Si hay algo
por lo que la actualidad me tiene cada vez más cansado, con toda esa sucesión
de vertiginosas y catastróficas noticias, es por esa desafortunada
conceptualización cinematográfica de buenos contra malos, de amigos y enemigos,
de justos contra desalmados. Cada uno de los que hablan o escriben en los
medios de comunicación intenta convencerme de la verdad de sus afirmaciones,
diametralmente contrapuesta con la verdad del contrario, convertido éste en alguien
contra el que debo pelear y aplastar, justificado en tal carnicería por la
lógica de su razonamiento infalible. Perdido en el limbo de la contienda
bélica, no veo a nadie que intente moverse en los medios, todo son extremos,
verdades opuestas incapaces de coexistir en un mismo universo, como si
estuviésemos hablando de las nociones físicas de la materia y la antimateria. A
cada uno, sus argumentos les parecen matemáticamente demostrables, y
precisamente por ello, está justificado todo derroche de violencia.
Me veo a mí
mismo reflejado en esa realidad enfrentada. Soy arrastrado por el torrente
desbordado que trae la tormenta perfecta en estos tiempos de exceso de
información en la que su gestión se ha convertido en el auténtico problema al
que nos enfrentamos. No hay sosiego ni análisis –nada nuevo bajo el sol, por
cierto–, y todas las noticias parecen ser titulares de última hora imposibles
de soslayar, todas de una importancia vital capaces de remover las entrañas
mismas de la tierra. Así, de una en otra, como el mono que salta desde la copa
del árbol al de la siguiente, no tengo tiempo de relajar el tono y reflexionar
sobre cada una de ellas, la anterior sustituida por la siguiente, devorada en
el afán consumista en que se ha convertido la actualidad mediática. De esta
manera, con la tensión arterial suficiente para proveer de energía a una ciudad
de tamaño medio, voy de noticia en noticia, cada vez más encabronado, hasta que
soy incapaz de verme la cara en el espejo y reconocer al chimpancé que pega
saltos iracundos al compás que le marca la música que otros tocan.
Este ambiente
es irrespirable. Trincheras en donde el gas mostaza dialéctico amenaza con
llevarse por delante cualquier principio que no sea el de la batalla y el del triunfo
sin paliativos. La agresividad y el odio se legitiman por sí solos ante la
evidente injusticia que la lógica parece demostrar una y otra vez, con pertinaz
insistencia. Una sociedad injusta, dicho así, de manera repetitiva como el
tableteo de un arma automática, hasta que las calderas explotan en un festival
de fuego y de metralla de principios hechos añicos. Toda esta situación se
retroalimenta. Observad si no me creéis, en esta época preelectoral, como todos
los medios de comunicación, controlados por los diversos intereses que componen
el espectro político español, van a ir incrementando la violencia de sus
mensajes según nos acercamos a la cita con las urnas.
En este circo
de falso atrezo, cualquier escusa es utilizada para enfrentar, sinónimo de
dividir por cierto, a cada uno de los ciudadanos de esta España que parece
empeñada en autofagocitarse. Vivimos inconscientes del peligro que subyace a
este visceral enfrentamiento, igual que las ranas del caldero, sumergidos en el
cálido fluido de nuestras convicciones, sin darnos cuenta de que poco a poco
vamos a hervir en él, a convertirnos en un caldo amorfo en donde ya no habrá
más ideología que el desastre común, sin que podamos responsabilizarnos más que
a nosotros mismos por no saltar a tiempo fuera de la olla. Tenemos en tema
independentista, pero si nos fijamos con detalle, hay muchos más ejemplos para
avergonzarnos por nuestra ceguera. Bueno, hablo en plural y no es la intención,
os lo aseguro. Aquí, que cada cual se aplique el grado de miopía que su
conciencia le indique.
A lo largo de
los años he ido creando para mí mismo una serie de automatismos que me ayuden a
recordar aquello que considero importante y que en la rapidez del día a día
corren el riesgo de difuminárseme. Por ejemplo, procuro cerrar siempre la
puerta de casa con las llaves de la mano. Uno de los que olvido con demasiada
frecuencia es mi rechazo a cualquier tipo de violencia, salvo a la que conlleve
una inevitable defensa y siempre reducida al mínimo imprescindible. Ni que
decir tiene que incluyo en este principio la violencia dialéctica bajo la firme
convicción de que todo lo que esparcimos a nuestro alrededor acaba germinando
de acuerdo a su naturaleza, y prefiero minimizar en lo posible los daños que
provoco.
Por eso, en
mi particular y reducida esfera de influencia, cuando me he percatado de la
verborrea irresponsable de algunas de mis últimas afirmaciones y éstas han
hecho saltar mis alarmas internas, me he puesto freno automáticamente. Caer en
la espiral de violencia que propugnan los medios de comunicación me puede
convertir en víctima, pero también en cómplice y verdugo; y al margen de la
injusticia que pueda ver a mi alrededor, y de que ésta me pida sangre, he de
tomar las riendas de mis propios actos para no propagar un cáncer que considero
mucho más virulento que una actualidad que antes o después se autoconsumirá en
la sucesión de lo inmediato.
Alberto Martínez Urueña
13-11-2015
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