lunes, 3 de agosto de 2015

Gracias, Mariano


            Una de las cosas que tiene esto de permitirse escribir una columna propia con una mínima regularidad que no siempre cumplo es que acabo escribiendo de lo que buenamente me da la gana, sin preocuparme demasiado de más consejeros editoriales que vosotros mismos, mis lectores. Siempre he procurado tratar todos los temas sensibles con absoluta educación, en aras de no ofender a ninguno de todos aquellos a los que os llegan mis escritos, a sabiendas de que alguna que otra vez ha sido imposible no levantar alguna ampolla, ya fuese con temas de religión, o con temas de ideología. Por suerte, como normalmente hablo de economía, esto no le importa a nadie, a no ser que los políticos europeos mientan, y economía e ideología estén directamente relacionados; pero confío en nuestros líderes y no creo que cometiesen tal dislate.

            Precisamente por eso, porque hablo de lo que quiero, y en los términos que quiero, pero con absoluto respeto –y así no me amordazan–, puedo contaros la historia que sigue, y es que el viernes pasado tuve la suerte de poder salir un poco antes del trabajo. Había acumulado horas el resto de días, y pude recogerme con antelación. La suerte se transformó en premio gordo porque al encender la radio una voz conocida asaltó mis tímpanos y regaló un discurso a mi intelecto de los que dejan huella. Todo motivado por las prisas que le ha entrado al Ejecutivo de aprobar los presupuestos antes de meterse en campaña electoral, porque las tortas vienen gordas. O quizá precisamente porque viene campaña electoral y de esta manera poder hacer más populismo con las cifras, amplia costumbre de quienes denuncian al resto de lo mismo.

            Y es que nuestro querido presidente del Gobierno –hay que medir mucho los párrafos, como en tiempos del NODO– estuvo elocuente ante el micrófono, bien pertrechado de gráficas y datos para poder dar lustre a la ley más importante del año y que, precisamente por eso, han aprobado con carácter extraordinario fuera del plazo habitual, para que nadie pueda meterle mano dentro de unos meses, cuando a lo mejor, y digo sólo a lo mejor, al votante español con el colmillo retorcido se le ocurra pedirles cuentas por las tropelías cometidas. El problema es que hizo una demostración de cómo las cifras, según se lean pueden soportar una realidad o la contraria. Los datos de paro son los más elocuentes de esta verdad axiomática, ya que se atribuyó el mérito del gran descenso de desempleados y le encasquetó al anterior Gobierno el descrédito de tener el mayor aumento al inicio de la crisis. Nada tienen que ver los argumentos de los sabios en materia económica que indican con sus doctos estudios que el origen tiene más que ver con la propia estructura del mercado laboral, y con la estructura de la economía española. De hecho, gracias a la inacción política de los últimos cuarenta años –por poner una cifra– tenemos una economía a la que los inevitables ciclos le afectan en mucha mayor medida que a nuestros vecinos europeos. De esta manera, cuando llega la hecatombe, todas las variables, no sólo el paro, se ven mucho más afectados, y cuando llega la recuperación, las tasas de crecimiento suelen ser superiores. Esto es, en gran medida, debido a la falta de reformas verdaderamente estructurales de nuestro sistema productivo, nada diversificado; a nuestro sistema fiscal, muy poco eficiente; a nuestros mercados internos, divididos por diecisiete comunidades autónomas; y a nuestro mercado laboral, incapaz de crear empleos de calidad. Así, las cifras de desempleo disminuyen, pero la lectura de los datos pormenorizados indican que la calidad es lamentable, que no es que haya más trabajo, sino que el mismo se reparte entre más gente, y que los sueldos resultantes de esta supuesta reforma del mercado laboral no permiten llevar una vida medianamente tranquila a muchos conciudadanos. Y cuando hablo de una vida tranquila, me refiero a no vivir con la espada de Damocles sobre el pescuezo, dispuesta a partirte el espinazo a la mínima vibración que la perturbe.

            Y eso nos lleva a las reformas estructurales de las que hablaba Mariano. Llevamos escuchando desde hace varios años el mantra estúpido de que las crisis suponen una oportunidad para la mejora, lo cual únicamente habla de lo bobas que son las sociedades humanas. Sin entrar en más detalles, os diré que ni los economistas más liberales están de acuerdo con las mínimas reformas que ha llevado a cabo el Gobierno del PP, que para algunos se quedan en un pequeño lavado de cara de lo ya existente y para otros, en una burla al servicio del capitalismo carroñero. Únicamente acudiendo a medios afines al Gobierno podemos encontrar algún discurso bobalicón que ensalza tales medidas, pero sin indicar los motivos y razones de acuerdo a datos contrastados. A estos les vale prosa grandilocuente y afirmaciones sin base científica que las respalde.

            Por lo tanto, muchas gracias Mariano por darme nuevos motivos para poder disertar sobre lo verdaderamente importante en política económica: a saber, datos estadísticos interesadamente leídos y ausencia absoluta de verdaderas medidas que sirvan para crear un verdadero tejido productivo basado en la acumulación de conocimientos y progreso científico. Tendremos que seguir conformándonos con turismo, sol y playa, producción automovilística y sectores estratégicos –la energía y las telecomunicaciones van a ser objeto de estudio próximamente– que ponen en tela de juicio a todos los organismos institucionales que los controlan y velan por una verdadera competencia en sus mercados. 

Alberto Martínez Urueña 03-08-2015

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