Aquí
nos encontramos, en un nuevo año, con unas perspectivas iniciales de lo más
interesantes, nada reconocibles en nuestro inmediato pasado, pero muy típicas
del sentir ibérico: la división hasta sus máximas consecuencias que, incluso en
esta ocasión, parece haber afectado a la parte conservadora de nuestra
sociedad, esa parte que asume los mismos cambios que la parte progresista, pero
diez años más tarde. Es una situación que hay a quien le da mucho miedo, pero también
es una situación exigente de la que pueden salir escenarios de consenso en los
que la sociedad pueda dar un salto cualitativo que suponga una verdadera
evolución. Algo que nos pueda traer puntos de encuentro a los dos bandos que
dividieron a esta España y que han servido de excusa para partirnos la cara en
nombre de las ideas de los de arriba. Mirar a ver qué nos une, y trabajar sobre
ello. Pero dejémoslo estar: en unas pocas semanas, la solución. Hoy me
encuentro más abstracto y presto a tomar una idea que me facilitó cierto amigo
para hablar de un tema que, a pesar de ser menos urgente, es más importante.
La
tendencia actual en la elección de carrera universitaria, desde antes ya de que
yo eligiera la mía, está orientada hacia los saberes técnicos, prácticos, de
los que puedan ser dirigidos hacia las necesidades del mercado laboral actual. Esto
se critica por la posible deshumanización que conlleva, por la escasa amplitud
de miras que implica y por los peligros de utilitarismo a que condena al ser
humano: una pieza más de la cadena de montaje que puede ser sustituida por otra
cualquiera de iguales características. El mundo occidental y sus demonios… Se
añade la pérdida de espíritu crítico, la capacidad de obtener un conocimiento
global e integrador y la posibilidad de relación entre unos factores y otros,
aunando los valores de la dignidad humana con las variables económicas del
mercado, características que pueden aportar otras áreas del conocimiento, menos
prácticas. En este análisis, se contrapone este tiempo a otros donde la persona
estaba supuestamente considerada con
todas sus complejidades, de una manera completa, en la que los artesanos hacían
de su obra algo propio y el ser humano era capaz de sustentar esos valores que
le hacen ser lo que es. ¿Esto es algo novedoso? No estoy de acuerdo. La
alienación del ser humano no es algo actual ni exclusivo del ser humano de
finales del siglo veinte y principios del veintiuno. En las sociedades
medievales la cultura estaba restringida de tal manera que la práctica
totalidad del pueblo era analfabeta, sin acceso a ningún tipo de cultura, más
allá de lo que el sentido común aportara.
No hablemos ya de cuestiones más prosaicas como una casa donde no morir de
frío… Los saberes fundamentales eran técnicos porque, igual que ahora, eran los
que daban de comer: cómo hacer un mueble o manejar un arado minimizando el cansancio
y maximizando el rendimiento en términos de tiempo de fabricación o de
productividad por semilla utilizada. Podían sentir amor por tal o cual pieza
que elaborasen, pero las dentelladas del hambre harían de las consideraciones
que hoy atribuidos a los vasallos del medievo algo sin fundamento.
El
ser humano (occidental) estuvo luchando por su subsistencia hasta entrado el
siglo pasado, y durante la primera mitad, tuvo que desligase del yugo de los
totalitarismos. Son dos yugos, el del hambre y el de los fascismos, como el de
Franco. Y no engañemos a nadie, nunca tuvieron esa humanidad que ahora se
persigue: lo de entonces era trabajo digno de la más absoluta esclavitud,
sumisión ante la iglesia y la nobleza, maltrato físico, clasismo absoluto…
Yo
no creo que hoy en día estemos peor que entonces. Estamos mucho mejor, pero quizá
también estamos más informados, y es que las tropelías que hoy denunciamos se
llevan perpetrando desde siempre, pero otras muchas concluyeron. Al menos en
nuestro entorno. Yo creo que el ser humano evoluciona para mejor, aunque lo
haga a saltos. Quizá soy un optimista, pero mirándolo con una cierta
perspectiva, hoy no tenemos que preocuparnos de que nuestros hijos se mueran de
frío en una cuneta. Mirando pros y contras, todavía me salen las cuentas.
Sin
embargo, es cierto que hoy en día todavía tenemos importantes retos que asumir
para poder seguir caminando. Hoy, el yugo del que tenemos que liberarnos es más
abstracto. No tiene la forma de una sequía que arrase la cosecha de todo un
año, ni tampoco la identidad de un psicópata que anteponga ideas a personas.
Hoy, el yugo tiene que ver con lo que nos han dicho que es importante y lo que
verdaderamente vemos que lo es. Hoy
tenemos que aprender a mirar por nosotros mismos y alejarnos de los paquetes de
consumo que nos venden como herramientas para alcanzar algo que nunca sabemos
qué es. Esto no consiste en romper o rechazar lo que ya tenemos, del mismo modo
que adaptamos el concepto de un techo y cuatro paredes a las viviendas
actuales, podemos seguir teniendo a nuestro alcance todo aquello de lo que hoy
disfrutamos, pero con una visión más completa que, de una vez por todas, nos
ofrezca eso que buscamos todos. Y la herramienta para ello es la cultura,
acompañada de una verdadera interiorización de su auténtico mensaje.
Precisamente por eso, aunque no son saberes prácticos que nos llenen la alacena,
hay frutos del árbol del saber que, por primera vez en la historia de la
humanidad, están a nuestro alcance, prestos a ser recogidos, nacidos para
ofrecernos el nuevo salto hacia delante que necesitamos. De ahí, la importancia
del arte, de la cultura grande o pequeña y, por supuesto, de esas personas que,
de un modo u otro, hacen que sea posible su existencia: los artistas.
Alberto Martínez
Urueña 5-01-2016
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