Os aseguro
que me resulta muy complicado daros los motivos para mi posición a favor o en
contra de aceptar las negociaciones con el artista anteriormente conocido como Troika, nombre terrible que me recuerda
al de un perro.
En primer
lugar, hay que ver qué nos ha traído a esta situación. A saber, tenemos un
problema bien gordo con la noción de Unión Europea, la globalización y la libre
circulación de capitales. No sólo en la cuestión de si estar a favor o en
contra de estas ideas más o menos imprecisas, si no con la articulación de las
mismas. Seamos francos: la Unión Europea es un mastodonte gigantesco que se
mueve a cámara lenta en una realidad, sobre todo económica, que no puede
permitirse tales recesos. La integración europea es un sendero de cabras por el
que es imposible transitar a una velocidad aceptable que se atasca por los
diluvios de intransigencia llovidos desde los parlamentos nacionales. La Unión
está muy bien como idea, pero en la práctica provoca serios problemas para los
que únicamente se ponen parches.
Desde las
instituciones se habla del descontrol de ciertos países, pero no se entona un
solo mea culpa por la ausencia de
controles serios y la subsiguiente imposición de sanciones verdaderamente
coercitivas –existen, pero nadie las quiere aplicar– que solucionen los
desequilibrios con la rapidez que exige esta galopante realidad. Las medias
tintas en estos mecanismos han facilitado los problemas a los que hoy se
enfrentan determinadas economías. Países que han tenido gobiernos de diferente
signo durante estos años, pero que en ningún caso le atrevieron a ponerle la
correa al chucho. La Unión Europea, hoy en día, corre los peligros que corre y
que escuchamos todos los días en los medios por su escasa seriedad en este tema
durante largos años.
Y tenemos la
cuestión griega. Sinceramente, la desconozco, pero las noticias que tengo de
ella me suenan demasiado: eso de que si nos pensábamos que las cosas eran
gratis, o que si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Para
solucionar esta necedad, recomiendo un poco de hemeroteca y Youtube, donde
hallamos los mensajes proclamados a los cuatro vientos por las élites
institucionales de nuestro país, que eran los que en teoría tenían todos los
datos y el conocimiento para interpretarlos. Me encandila sobre todo, por
motivos obvios, aquellos discursos de Aznar asegurando que España va bien, creciendo por encima de nuestros socios europeos y
generando riqueza –los datos eran, cuando menos, controvertidos–, o aquellos de
Rato asegurando que la burbuja
inmobiliaria no existe, y que sólo eran mensajes de agoreros –de este señor
está todo dicho–. Si de algo se nos puede responsabilizar a los ciudadanos es
de creernos los mensajes que lanzaban los que en teoría sabían del tema. A toro
pasado, ya sabe si es macho porque se le ven los cojones. Como al asunto, que
tiene muchos.
Resumiendo,
veo a unos dirigentes griegos que gestionaron un país de manera nefasta, y
seguramente muy interesada, y a unos acreedores que vieron negocio en la
desgracia de todo un pueblo y acudieron como hienas. Veo a unas autoridades
centroeuropeas capitaneadas por Alemania que no comprenden la mecánica del
juego capitalista que ellos mismos defienden –sus bancos apostaron y perdieron–,
y que además son incapaces de empatizar con nada más que no sean sus propios
intereses, cuando a ellos se les perdonó parte de la deuda que se les impuso
por los desastres de la Segunda Guerra Mundial. Veo a unas instituciones
internacionales absolutamente ajenas a los intereses de los ciudadanos,
preocupadas únicamente en que las autoridades griegas –las que sean– se olviden
de sus promesas electorales y hagan con el dinero que prestan, además de
devolverlo religiosamente, lo que ellos dicen. Como anotación a este respecto,
que sepáis – porque imagino que la mayoría no se lo ha leído– que Grecia tiene
un sector militar superior al recomendado por la OCDE, derivado de las
imposiciones de los préstamos recibidos, que obligaban, en lugar de construir
un tejido productivo suficiente para relanzar la sociedad, a comprar a sus
acreedores lo que ellos dijeran, en este caso, armas.
En el plano
técnico, por tanto, oigo cada vez más voces con gran peso específico en
Economía afirmando que Grecia no tiene capacidad para devolver la deuda ilícita
que sus incompetentes gobernantes firmaron. Si una empresa que opera en los
sacrosantos mercados se viera en esa situación particular, se articularía el
procedimiento conocido como suspensión de pagos que, como muchos sabéis, intenta
conservar la vida de tal empresa mediante una nueva gestión acompañada por, ojo
que aquí está el tema, una quita de la deuda y/o una ampliación de los plazos
para devolverla. Y si no se pudiera salvar la empresa se la declararía en
quiebra y se procedería a su liquidación. Como hablamos de países, esta última
opción no existe, pero esta exposición tan sencilla es algo que los acreedores
no parecen comprender.
Por todo
esto, tanto por la cuestión humana, pero también por la técnica, yo votaría en
contra de aceptar los tratos que propone esa gente para los que la RAE tiene
suficientes definiciones – puta Ley Mordaza… –. La otra opción es una quimera más
allá de cualquier razonamiento técnico, pero sobre todo, colisiona directamente
con los derechos intrínsecos más básicos del ser humano.
Alberto Martínez Urueña
02-07-2015
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