viernes, 13 de noviembre de 2015

Como ranas en el caldero


            Si hay algo por lo que la actualidad me tiene cada vez más cansado, con toda esa sucesión de vertiginosas y catastróficas noticias, es por esa desafortunada conceptualización cinematográfica de buenos contra malos, de amigos y enemigos, de justos contra desalmados. Cada uno de los que hablan o escriben en los medios de comunicación intenta convencerme de la verdad de sus afirmaciones, diametralmente contrapuesta con la verdad del contrario, convertido éste en alguien contra el que debo pelear y aplastar, justificado en tal carnicería por la lógica de su razonamiento infalible. Perdido en el limbo de la contienda bélica, no veo a nadie que intente moverse en los medios, todo son extremos, verdades opuestas incapaces de coexistir en un mismo universo, como si estuviésemos hablando de las nociones físicas de la materia y la antimateria. A cada uno, sus argumentos les parecen matemáticamente demostrables, y precisamente por ello, está justificado todo derroche de violencia.

            Me veo a mí mismo reflejado en esa realidad enfrentada. Soy arrastrado por el torrente desbordado que trae la tormenta perfecta en estos tiempos de exceso de información en la que su gestión se ha convertido en el auténtico problema al que nos enfrentamos. No hay sosiego ni análisis –nada nuevo bajo el sol, por cierto–, y todas las noticias parecen ser titulares de última hora imposibles de soslayar, todas de una importancia vital capaces de remover las entrañas mismas de la tierra. Así, de una en otra, como el mono que salta desde la copa del árbol al de la siguiente, no tengo tiempo de relajar el tono y reflexionar sobre cada una de ellas, la anterior sustituida por la siguiente, devorada en el afán consumista en que se ha convertido la actualidad mediática. De esta manera, con la tensión arterial suficiente para proveer de energía a una ciudad de tamaño medio, voy de noticia en noticia, cada vez más encabronado, hasta que soy incapaz de verme la cara en el espejo y reconocer al chimpancé que pega saltos iracundos al compás que le marca la música que otros tocan.

            Este ambiente es irrespirable. Trincheras en donde el gas mostaza dialéctico amenaza con llevarse por delante cualquier principio que no sea el de la batalla y el del triunfo sin paliativos. La agresividad y el odio se legitiman por sí solos ante la evidente injusticia que la lógica parece demostrar una y otra vez, con pertinaz insistencia. Una sociedad injusta, dicho así, de manera repetitiva como el tableteo de un arma automática, hasta que las calderas explotan en un festival de fuego y de metralla de principios hechos añicos. Toda esta situación se retroalimenta. Observad si no me creéis, en esta época preelectoral, como todos los medios de comunicación, controlados por los diversos intereses que componen el espectro político español, van a ir incrementando la violencia de sus mensajes según nos acercamos a la cita con las urnas.

            En este circo de falso atrezo, cualquier escusa es utilizada para enfrentar, sinónimo de dividir por cierto, a cada uno de los ciudadanos de esta España que parece empeñada en autofagocitarse. Vivimos inconscientes del peligro que subyace a este visceral enfrentamiento, igual que las ranas del caldero, sumergidos en el cálido fluido de nuestras convicciones, sin darnos cuenta de que poco a poco vamos a hervir en él, a convertirnos en un caldo amorfo en donde ya no habrá más ideología que el desastre común, sin que podamos responsabilizarnos más que a nosotros mismos por no saltar a tiempo fuera de la olla. Tenemos en tema independentista, pero si nos fijamos con detalle, hay muchos más ejemplos para avergonzarnos por nuestra ceguera. Bueno, hablo en plural y no es la intención, os lo aseguro. Aquí, que cada cual se aplique el grado de miopía que su conciencia le indique.

            A lo largo de los años he ido creando para mí mismo una serie de automatismos que me ayuden a recordar aquello que considero importante y que en la rapidez del día a día corren el riesgo de difuminárseme. Por ejemplo, procuro cerrar siempre la puerta de casa con las llaves de la mano. Uno de los que olvido con demasiada frecuencia es mi rechazo a cualquier tipo de violencia, salvo a la que conlleve una inevitable defensa y siempre reducida al mínimo imprescindible. Ni que decir tiene que incluyo en este principio la violencia dialéctica bajo la firme convicción de que todo lo que esparcimos a nuestro alrededor acaba germinando de acuerdo a su naturaleza, y prefiero minimizar en lo posible los daños que provoco.

            Por eso, en mi particular y reducida esfera de influencia, cuando me he percatado de la verborrea irresponsable de algunas de mis últimas afirmaciones y éstas han hecho saltar mis alarmas internas, me he puesto freno automáticamente. Caer en la espiral de violencia que propugnan los medios de comunicación me puede convertir en víctima, pero también en cómplice y verdugo; y al margen de la injusticia que pueda ver a mi alrededor, y de que ésta me pida sangre, he de tomar las riendas de mis propios actos para no propagar un cáncer que considero mucho más virulento que una actualidad que antes o después se autoconsumirá en la sucesión de lo inmediato. 

Alberto Martínez Urueña 13-11-2015

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