Como hay
algunas cuestiones que a mí, personalmente, me tocan bastante la entrepierna,
me veo en la necesidad perentoria de darles una respuesta en esta columna que,
aunque no llega a demasiada gente, siempre puede quedar un poso de
aquiescencia. Cuando se habla de ideologías, sobre todo en este país de gente
ilustrada siempre dispuesta a la conversación tranquila y al debate sesudo, hay
que tener mucho cuidado en no caer en clichés y estereotipos, así como en
opiniones estúpidas y necedad a granel. Aquí hay para todos, ojo, y da igual si
eres derechas, de izquierdas, de arribas o de abajos: los salivajos
malintencionados te pueden llegar en todo caso sin previo aviso. O incluso
soltarles tú, sin previo aviso. No hay mesura ni sosiego; más bien, mucha mala
baba y ganas de hacer daño, llevándolo todo al plano personal y a la
descalificación virulenta.
Visto con la
óptica del antiguo régimen, se me podría considerar un rojo recalcitrante de
los que pretende quitarle lo suyo al rico, vulnerando cualquier principio
mínimamente sensato respecto al derecho a la propiedad privada y la libertad de
empresa. Un ladrón institucional en potencia dispuesto a esquilmar a cualquiera
que destaque dentro del sistema económico, movido por la envidia de quien no es
capaz de hacer su propia fortuna. Se me aplicaría, por supuesto, unas buenas
dosis de amor por el caos y desorden social en base al libertinaje y odio por
las normas que todo buen rojo debe perseguir. Por último, y no menos
importante, un absoluto desprecio por cualquier persona que profese un credo
religioso, tildando a todos sus miembros de ignorantes y sádicos homicidas
perseguidores de la ciencia y el saber, y debería buscar la venganza con todos
los medios posibles por cualquier tipo de tropelía sucedida hace quinientos
años al otro lado del mundo. A este respecto, evidentemente, tendría que
justificar con modos suficientes las benignas vacaciones en Siberia con que
Stalin agraciaba a sus opositores, sospechosos o gestitorcidos rusos, declarar
convencido sobre las bondades de la reforma educativa china y pontificar sobre
las bondades de un sistema bien planificado desde los cimientos como el
venezolano.
Un buen rojo
no gana demasiado dinero con su trabajo, no puede además ocupar cargos
directivos o de responsabilidad económica, pues estaría jugando a favor de un
sistema contra el que está su ideología comunista. Vive en un modesto piso de
habitaciones pequeñas en barrios grises y sin ninguna concesión estética que
suponga un gasto superfluo. Jamás trabaría amistad con un empresario salvo si
es para echarle en cara sus actividades desalmadas, y nunca compraría un
producto de fabricación dudosa llegado de Asia: esas justificaciones de generar
riqueza y puestos de trabajo en países subdesarrollados no justifican la
política imperialista de occidente, amen de la explotación y grave indignidad
que supone para aquellos muertos de hambre. No veranea en complejos hoteleros
de lujo o en chalets a pie de playa, sólo en apartamentos cutres o en zonas de
acampada con los cuartos de baño desportillados. O no veranea, y punto.
Una vez ejercido
mi derecho a la pataleta y al cinismo, os diré una pequeña realidad: creo que
la cuenta corriente no determina la ideología que profesas. He conocido gente
que no tenía donde caerse muerto y aun así defendía las políticas de bajos
impuestos y la destrucción del Estado del Bienestar por el simple hecho de que
era católico, y claro, se debía a los partidos de derechas que defienden la
cruz de Cristo. También he conocido gente de derechas, conservadora, católica,
apostólica y romana, con pasta en el banco que, en secreto, donaba generosas
cantidades a organizaciones de ayuda a los más desfavorecidos. Hay rojos que
ganan dinero con su trabajo, y bien ganado está, pero al mismo tiempo abogan
por un sistema tributario justo donde paguen más los que más tienen –ellos
incluidos– y que con esos ingresos se pueda mantener un buen sector público que
dote de oportunidades a los hijos de los más desfavorecidos; y hay
conservadores que saben que un buen escenario para los negocios es un país con
una estabilidad social nacida de un Estado de derecho justo con las
desigualdades precisas y necesarias. Incluso hay empresarios que introducen en
sus criterios de negocio valores sociales como el apoyo a la conciliación
laboral y familiar y no le ponen peros a las mujeres que desean ser madres, que
dan trabajo a personas con enfermedades crónicas como la fibromialgia o la
esclerosis y que saben que la bondad cristiana que refrendan no se limita a las
cuatro paredes de un templo de piedra.
La realidad
ideología es muy compleja, pero la bondad de las personas no depende su
espectro político. El intento de conseguir una sociedad óptima para la mayoría
es un objetivo que muchos persiguen, cada uno desde su perspectiva, y lo que se
discute entre gente de bien es la mejor manera de lograrlo, sin necesidad de
insultarse. Yo, por mi parte, como siempre recalco, no tengo problemas con una
sociedad donde haya ricos, lo tengo con aquellas donde hay malnutridos,
marginados y aplastados por la bota de quien tiene tantos problemas mentales que
sólo puede sobrellevarles humillando a cualquier bicho viviente que aparezca en
sus cercanías, ya sea un toro de la vega, un inmigrante subsahariano o un
parado de larga duración.
Alberto Martínez Urueña
20-08-2015
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