Una
de las controversias más encendidas que ha tenido lugar en la historia de la
economía es el grado de intervencionismo adecuado por parte de las instituciones.
Desde el comienzo de la crisis, se ha puesto al frente de los debates del
sector por motivos obvios; pero además se ha convertido en el eje central de
las medidas adoptadas por las diferentes economías.
¿Qué
ha pasado desde dos mil ocho? Pues depende dónde se mire. Cada país y cada
región del globo han hecho lo que buenamente han podido, de acuerdo a sus convicciones.
Con respecto a las medidas, tenemos la hemeroteca especializada bien pergeñada
de información. Con respecto a las recomendaciones de los teóricos, no ha sido
menor su empeño por aportar descripciones y remedios a la crisis, con mayor o
menor criterio. Y hablo de descripciones y remedios porque es relevante, no es
un comentario a la ligera.
Si
hablamos de descripciones de las causas que nos han traído este desagradable efecto,
existen grandes controversias: están los que consideran que se ha dejado hacer
a las grandes empresas, y que en su desaforada avaricia y ansias de
imperialismo han provocado estos graves desequilibrios; y también tenemos los
que argumentan que el intervencionismo estatal, pervirtiendo las sanas reglas
de juego del mercado, ha perturbado los incentivos de los agentes económicos de
tal manera que esto ha provocado los desajustes que ahora sufrimos. Con
respecto a los remedios, ocurre otro tanto, derivados por supuesto de las
descripciones que hayan dado: hay quien aboga por aumentar la intervención de
los Estados en la economía, mientras que al otro lado tenemos a los que quieren
seguir el camino contrario y eliminar de un plumazo la acción de las
Administraciones en los mercados económicos, reduciendo a la mínima expresión
las acciones que éstas lleven y por tanto las perturbaciones indeseables que
provocan.
Por
mi parte, cuando entro en estos temas, me muevo por terrenos controvertidos, no
soy de respuestas unívocas y sencillas, salvo si he de hablar de lo que yo
hago, o intento, con mi vida. Soy un hombre muy optimista con respecto a las
capacidades del ser humano; creo que somos capaces de grandes cosas, y de
hecho, tenemos ejemplos a nuestro alrededor que así lo atestiguan. Por
desgracia, se dan poco lustre a estas cuestiones, y menos en los grandes
centros de creación de opinión y de difusión de información. Dan más audiencia
las desgracias. En realidad, esto es una consecuencia de lo que demanda el
pueblo.
Sin
embargo, soy un hombre pesimista cuando hablamos de la dirección que adopta el
devenir histórico, ya que la economía, cuyo objetivo es el de maximización de
la riqueza y de la producción ha descubierto que convirtiendo al ser humano en
un ser individualista, orientado neuróticamente a la satisfacción hedonista de
sus caprichos y aislado del resto consigue aumentar los beneficios. Esa
denuncia tan recurrente de cómo el mundo de hoy en día es más deshumanizado y egoísta
no es algo baladí, es algo que sucede y que ha sido provocado: se sabía lo
anterior y también que el ser humano, accionados los resortes adecuados, se
despeñaría por este camino de egolatría descontrolada. Esto no es una teoría de
la conspiración, es lo que mejor le viene a las cuentas de resultados de las empresas
por algo tan simple como es la especialización de mercados y los propios
objetivos de los estudios de mercado.
Es
más, de primeras, asépticamente, no tengo nada en contra de la economía
capitalista como creadora de riqueza y de oportunidades: no deja de ser una
construcción teórica que ha demostrado su validez en la práctica real.
Igualmente, no tengo nada en contra de la utilización de los teléfonos móviles,
de las redes sociales o de un cuchillo de cocina. Todas ellas son herramientas
que usadas en la dirección correcta, pueden ser beneficiosas. Pero de igual
modo, si dejas que una persona se enganche al uso de su teléfono, a las redes
sociales, o permites que un psicópata decida dónde clavar el filo del cuchillo,
puedes tener serios problemas.
Con
la cuestión económica pasa lo mismo, pero parece más sutil. Nadie dejaría
suelto a una persona obsesionada con despellejar seres humanos, y mucho menos
armado con un cuchillo jamonero; sin embargo, no hay ningún problema en
permitir que los mayores avaros de nuestra sociedad dirijan de acuerdo a sus
intereses las finanzas mundiales. De hecho, se les considera como los más
preparados para hacerlo. Bueno, en realidad, el psicópata con el jamonero
también será el mejor preparado para hacerse un abrigo de piel de adolescente…
La
economía no es un campo aséptico libre de connotaciones morales, del mismo modo
que no lo es la física nuclear y una bomba de hidrógeno. De hecho, lo es en
menor medida, ya que en física puedes hacer una descripción unívoca e
irrefutable de los hechos, mientras que en economía los mayores expertos no se
ponen de acuerdo ni en el plano teórico. La economía en manos de personas sin
escrúpulos ha creado seres humanos que obedecen a sus propios intereses de
manera descarnada –el modelo más eficiente y productivo–, y estos seres
egoístas y carentes de empatía son incapaces de liberarse del yugo con el que
se convierten a sí mismos en herramientas del sistema, cerrando el círculo
capitalista. Por eso, por esta visión del mundo en el que vivo y por el ser
humano que este semidios llamado capital ha estructurado a su imagen y
semejanza, no creo que el ser humano que conozco vaya a ser capaz de cambiar
nada. Otra cosa será el ser humano que nazca de las cenizas cuando todo colapse…
Cuando ninguno de nosotros estemos en disposición de verlo.
Alberto Martínez
Urueña 25-01-2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario