Una de las
cosas que tiene esto de permitirse escribir una columna propia con una mínima
regularidad que no siempre cumplo es que acabo escribiendo de lo que buenamente
me da la gana, sin preocuparme demasiado de más consejeros editoriales que
vosotros mismos, mis lectores. Siempre he procurado tratar todos los temas
sensibles con absoluta educación, en aras de no ofender a ninguno de todos
aquellos a los que os llegan mis escritos, a sabiendas de que alguna que otra
vez ha sido imposible no levantar alguna ampolla, ya fuese con temas de
religión, o con temas de ideología. Por suerte, como normalmente hablo de
economía, esto no le importa a nadie, a no ser que los políticos europeos
mientan, y economía e ideología estén directamente relacionados; pero confío en
nuestros líderes y no creo que cometiesen tal dislate.
Precisamente
por eso, porque hablo de lo que quiero, y en los términos que quiero, pero con
absoluto respeto –y así no me amordazan–, puedo contaros la historia que sigue,
y es que el viernes pasado tuve la suerte de poder salir un poco antes del trabajo.
Había acumulado horas el resto de días, y pude recogerme con antelación. La
suerte se transformó en premio gordo porque al encender la radio una voz conocida
asaltó mis tímpanos y regaló un discurso a mi intelecto de los que dejan
huella. Todo motivado por las prisas que le ha entrado al Ejecutivo de aprobar
los presupuestos antes de meterse en campaña electoral, porque las tortas
vienen gordas. O quizá precisamente porque viene campaña electoral y de esta
manera poder hacer más populismo con las cifras, amplia costumbre de quienes
denuncian al resto de lo mismo.
Y es que
nuestro querido presidente del Gobierno –hay que medir mucho los párrafos, como
en tiempos del NODO– estuvo elocuente ante el micrófono, bien pertrechado de
gráficas y datos para poder dar lustre a la ley más importante del año y que,
precisamente por eso, han aprobado con carácter extraordinario fuera del plazo
habitual, para que nadie pueda meterle mano dentro de unos meses, cuando a lo
mejor, y digo sólo a lo mejor, al votante español con el colmillo retorcido se
le ocurra pedirles cuentas por las tropelías cometidas. El problema es que hizo
una demostración de cómo las cifras, según se lean pueden soportar una realidad
o la contraria. Los datos de paro son los más elocuentes de esta verdad
axiomática, ya que se atribuyó el mérito del gran descenso de desempleados y le
encasquetó al anterior Gobierno el descrédito de tener el mayor aumento al
inicio de la crisis. Nada tienen que ver los argumentos de los sabios en
materia económica que indican con sus doctos estudios que el origen tiene más
que ver con la propia estructura del mercado laboral, y con la estructura de la
economía española. De hecho, gracias a la inacción política de los últimos
cuarenta años –por poner una cifra– tenemos una economía a la que los
inevitables ciclos le afectan en mucha mayor medida que a nuestros vecinos
europeos. De esta manera, cuando llega la hecatombe, todas las variables, no
sólo el paro, se ven mucho más afectados, y cuando llega la recuperación, las
tasas de crecimiento suelen ser superiores. Esto es, en gran medida, debido a
la falta de reformas verdaderamente estructurales de nuestro sistema
productivo, nada diversificado; a nuestro sistema fiscal, muy poco eficiente; a
nuestros mercados internos, divididos por diecisiete comunidades autónomas; y a
nuestro mercado laboral, incapaz de crear empleos de calidad. Así, las cifras
de desempleo disminuyen, pero la lectura de los datos pormenorizados indican
que la calidad es lamentable, que no es que haya más trabajo, sino que el mismo
se reparte entre más gente, y que los sueldos resultantes de esta supuesta
reforma del mercado laboral no permiten llevar una vida medianamente tranquila
a muchos conciudadanos. Y cuando hablo de una vida tranquila, me refiero a no vivir
con la espada de Damocles sobre el pescuezo, dispuesta a partirte el espinazo a
la mínima vibración que la perturbe.
Y eso nos
lleva a las reformas estructurales de las que hablaba Mariano. Llevamos
escuchando desde hace varios años el mantra estúpido de que las crisis suponen
una oportunidad para la mejora, lo cual únicamente habla de lo bobas que son
las sociedades humanas. Sin entrar en más detalles, os diré que ni los
economistas más liberales están de acuerdo con las mínimas reformas que ha
llevado a cabo el Gobierno del PP, que para algunos se quedan en un pequeño lavado
de cara de lo ya existente y para otros, en una burla al servicio del
capitalismo carroñero. Únicamente acudiendo a medios afines al Gobierno podemos
encontrar algún discurso bobalicón que ensalza tales medidas, pero sin indicar
los motivos y razones de acuerdo a datos contrastados. A estos les vale prosa
grandilocuente y afirmaciones sin base científica que las respalde.
Por lo tanto,
muchas gracias Mariano por darme nuevos motivos para poder disertar sobre lo
verdaderamente importante en política económica: a saber, datos estadísticos
interesadamente leídos y ausencia absoluta de verdaderas medidas que sirvan
para crear un verdadero tejido productivo basado en la acumulación de
conocimientos y progreso científico. Tendremos que seguir conformándonos con
turismo, sol y playa, producción automovilística y sectores estratégicos –la energía
y las telecomunicaciones van a ser objeto de estudio próximamente– que ponen en
tela de juicio a todos los organismos institucionales que los controlan y velan
por una verdadera competencia en sus mercados.
Alberto Martínez Urueña
03-08-2015
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