Hoy
en día la cantidad de información a nuestra disposición es, si no infinita, al
menos apabullante. El reto, hoy en día, no es sólo la búsqueda en sí, sino
también la gestión de la que obtenemos. Además, contiene un problema
sustancial, y es precisamente la imposibilidad de digerir toda la que tenemos a
nuestro alcance. De ahí la creciente importancia de cribado para poder
utilizarla en cualquiera de los aspectos de nuestra vida, ya sea en el trabajo,
si su desempeño así lo requiere, como para otros rincones de cada existencia
individual. Esto es importante, al margen de su uso meramente pragmático o
económico, porque toda nuestra existencia se basa en los conocimientos previos
que nos permiten actuar en cada situación.
Con
respecto a la información en nuestra vida pública, no hay nada que pueda decir
que no haya aportado ya en todos mis escritos. No voy a abundar en la idea de
la necesidad de acudir a varias fuentes para poder discernir la realidad por
detrás de las apariencias; y sin embargo, no deja de ser menos cierto que el
tiempo que podemos dedicar a esta parte de nuestro devenir es muy reducido.
Con
respecto a la información en nuestra vida privada, cada uno hace lo que puede,
se alimenta de las relaciones con otras personas, de las interacciones
inevitables o de las que vamos eligiendo. El autoconocimiento ofrece una
estabilidad frente a los inexorables vaivenes a los que nos vemos indefectiblemente
sometidos. La capacidad de introspección es un valor que no demasiado en boga
en esta sociedad orientada hacia las apariencias y el consumo, pero cuando
estos últimos fallan –antes o después siempre lo acaban haciendo–, no está de
más tener un pequeño sustrato al que poder asirnos para ir tirando en lo que
las aguas vuelven a su cauce. Este autoconocimiento se puede propugnar de
múltiples formas, cada uno encontrará su manera, pero cabe recordar que somos
enanos a lomos de gigantes. De igual manera que nadie necesita reinventar una y
otra vez el funcionamiento de un enchufe, el mundo de las humanidades –recibe
ese nombre por un motivo fundamental– guarda en su seno una gran parte del
saber acumulado a lo largo de los siglos por todas las culturas del orbe. No es
un campo, en todo caso, donde encontrar respuestas unívocas a la manera que nos
las ofrecen las matemáticas, o la física y la química. Los postulados de un
filósofo o de un ensayista no son estructuras que creer a pies juntillas, sino
herramientas con las que vislumbrar otras perspectivas
diferentes a la nuestra que, bien aprovechadas, amplíen nuestro horizonte y nos
aporten instrumentos fundamentales para todos: el sano juicio y la crítica
constructiva y deliberativa. Todo en aras de construir nuestra propia y
particular realidad subjetiva, y así, poder recorrer ese camino del que os
hablaba que va desde lo que me han dicho que es la vida hasta lo que yo veo. Esta
realidad subjetiva, unida a la objetiva, ofrece una existencia mucho más plena
y satisfactoria, y que aporta esa estabilidad crucial que antes o después todo
ser humano necesita: nos completa.
No
hablo únicamente de filosofías de autores como Kant, Santo Tomás, Nietzche u
Ortega y Gasset. Las humanidades son tan amplias como cualquier intento de
captación y representación de la realidad global e infinita, filtrada a través
de la realidad subjetiva de una persona: por ejemplo, las representaciones
artísticas. Por ejemplo, la literatura: el principal portal que yo mismo utilizo
desde hace años. Fueron los libros y la perspectiva particular que sus autores
dejaron impresas en sus párrafos los que me ayudaron a ampliar la visión
reducida de una única persona. Por supuesto, no empecé a leer por ese motivo, y
hoy en día tampoco, pero los frutos de tal o cual actividad son los que son,
independientemente de las intenciones. Un taxista no se aprende el callejero
por mero placer intelectual, sino por la necesidad de su trabajo; no obstante,
su capacidad cognitiva se ve incrementada aunque no quiera.
El
viaje por la literatura ha sido, es y espero que siga siendo un viaje
apasionante por realidades más allá de la mía, más allá de la historia contada
incluso en sus líneas. Un viaje por las mentes de aquellos que me precedieron,
por las mentes de aquellos gigantes sobre cuyos hombros hoy me veo. Ya sabéis
mis gustos… El Quijote, El buscón, La celestina, Hamlet, Cyrano, La sombra del
ciprés es alargada, Cien años de soledad… A todos estos clásicos, y otros
muchos, podéis sumar una larga ristra de novelas más sencillas, pero con el
valor de ofrecer, en primer lugar un divertimento interactivo –leer supone un
esfuerzo, y por tanto, trae un crecimiento personal aunque se lean comics–, en
segundo lugar, una visión diferente a la mía y en tercer lugar, la capacidad
para poder poner sobre el papel de una manera estructurada una idea, tal y como
intento hacer en estas columnas desde hace más de diez años.
Por
todo esto, por el contenido que tienen, por su capacidad de alimentar el alma
humana con su mundo capaz de traspasar los horizontes de la lógica y
transportarnos a los mundos oníricos de Verne o de Tolkien, por el desarrollo
que implican en nuestra mente, por ofrecernos emociones y visiones que
trascienden nuestra reducida existencia… En fin, por su sinfín de beneficios,
no podemos renunciar a las humanidades, sea como sea el mundo que se esté
construyendo al margen nuestro y que no nos queda más remedio que habitar. Yo
no pienso hacerlo, y a cualquiera que me pida la opinión sobre qué libro leer,
seguiré ofreciéndole mi perspectiva. Porque sólo trascendiéndonos a nosotros
mismos encontramos ese algo que nos da
sentido.
Alberto Martínez
Urueña 14-01-2016
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