martes, 5 de enero de 2016

Siempre hacia delante


            Aquí nos encontramos, en un nuevo año, con unas perspectivas iniciales de lo más interesantes, nada reconocibles en nuestro inmediato pasado, pero muy típicas del sentir ibérico: la división hasta sus máximas consecuencias que, incluso en esta ocasión, parece haber afectado a la parte conservadora de nuestra sociedad, esa parte que asume los mismos cambios que la parte progresista, pero diez años más tarde. Es una situación que hay a quien le da mucho miedo, pero también es una situación exigente de la que pueden salir escenarios de consenso en los que la sociedad pueda dar un salto cualitativo que suponga una verdadera evolución. Algo que nos pueda traer puntos de encuentro a los dos bandos que dividieron a esta España y que han servido de excusa para partirnos la cara en nombre de las ideas de los de arriba. Mirar a ver qué nos une, y trabajar sobre ello. Pero dejémoslo estar: en unas pocas semanas, la solución. Hoy me encuentro más abstracto y presto a tomar una idea que me facilitó cierto amigo para hablar de un tema que, a pesar de ser menos urgente, es más importante.

            La tendencia actual en la elección de carrera universitaria, desde antes ya de que yo eligiera la mía, está orientada hacia los saberes técnicos, prácticos, de los que puedan ser dirigidos hacia las necesidades del mercado laboral actual. Esto se critica por la posible deshumanización que conlleva, por la escasa amplitud de miras que implica y por los peligros de utilitarismo a que condena al ser humano: una pieza más de la cadena de montaje que puede ser sustituida por otra cualquiera de iguales características. El mundo occidental y sus demonios… Se añade la pérdida de espíritu crítico, la capacidad de obtener un conocimiento global e integrador y la posibilidad de relación entre unos factores y otros, aunando los valores de la dignidad humana con las variables económicas del mercado, características que pueden aportar otras áreas del conocimiento, menos prácticas. En este análisis, se contrapone este tiempo a otros donde la persona estaba supuestamente considerada con todas sus complejidades, de una manera completa, en la que los artesanos hacían de su obra algo propio y el ser humano era capaz de sustentar esos valores que le hacen ser lo que es. ¿Esto es algo novedoso? No estoy de acuerdo. La alienación del ser humano no es algo actual ni exclusivo del ser humano de finales del siglo veinte y principios del veintiuno. En las sociedades medievales la cultura estaba restringida de tal manera que la práctica totalidad del pueblo era analfabeta, sin acceso a ningún tipo de cultura, más allá de lo  que el sentido común aportara. No hablemos ya de cuestiones más prosaicas como una casa donde no morir de frío… Los saberes fundamentales eran técnicos porque, igual que ahora, eran los que daban de comer: cómo hacer un mueble o manejar un arado minimizando el cansancio y maximizando el rendimiento en términos de tiempo de fabricación o de productividad por semilla utilizada. Podían sentir amor por tal o cual pieza que elaborasen, pero las dentelladas del hambre harían de las consideraciones que hoy atribuidos a los vasallos del medievo algo sin fundamento.

            El ser humano (occidental) estuvo luchando por su subsistencia hasta entrado el siglo pasado, y durante la primera mitad, tuvo que desligase del yugo de los totalitarismos. Son dos yugos, el del hambre y el de los fascismos, como el de Franco. Y no engañemos a nadie, nunca tuvieron esa humanidad que ahora se persigue: lo de entonces era trabajo digno de la más absoluta esclavitud, sumisión ante la iglesia y la nobleza, maltrato físico, clasismo absoluto…

            Yo no creo que hoy en día estemos peor que entonces. Estamos mucho mejor, pero quizá también estamos más informados, y es que las tropelías que hoy denunciamos se llevan perpetrando desde siempre, pero otras muchas concluyeron. Al menos en nuestro entorno. Yo creo que el ser humano evoluciona para mejor, aunque lo haga a saltos. Quizá soy un optimista, pero mirándolo con una cierta perspectiva, hoy no tenemos que preocuparnos de que nuestros hijos se mueran de frío en una cuneta. Mirando pros y contras, todavía me salen las cuentas.

            Sin embargo, es cierto que hoy en día todavía tenemos importantes retos que asumir para poder seguir caminando. Hoy, el yugo del que tenemos que liberarnos es más abstracto. No tiene la forma de una sequía que arrase la cosecha de todo un año, ni tampoco la identidad de un psicópata que anteponga ideas a personas. Hoy, el yugo tiene que ver con lo que nos han dicho que es importante y lo que verdaderamente vemos que lo es. Hoy tenemos que aprender a mirar por nosotros mismos y alejarnos de los paquetes de consumo que nos venden como herramientas para alcanzar algo que nunca sabemos qué es. Esto no consiste en romper o rechazar lo que ya tenemos, del mismo modo que adaptamos el concepto de un techo y cuatro paredes a las viviendas actuales, podemos seguir teniendo a nuestro alcance todo aquello de lo que hoy disfrutamos, pero con una visión más completa que, de una vez por todas, nos ofrezca eso que buscamos todos. Y la herramienta para ello es la cultura, acompañada de una verdadera interiorización de su auténtico mensaje. Precisamente por eso, aunque no son saberes prácticos que nos llenen la alacena, hay frutos del árbol del saber que, por primera vez en la historia de la humanidad, están a nuestro alcance, prestos a ser recogidos, nacidos para ofrecernos el nuevo salto hacia delante que necesitamos. De ahí, la importancia del arte, de la cultura grande o pequeña y, por supuesto, de esas personas que, de un modo u otro, hacen que sea posible su existencia: los artistas. 

Alberto Martínez Urueña 5-01-2016

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