucionas el déficit público con una bajada de impuestos –ya, si el sistema fiscal es el nuestro, ni te cuento– y al mismo tiempo haces que la deuda pública pase del cuarenta al cien por cien en cuatro años de Gobierno, lo que estás es haciendo trampas al mus. Básicamente, estás trasladando deuda presente al futuro, a ese tiempo en el que tú ya no estarás en el Gobierno, pasándole el marrón a los que vengan y sin solucionar, una vez más, los problemas estructurales de este país.

            Cuando hablo de oenegés me refiero a Cruz Roja, a Intermon Oxfam, a Save the children, a Médicos sin Fronteras… Nombres conocidos que engloban a personas anónimas que han decidido ofrecer su vida para aliviar los sufrimientos de otras más desfavorecidas, ya sea en África, en Asia, o también a la vuelta de la esquina de nuestros propios arrabales, que también les hay en España. Cuando escucho los datos que nos ofrecen, se me ponen los pelos de punta y no puedo evitar sobrecogerme. Ahora bien, cuando escucho, o leo, a determinadas alimañas, perros del sistema encargados de arruinar la labor de estas organizaciones por la vía de matar al mensajero, me entran ganas de venganza. Veo cómo atribuyen a personas mayormente altruistas los pecados que ellos mismos sufren en sus propias carnes. Les acusan, ojo, de actuar en beneficio de sus propios intereses. No entienden una realidad más amplia que la suya, una en la que puedan suceder dos cosas: que tus propios intereses puedan pasar por aliviar el sufrimiento ajeno, o que incluso, en caso de que tus intereses colisionen con los de otra persona, antepongas estos a los tuyos. Estos conceptos no son capaces de alumbrar las tinieblas de su ignorancia.

            En primer lugar, a los miles de personas a las que ayudan en África se la suda si lo hacen para sentirse mejor con ellos mismos. A la madre a la que le dan un litro de leche para su hijo famélico le importa que éste coma, no si al cooperante esto se la pone dura o si piensa que se está abriendo la puerta de los cielos. Le importa que su hijo no se muera por la malaria o por el dengüe, ni se plantea que ese cooperante después se va a tirar el moco en una discoteca. Que podría. Desde luego, preferiría que el cooperante hiciera esto, a lo que hace la hiena periodística que critica al cooperante. Básicamente, éste no hace nada por ella. Bueno, sí, boicotea la labor del cooperante. Por mi parte, este columnista de pega, o este erudito que critica la labor de las oenegés, se puede meter sus comentarios, o sus sesudos estudios de eficiencia económica por donde le quepan.

            Además, en segundo lugar, he tenido la suerte de conocer personalmente a peña que se ha jugado la vida por esos andurriales miserables, y también a otros que se quitan de su tiempo, de su ocio o de su dinero por echar una mano. He conocido a algunos por los que nadie daba un ardite marcharse a primera línea a pesar de todo, y me quedó clara una cosa: esa gente tiene una luz especial que está muy lejos de esos contertulios de la caverna que se empeñan en hacernos creer que los criterios por los que nos movemos los seres humanos tiene que ver con el número de ceros de una cuenta corriente, o de una contabilidad nacional. Esa luz seguirá existiendo, por mucho que las ecuaciones de un frío modelo económico demuestren que no es rentable.

 

Alberto Martínez Urueña 8-02-2016

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