Os
podréis hacer una idea de que alguien como yo, acostumbrado a no dejar la letra
escrita casi ni en la ducha, no iba a dejar pasar la oportunidad de pegarle un
repaso a las elecciones del domingo. Antes de nada, decir que me alegro de que
la ciudadanía haya acudido a votar de una forma más o menos mayoritaria. En los
tiempos que corren, que un 73,20% de las personas censadas hayan acudido a las
urnas es de agradecer. Tres cuartas partes del censo decidió que debía dar su
opinión en unas elecciones, y eso siempre es bueno.
Respecto
a los resultados, poco más puedo decir yo que no hayan dicho todos los medios
de comunicación desde la noche electoral. Las lecturas coinciden en el
complicado panorama que nos deja la representación parlamentaria, aunque las
conclusiones que se sacan del mismo no son concordantes en todo caso. Hay quien
lo considera un problema relevante que desestabiliza la acción de cualquier
gobierno que pueda formar una mayoría de la cámara. Y eso es cierto. Sin
embargo, creo que el hecho de que el Congreso – lo del Senado es caso aparte,
ya lo analizaremos con calma – refleje una gran pluralidad es un reflejo de la
pluralidad de opiniones que reina en nuestro país, y eso yo lo considero un
valor, y no soy el único. De todas formas, el modelo parlamentario que tenemos,
frente a los modelos presidencialistas tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
En
todo caso, una de las principales reclamaciones de los ciudadanos en los
últimos tiempos era la necesidad de poner de acuerdo a todos los actores
sociales en cada una de las decisiones relevantes que nos afectan. Este
parlamento fragmentado es fiel reflejo de esa necesidad, ya que más allá del
hecho de que puedan existir varias ideas de lo que debería ser España, la idea
principal que creo que ha quedado patente es precisamente la de la
heterogeneidad de esa ciudadanía que componemos.
Al
margen de que no comparta la mayor parte de las ideas de la derecha
conservadora y democristiana de nuestro país, o de las ideas neoliberales de la
otra derecha, nueva y resultona, sé que éstas son ideas que tienen un mayor o
menor calado en grandes grupos de esa ciudadanía a la que pertenezco. Del mismo
modo, si bien es cierto que puedo estar de acuerdo con un mayor número de
propuestas de los partidos de orientación progresista o de izquierdas, tampoco
acepto todos sus postulados. La cuestión es que esto supone un reto de
coexistir en un intento de alcanzar acuerdos comunes que puedan ser compartidos
por todos, y creo que estos han de ser negociados por los representantes de que
nos hemos dotado. Creo que ésa debería ser su principal obligación una vez que
ha quedado clara la mencionada heterogeneidad de nuestro territorio.
No
tengo claro que estos acuerdos se vayan a suceder. Quizá acuerdos puntuales de
uno o dos partidos de orientación similar, pero no grandes acuerdos sobre los
temas relevantes. De hecho, las primeras reacciones de los partidos políticos
después de las elecciones han sido, en primer lugar, la asunción de la victoria
o al menos de los buenos resultados electorales. Aquí al final parece que ganan
todos. Quizá sea cierto. Y en segundo lugar, un peligroso juego de tahúres en
los que todos esconden sus cartas principales y se enrocan en las posturas que
consideran irrenunciables, trazando líneas rojas que únicamente sirven para
dividir a una sociedad española ya de por sí tendente a partirte la cara a la
mínima ocasión.
Yo
mismo me puse como condición para votar a cualquier partido que éste no
estuviera pergeñado de escándalos de corrupción como ocurre con el PP. Admito
que un partido pueda tener en su seno casos puntuales en los que alguno de sus
militantes haya salido rana, pero en este caso ya no es un caso puntual. Con el
PSOE, y también con el PP, tengo el problema de que son incapaces de mantener
su palabra electoral cuando tienen que desarrollar su tarea de Gobierno, y
esgrimiendo los razonamientos más peregrinos, o los más ciertos, se salen del
guión fijado en las elecciones. Y traicionan a sus votantes. Lo hizo ZP en Mayo
de 2010 –hay quien dice que ya hacía tiempo que el PSOE había traicionado sus
ideas– y lo ha hecho Mariano el indecente en la legislatura que ha finalizado.
Sin
embargo, a estos partidos les ha votado más de un 50% de ciudadanos de mi país,
ciudadanos con los que, a pesar de no compartir ideas – con unos menos que con
otros, esto es así – aspiro a poder llegar a unos entendimientos básicos que
nos permitan convivir a todos juntos en un mismo territorio. Incluso, aspiro a
que aquellos quieran independizarse de España sean cada vez menos, atraídos por
un proyecto de nación que quiera ser inclusivo, y no éste que parece condenado
al enfrentamiento en que vivimos instalados desde hace siglos. Un proyecto en
donde, más allá de los inevitables turnos de gobiernos y mayorías
parlamentarias que se fueran sucediendo, se pudieran sentar unos cimientos
reales que pudieran acercar a todo el mundo. Este parlamento que ha nacido de
las urnas es un fiel reflejo de la heterogeneidad de mi país. Me gustaría que
los líderes elegidos por la ciudadanía fueran capaces de darse cuenta y actuar
en consecuencia.
Alberto Martínez
Urueña 22-12-2015
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