Cuando
hacemos una elección, así, tal cual, intentamos ser coherentes con nosotros
mismos, con aquello en lo que creemos y sentimos. Más o menos, todos tenemos
claras nuestras opciones y nuestras preferencias, pero cuando hay que
concretarlas, entran las dudas. En primer lugar, porque tenemos miedo a
equivocarnos; y en segundo, porque tenemos miedo a que descubran que nos hemos
equivocado.
En
las elecciones generales esto no es diferente. Además, se ve acrecentado porque
los candidatos, más que exponer ideas, sueltan vaguedades y discursos fáciles
que, cada vez en mayor medida, cuelan menos en el imaginario colectivo. Cuando
oímos aquello de “voy a bajar los impuestos, a crear millones de puestos de
trabajo, a luchar contra la corrupción y garantizar los derechos de los
ciudadanos”, nos recorre un siniestro escalofrío y nos ponemos en guardia.
Todavía recuerdo esa frase cargada de asco de mi abuelo, “todo mentira”, cuando
oigo a esos charlatanes de feria hablando de sus fórmulas infalibles para todo.
Sus
ideas no están claras, y no van a ponértelo fácil. Los discursos electorales
parecen más un concurso de monólogos destinados a caerte en gracia que una
exposición de propuestas concretas sobre la que basar una elección sensata.
Para saber lo que verdaderamente se propone tienes que hacer un ejercicio nada
fácil de búsqueda de información, y muchas veces ni así logras una claridad y
una visión de conjunto. Todo son intenciones y promesas. Sus ideas, además, son
tornadizas, maleables como el mercurio. Cambian de forma. Hay que acudir a la
estructura subyacente para saber qué hay detrás de todo ese juego que se traen.
Al margen de que adopte – el mercurio y sus promesas – la forma del envase en
donde se introduzca, a nivel molecular, su naturaleza es la que es. Y es
necesario encontrarla, para contraponerla con la tuya, después de esa
interiorización de la que os hablaba en el texto precedente en busca de la
estructura que conforman tus intereses. Quizá tus intereses puedan llegar a
sorprenderte.
Digo
esto porque, en campaña electoral, si no tienes cuidado, la agenda de lo que
interesa no la marcas tú. Aunque no he visto los debates televisados –no tengo
yo el cuerpo preparado para tanta cicuta– resulta paradigmático el momento en
que Mariano y Pedro se lanzaban piedras a la cabeza mientras el moderador
trataba llevarles al tema catalán. Un tema repleto de falacias y sumamente
interesado que no requiere ni medio minuto –pero pueden hacerte gastar varias
horas– cuando lo comparamos con la pobreza energética, los exiliados
económicos, los parados de larga duración, las familias sin subsidios, los
problemas de salud derivados de la contaminación en las grandes ciudades, las
leyes mordaza, los copagos sanitarios, esa cosa absurda que han conseguido
hacer del sistema educativo en nuestro país, las políticas activas de empleo,
el sistema fiscal, la tipología contractual en el mercado de trabajo, la ley de
mecenazgo, los órganos de control gubernamentales y su independencia
–recomendación realizada por Europa desde hace veinte años a nuestro país al
que han hecho oídos sordos desde entonces–, la justicia, sus órganos superiores
y elección de jueces y magistrados, la articulación de todos los órganos
encargados de velar por la libre competencia en los mercados –esto afecta, para
los legos, al precio de la energía y de las telecomunicaciones, de los más
ridículamente altos en Europa–, la gestión de la cultura desde el gobierno, la
gestión y el fomento de la I+D+i, directamente vinculado con el modelo y
diversificación de modelo productivo que queremos para nuestro país… Y por
supuesto, y mucho más importante que el tema catalán, la elección del
seleccionador de la roja una vez que se vaya Del Bosque.
De
todo esto no han dicho nada concreto ni el PP ni el PSOE. Yo, desde mi
particular reflexión, no tomo decisiones sin la información correcta, y cuando
alguien no me la facilita y me pide un acto de fe similar al de Jesucristo y la
tormenta del lago le descarto automáticamente. Me da la sensación de que me
toman por imbécil.
Por
eso, he de agradecer a los demás partidos que se hayan dignado a debatir algo
más extensamente sobre estos temas, y a poner sobre la mesa algún que otro dato
concreto, más allá de las autoalabanzas de Mariano y de lo que haya hecho Pedro
durante este tiempo y que nadie sabe realmente qué ha sido. He podido
recapacitar sobre el contrato único planteado por Ciudadanos y las propuestas
más o menos concretas sobre sanidad que Inés Arrimadas ofreció en uno de mis
programas de radio de referencia. También he podido analizar el modelo
propuesto por los miembros de Podemos y saber qué pretenden hacer con este
sistema fiscal de pandereta que han construido los gobiernos pasados. O he
podido valorar las ideas heterodoxas de Alberto Garzón, también en medios de
comunicación al margen de los debates – ha sido una vergüenza la impunidad con
que se ha infringido la legislación electoral con respecto a IU –, y saber qué
defiende, con qué modelo se presenta y cuáles son las cifras que lleva en su
programa. Al margen de otras esperanzas que pueda tener a partir del día
veinte, me aferro al rayo de luz que han aportado estos nuevos partidos, y se
lo agradezco infinitamente, para que la política en este país que tanto me
gusta y al que tanto hay que criticar alcance de una vez por todas el siglo
veintiuno, después de quince años de retraso.
Alberto Martínez
Urueña 16-12-2015
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