Una de las
gratas consecuencias que tiene la actualidad mediática de la que disfrutamos
hoy en día, con nuestras tripas mórbidas dispuestas a tragarse toda la basura
que nos ofrezcan, llámense corrupción política o mamachichos en semipelotas
moviendo curvas y hormonas, es que nos permite girar la cabeza para no ver lo
importante que hay sobre el globo terráqueo, y las consecuencias de nuestros
actos y de nuestro irresponsable modo de vida. Sí, sí, ya sé que yo también soy
parte de esto, no os duelan prendas en recordármelo, pero es que se me han
hinchado las narices de tanto soplagaitas chupando cámara y portadas sin que diga
nada bueno en el intento.
Mira, en
España además tenemos partida doble, porque además de ser cómplices de la insaciable
máquina de asesinar en la que se ha convertido Occidente, tampoco jugamos con
las reglas del capitalismo. Antes bien, hemos hecho una mezcolanza propia de
nuestras bastardas raíces, hijos de todo perropichi que haya pasado por Iberia,
adoptando lo peorcito de cada casa, y hemos construido una economía de mercado
con tintes de cacique andaluz y párrafos de necrología castellana, sin olvidarnos
por supuesto de las desvergüenzas pseudofascistas que son los nacionalismos y
que no son más que otro reducto para esa costumbre tan sana como fue el
feudalismo medieval y sus pretensiones derrocar a los reyes con la sangre de
sus súbditos mediante para quedarse el señorito con las gallinas.
Occidente es
una máquina irresponsable generadora de mierda en todas sus acepciones.
Generamos, literalmente, basura por doquier y la lanzamos al mar para que
desaparezca de nuestra vista. Generamos muerte y destrucción en países que no
sabemos situar en el mapa precisamente porque ojos que no ven, corazón que no
siente, y cuando lo siente, se cambia de cadena. Y cada vez sentimos menos.
Exportamos nuestro acrisolado modelo democrático a países cuya cultura social
pasa por no saber hacer la o con un canuto si no le indica cómo un mulá o un califa.
Eso sí, les juzgamos como a bárbaros, igual que hicieron con nosotros los
romanos hace dos mil años como justificación para colonizarnos, educarnos y
amaestrarnos, sin olvidarnos de que muchos de los males que están sufriendo se
los llevamos nosotros hasta la puerta de su casa para hacer caja a fin de
ejercicio contable. Generamos aquiescencia con la inmoralidad más absoluta alimentando
nuestras sombras, esas maldades que, como todos llevamos, han de ser
aceptables, y desconfiamos de quienes puedan pretender traernos esfuerzo y
voluntad para conseguir ser mejor de lo que somos.
Y ahora, una
vez que he conseguido vuestra atención –o al menos la de aquéllos que han
seguido leyendo después del segundo párrafo– pasaré a la práctica. Está muy
bien eso de las cifras macroeconómicas, el debate sobre la libertad de mercado,
la devaluación del yen y la legalización de la estupidez social vía
real-decreto como ha puesto de moda Mariano, pero hay cosas mucho más
importantes ahí fuera, y nos las están metiendo con calzador gracias a este
espectáculo de luces y sonido que nos han montado. Así, mientras seguimos
lanzando mierda a la atmósfera que, independientemente de que sea la
responsable del cambio climático, nos hace enfermar y tenemos un modelo
energético ponzoñoso, nuestros políticos van tomando asiento en los consejos de
administración de las empresas energéticas para las que regularon en su día un
marco legislativo favorable. Al que esto no le huela a huevo pocho, es que no
tiene pituitaria.
¿Me paso con
esto de máquina de asesinar? La
crisis económica ha tensado tanto las cuerdas a tanta gente que el índice de
suicidios parece una autopista hacia el cielo, y el de las enfermedades
derivadas del estrés una barra libre de depresión mezclada con vodka a las
puertas del instituto. Pero antes de esto ya teníamos la guerra del coltán, los
conflictos del Congo por sus recursos, el petróleo de países amigos, las
pandemias del Tercer Mundo –que sólo interesan, un poquito, cuando matan
misioneros occidentales– o el mantenimiento de la renta agraria en Europa y
Norteamérica y sus aranceles respectivos para que África no inunde nuestros
mercados con sus productos a bajo coste. La cuna del liberalismo económico y
sus subvenciones… Todo esto, si se consideraran como lo que son, consecuencia
de las políticas refrendadas por nuestros gobernantes y nuestras asépticas
organizaciones internacionales, mostrarían una cifra acumulada de cadáveres que
harían sonrojar al Estado Islámico por su evidente incompetencia en la limpieza
étnica.
Mira, yo no
tengo la solución para este mundo mezquino, pero intento solucionar el pequeño
mundo que tengo cerca. Me cabreo cuando veo a alguien cercano actuar como un
desalmado, sin empatía ni compasión, agresivo, y al mismo tiempo trato de
comprenderle porque lo único para lo que nos han educado a conciencia es para llamar
hijo de puta al que nos adelanta por el carril derecho. Intento regalar sonrisas
y trato de no ser un estorbo, ni verter cianuro en el ambiente, y cuando puedo,
ayudo en la medida de mis capacidades económicas, o de las otras. No soy
perfecto en modo alguno, pero tengo claro que mi responsabilidad alcanza a
donde llegan mis actos, y que no voy a asentir con cara bovina ante el
sufrimiento ajeno porque no podemos hacer
nada. Vamos, que hagáis lo que os salga del arco del triunfo, pero tened
claro que sólo la compasión acaba mereciendo la pena en este mundo
hipereconomizado. Todo lo demás son facturas.
Alberto Martínez Urueña
26-08-2015
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