lunes, 24 de agosto de 2015

Ideas y personas


            Como hay algunas cuestiones que a mí, personalmente, me tocan bastante la entrepierna, me veo en la necesidad perentoria de darles una respuesta en esta columna que, aunque no llega a demasiada gente, siempre puede quedar un poso de aquiescencia. Cuando se habla de ideologías, sobre todo en este país de gente ilustrada siempre dispuesta a la conversación tranquila y al debate sesudo, hay que tener mucho cuidado en no caer en clichés y estereotipos, así como en opiniones estúpidas y necedad a granel. Aquí hay para todos, ojo, y da igual si eres derechas, de izquierdas, de arribas o de abajos: los salivajos malintencionados te pueden llegar en todo caso sin previo aviso. O incluso soltarles tú, sin previo aviso. No hay mesura ni sosiego; más bien, mucha mala baba y ganas de hacer daño, llevándolo todo al plano personal y a la descalificación virulenta.

            Visto con la óptica del antiguo régimen, se me podría considerar un rojo recalcitrante de los que pretende quitarle lo suyo al rico, vulnerando cualquier principio mínimamente sensato respecto al derecho a la propiedad privada y la libertad de empresa. Un ladrón institucional en potencia dispuesto a esquilmar a cualquiera que destaque dentro del sistema económico, movido por la envidia de quien no es capaz de hacer su propia fortuna. Se me aplicaría, por supuesto, unas buenas dosis de amor por el caos y desorden social en base al libertinaje y odio por las normas que todo buen rojo debe perseguir. Por último, y no menos importante, un absoluto desprecio por cualquier persona que profese un credo religioso, tildando a todos sus miembros de ignorantes y sádicos homicidas perseguidores de la ciencia y el saber, y debería buscar la venganza con todos los medios posibles por cualquier tipo de tropelía sucedida hace quinientos años al otro lado del mundo. A este respecto, evidentemente, tendría que justificar con modos suficientes las benignas vacaciones en Siberia con que Stalin agraciaba a sus opositores, sospechosos o gestitorcidos rusos, declarar convencido sobre las bondades de la reforma educativa china y pontificar sobre las bondades de un sistema bien planificado desde los cimientos como el venezolano.

            Un buen rojo no gana demasiado dinero con su trabajo, no puede además ocupar cargos directivos o de responsabilidad económica, pues estaría jugando a favor de un sistema contra el que está su ideología comunista. Vive en un modesto piso de habitaciones pequeñas en barrios grises y sin ninguna concesión estética que suponga un gasto superfluo. Jamás trabaría amistad con un empresario salvo si es para echarle en cara sus actividades desalmadas, y nunca compraría un producto de fabricación dudosa llegado de Asia: esas justificaciones de generar riqueza y puestos de trabajo en países subdesarrollados no justifican la política imperialista de occidente, amen de la explotación y grave indignidad que supone para aquellos muertos de hambre. No veranea en complejos hoteleros de lujo o en chalets a pie de playa, sólo en apartamentos cutres o en zonas de acampada con los cuartos de baño desportillados. O no veranea, y punto.

            Una vez ejercido mi derecho a la pataleta y al cinismo, os diré una pequeña realidad: creo que la cuenta corriente no determina la ideología que profesas. He conocido gente que no tenía donde caerse muerto y aun así defendía las políticas de bajos impuestos y la destrucción del Estado del Bienestar por el simple hecho de que era católico, y claro, se debía a los partidos de derechas que defienden la cruz de Cristo. También he conocido gente de derechas, conservadora, católica, apostólica y romana, con pasta en el banco que, en secreto, donaba generosas cantidades a organizaciones de ayuda a los más desfavorecidos. Hay rojos que ganan dinero con su trabajo, y bien ganado está, pero al mismo tiempo abogan por un sistema tributario justo donde paguen más los que más tienen –ellos incluidos– y que con esos ingresos se pueda mantener un buen sector público que dote de oportunidades a los hijos de los más desfavorecidos; y hay conservadores que saben que un buen escenario para los negocios es un país con una estabilidad social nacida de un Estado de derecho justo con las desigualdades precisas y necesarias. Incluso hay empresarios que introducen en sus criterios de negocio valores sociales como el apoyo a la conciliación laboral y familiar y no le ponen peros a las mujeres que desean ser madres, que dan trabajo a personas con enfermedades crónicas como la fibromialgia o la esclerosis y que saben que la bondad cristiana que refrendan no se limita a las cuatro paredes de un templo de piedra.

            La realidad ideología es muy compleja, pero la bondad de las personas no depende su espectro político. El intento de conseguir una sociedad óptima para la mayoría es un objetivo que muchos persiguen, cada uno desde su perspectiva, y lo que se discute entre gente de bien es la mejor manera de lograrlo, sin necesidad de insultarse. Yo, por mi parte, como siempre recalco, no tengo problemas con una sociedad donde haya ricos, lo tengo con aquellas donde hay malnutridos, marginados y aplastados por la bota de quien tiene tantos problemas mentales que sólo puede sobrellevarles humillando a cualquier bicho viviente que aparezca en sus cercanías, ya sea un toro de la vega, un inmigrante subsahariano o un parado de larga duración.


Alberto Martínez Urueña 20-08-2015

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